Epílogo

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Charlotte

Harry gimió mientras apoyaba el plato en su voluminoso vientre. El disgusto que le provocaba la repentina habilidad de poder sostener objetos grandes sobre su cuerpo era tan evidente que Charlotte tuvo que apretar los labios con rapidez para contener una carcajada. Su mejor amigo frunció el ceño aún más.

—Cierra el pico, Charlotte. Lo estoy pasando fatal. ¿Por qué no sale ya esta niña? Llevamos dos semanas de retraso y el médico no para de decirme que debo tener paciencia. Quiero que salga ya. ¡Ya!

Charlotte cogió el plato, donde no quedaba ni una sola miga del bizcocho, y le ofreció un vaso de leche a Harry. El evidente malestar físico de su amigo la invitaba a hacer cualquier cosa para ayudarlo, pero lo único que podía hacer a esas alturas era ofrecerle postres y masajes en los pies. Incluso había intentado regalarle unas chanclas verdes con pedrería, pero no podía usarlas porque no tenía espacio entre los dedos. Chasqueó la lengua de forma compasiva y se sentó en el brazo del sofá gris.

—Lo sé, cariño. Es un asco. Pero te apuesto a que dentro de un par de días la tendrás en los brazos y estarás deseando que te deje dormir un poco más. Me han dicho que se pasan los días y las noches llorando.

Harry movió los pies hinchados y suspiró.

—A estas alturas ya ni duermo.

—Pobrecito. Le he traído un regalo a la niña. —Charlotte cogió la bolsa y la agitó en el aire, frente a Harry—. Es de Milán, de uno de los diseñadores más importantes de moda infantil.

—Lottie, deja de comprarle cosas. ¡Tiene más ropa que yo!

—Me alegro. Eso significa que estoy haciendo bien mi trabajo. —Charlotte observó a su amigo mientras apartaba el papel de seda y descubría los vaqueros negros, la camiseta rosa fucsia y la cazadora de piel. Las minúsculas botas de piel estaban adornadas con diminutos diamantes rosas—. ¿Te gusta?

—¡Madre mía, que cucada! ¡Es increíble que hayas encontrado esto en una talla tan pequeña!

Charlotte sintió un ramalazo de placer.

—Ningún niño mangoneará a mi ahijada en el patio del cole. Empezaremos a educarla pronto para que sea la más mala de todas.

Harry se echó a reír.

—Louis, ven a ver lo que ha comprado tu hermana.

Su hermano llegó procedente de la cocina, cogió la ropa y su expresión reflejó su espanto.

—Joder, no. Mi hija no irá disfrazada de motera nada más llegar al mundo.

Harry lo miró echando chispas por los ojos.

—No insultes a tu hermana ni menosprecies su regalo. Es el conjunto perfecto para traerla a casa desde el hospital.

Charlotte se acomodó para presenciar el espectáculo. Su amigo, que solía ser muy pacífico, era víctima de unos cambios de humor tan radicales que la asustaban incluso a ella. Las hormonas eran un horror, pero su hermano parecía sobrellevarlo con aplomo. De hecho, Charlotte se percató del brillo socarrón que aparecía en sus ojos al enfrentarse al desafío de su esposo. Las batallas que libraban le recordaban a la rivalidad que desplegaban de pequeños. ¿Quién iba a pensar en aquel entonces que estaban hechos el uno para el otro? Si el destino no hubiera intervenido, obligándolos a contraer matrimonio, tal vez jamás hubieran acabado juntos. Harry, por supuesto, insistía en que era obra de su hechizo, y Charlotte le seguía la corriente. Total, no le hacía mal a nadie.

—Por encima de mi cadáver —replicó Louis como si tal cosa—. Le pondremos el conjuntito que ya acordamos la semana pasada.

Harry hizo un mohín para expresar su oposición a la idea.

Just a marriage [L.S]Where stories live. Discover now