Los dedos de Dan apartan un mechón de mi melena y lo coloca con delicadeza detrás de mi oreja. La nube se evapora, por un instante.

—¿Estás lista?

Asiento, convencida.

—Por supuesto.

Lo veo tomar aire y erguirse cuan alto es.

—Vamos. Nos están esperando.

En la antesala, las seis jóvenes esperan nuestra llegada entre risas y nervios. Alguna fuma un cigarrillo a pesar de que está prohibido. No pasa nada. Al fin y al cabo, de pecados se trata.

Ante la presencia de Dan las mujeres se sitúan formando dos filas de tres. Dan encabeza la marcha entre las dos primeras. Yo dejo caer el albornoz al suelo y mostrando mi desnudez cierro el grupo. Mis seis compañeras también permanecen desnudas, pero no hay ni rastro de su piel original. Son un lienzo vivo, pintados sus cuerpos de la cabeza a los pies.

Los primeros acordes de Hell's Bells, de AC/DC, nos indican que ha llegado el momento. Entonces sí, se descorren las pesadas cortinas rojas y el grupo avanza lentamente, entrando a una pequeña sala con luz tenue donde veintiún pares de ojos nos observan. No se ha permitido el acceso a los medios de comunicación ni a los críticos de arte.

Como en la mejor de las coreografías, casi danzando, avanzamos hasta nuestros lugares: siete marcos ubicados cada uno de ellos sobre un ancho pedestal. Las seis mujeres se sitúan en sus posiciones, cada una de ellas sobre su peana y detrás del marco, y yo lo hago en la posición central. Dan sube a una especie de estrado que queda a la derecha de la sala.

Esperamos los cinco minutos y nueve segundos que tarda en terminar de sonar Las campanas del infierno, y cuando la música cesa se hace un sepulcral silencio. Sin poder evitarlo, mi mente recuerda el inicio de una misa católica, cuando el órgano calla y el sacerdote aclara su voz para comenzar a hablar. Sin embargo, la voz que escucho es la de Dan, que habla desde esa especie de púlpito.

—Gracias a todos por estar aquí, por participar en esta experiencia artística. Pecados efímeros. Seis obras de arte que podréis apreciar, contemplar y llevar con vosotros a casa... durante un tiempo limitado. —Un susurro recorre la sala—. Como ya sabéis por los contratos que habéis firmado, la experiencia consiste en valorar estas seis magníficas obras de arte, por las que podréis pujar en subasta. Aquellos de vosotros que consigan adquirir el derecho por tiempo limitado sobre la obra tendréis que cumplir las cláusulas del contrato, de las que os recuerdo tres.

En los asientos, hombres y mujeres se revuelven, incómodos. «Qué poco nos gustan las normas», pienso.

—La primera es que las mujeres que os lleváis con vosotros deben ser tratadas con el máximo respeto y no está permitido ningún tipo de acto sexual con ellas, ni pueden ser obligadas a presenciarlo.

Por un momento recuerdo nuestro polvo exhibicionista ante aquellos voyeurs al otro lado de los espejos y siento cómo mi sexo se humedece por la excitación. Tengo que poner toda mi atención en el Dan que tengo delante, en el artista y no en el hombre; sin embargo, ¿dónde empieza uno y termina el otro?

—La segunda es que pueden ser exhibidas y contempladas, pero está prohibido captar la imagen de ninguna de ellas, en ningún tipo de formato. Ya conocéis las cláusulas de compensación si esto sucediera, teniendo en cuenta que el leitmotive de la experiencia es que sea una obra que solo pueda quedar en el recuerdo de aquellos que la hayan contemplado. Y la tercera... la persona que adquiera el derecho efímero sobre la obra estará obligada a destruirla, a borrarla de la piel, para lo que debe mostrar una prueba fehaciente de haberlo hecho antes de veinticuatro horas.

La Musa de FibonacciWhere stories live. Discover now