1 SHANNON

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Hoy es uno de esos días en los que no veo el momento de llegar a casa. Pero mi prisa no se debe a ese cansancio que siento en las piernas y la espalda, sino que la culpa la tiene ese cuadernillo manuscrito que aún guardo en el bolso y que parece palpitar con vida propia, como el hipnótico y delator corazón de Poe.

Apenas entramos en el apartamento, Dan se adelanta hacia el sofá y se derrumba sobre él. Lo cierto es que los dos estamos agotados. Hemos caminado mucho, pero ninguno ha querido detenerse a descansar o a tomar algo.

Esta tarde hemos visitado una vieja librería a la que casi estamos abonados; un establecimiento que nos gusta mucho, especializado en libros eróticos. Lo regenta Francisco, un señor mayor, bonachón y simpático, que se ha convertido en algo así como en un familiar; como nuestro abuelo aquí, en la ciudad. Es encantador y nos entusiasma visitarlo a menudo. Le llevamos galletas, magdalenas o cualquier otro dulce porque sabemos que le encantan, y le damos un rato de conversación. A cambio, él nos busca y reserva los mejores textos que pueblan sus nutridas estanterías. Sabe que

somos artistas en búsqueda de la belleza y que siempre andamos a la caza de algo que podamos reflejar en nuestros lienzos y obras. Dejo escapar un suspiro antes de dirigirme a la zona de la cocina a por un vaso de agua. Me encanta la reforma que hicimos, en la que salón y cocina quedaron integrados en un solo espacio. Mientras, mi cabeza sigue dándole vueltas al cuaderno. Estoy deseando tener el tiempo necesario para estudiarlo con detenimiento. Pero como si eso no fuera suficiente para que tenga los nervios a flor de piel, además tengo el presentimiento de que, dentro de sus páginas, vamos a encontrar esa nueva inspiración que tanto Dan como yo hemos estado buscando desde que terminamos de crear y montar la exposición de las miradas.

No puedo apartar la vista de mi bolso, que descansa sobre la mesa. Estoy a un paso de saber qué va a contarme y eso me llena de anhelo, pero también siento que necesito construir el momento adecuado, estar en el lugar justo. No quiero interrupciones ni tampoco leerlo con prisas.

Fijo los ojos en Dan; está tumbado a medias en el sofá, con la cabeza echada hacia atrás, sus largas piernas estiradas y los brazos extendidos y apoyados en el respaldo. La camisa que lleva se tensa sobre el tórax y le resalta los músculos del pecho. Es la imagen de la masculinidad; exuda fuerza y determinación, pero sé que esa fortaleza está por completo a mi merced. Sonrío. Estoy tan locamente enamorada de él que no entiendo

cómo era mi vida antes de conocerlo; la percibo tan lejana que me parece que hubiera pertenecido a otra persona.

Dan tiene los párpados cerrados y, por unos instantes, creo que se ha quedado dormido, así que me acerco con sigilo hacia mi bolso y saco el manuscrito.

La portada está vieja, algo descolorida, pero es suave al tacto y se mantiene intacta. Con solo tenerlo entre mis manos puedo apreciar una especie de electricidad que se desprende de él y que sube por mis brazos hasta dejarme la piel de gallina y un pellizco de anticipación en el estómago. Deseo más que nada en el mundo leerlo y que me cuente qué secretos esconde.

Abro la portada y el título salta ante mis ojos.

El santo grial de la musa alfa sapiosexual.

Me quedo sin respiración ante lo que se avecina, pero tengo que cerrarlo porque he de hallar el lugar y el momento indicados para leerlo. Con él en las manos me dispongo a adentrarme en el pasillo, pero, en ese instante, los brazos de Dan me sorprenden abrazándome por la cintura desde atrás para pegarme a su cuerpo. Me estremezco.

—¿A dónde ibas? —me pregunta muy bajito, casi como un ronroneo. —A la habitación, a dejar allí el cuadernillo —le digo a la vez que alzo ante mí la libreta para que él pueda verla—. Creí que estabas dormido y no quería molestarte.

La Musa de FibonacciDonde viven las historias. Descúbrelo ahora