Las convulsiones van cediendo poco a poco y el pico de endorfinas debe de estar disminuyendo porque, con un largo suspiro final, se deja caer pesadamente en el colchón, con mi cabeza aún metida entre sus piernas.

Me separo un poco y la observo. Trata de llenar los pulmones de aire y sus pezones son dos duras y oscuras puntas que señalan al techo. Muy despacio, me levanto. Ella tiene una sonrisa en los labios y, como si supiera que la estoy mirando, busca mis ojos.

—No sé si te ha gustado tanto como a mí, pero...

—¿Estás loca? —la interrumpo—. Ha sido una fantasía verte así, cielo.

Incorporándose, Shannon se sostiene sobre los codos. Sus ojos resbalan por mi cuerpo, me estudia de arriba abajo con aire indolente hasta que se detiene en mi enorme erección, que clama a voces que le ofrezca consuelo.

—Ahora, ¿qué quieres hacer? —me pregunta—. Es tu turno.

—Lo que se te ocurra —digo a mi vez, dispuesto a darle lo que me pida. Sin condiciones.

Una sonrisa torcida emerge de sus labios a la vez que hace un gesto con los dedos.

—Ven aquí. Creo que hay algo que está pidiendo atención urgente.

—¿Quieres masturbarme? Puedo ofrecerte mejores alternativas —le digo algo socarrón, aunque cualquier tipo de sexo con Shannon me gusta.

Aun así, me inclino hacia ella y me da un beso largo en el que se traga mis labios mientras su lengua trata de abrirse camino. Pensaba que no podría estar más excitado que hace unos segundos; pero parece que estaba equivocado. Un beso de Shannon es capaz de hacerme arder como una chispa ante la gasolina.

Su boca busca el hueco de mi garganta y, desde ahí, desciende poco a poco con pequeñas caricias que me sacuden por entero.

Echo la cabeza hacia atrás y dejo escapar un gemido.

—Shannon...

En ese momento, ella deja de besarme. Bajo la mirada para encontrar que se ha tumbado en la cama. Sus manos ascienden por su abdomen hasta acabar encerrando sus pechos con las palmas, como si fuera una ofrenda.

—Ven —me dice al mismo tiempo que se acaricia los pezones—. Pon las rodillas a cada lado de mis caderas.

Me falta el tiempo para hacer lo que me ha pedido. En cuanto estoy acomodado sobre ella, sus palmas cambian de interés y vuelan hacia mí. Me acaricia el torso, desciende por mi abdomen hasta que sus dedos se cierran en torno a mi polla y la aprisiona entre sus pechos. Un ligero apretón y casi no puedo contenerme.

—Si vuelves a hacer eso, no voy a evitar correrme —digo entre dientes mientras hago un esfuerzo por templar mis nervios.

—¿Quién dice que quiero que te contengas?

Sus palabras son como un pistoletazo de salida. Nuestras miradas se encuentran justo antes de que, con un enérgico movimiento, la mano de Shannon se mueva de arriba abajo por toda la longitud de mi polla, que sigue encajada entre sus tetas. Además, con la mano que aún tiene libre, acoge mis testículos. Siento que puedo explotar en cualquier instante.

—¿Así? ¿Te gusta?

Asiento mientras ella cambia el ritmo, más despacio primero, hasta que se vuelve infernal. No puedo respirar y mi diafragma se contrae a base de espasmos en busca del aire que comienza a faltarme.

—¡Dios, Shannon! —exclamo justo antes de apretar los labios. Un latigazo de placer me recorre y está a punto de ahogarme.

—Los tienes muy duros; están deseando descargar. Vamos, Dan. Dámelo.

La Musa de FibonacciDonde viven las historias. Descúbrelo ahora