—Pues puedo seguir, pero me gustaría más que me dijeras qué estás tramando.

Te carcome la curiosidad, ¿no es cierto?

Me llevo la mano al pecho y actúo como si ella pudiera verme.

—Culpable de todos los cargos, señoría.

No vas a tener que esperar mucho más. Nada, de hecho. Te llamaba para preguntarte si podrías reunirte conmigo después.

—En donde me digas —respondo con tanta rapidez como puedo.

Estupendo. Te espero en la sala Afrodita.

—¿Sala Afrodita? —Alzo una ceja y soy consciente de que el tono de mi voz transmite la curiosidad que siento—. ¿Por qué me parece que es un club de alterne?

Eres muy perspicaz, Dan. Te suena así porque lo es.

—¿Has ido a un «puticlub»?

La carcajada espontánea que llena la línea me resulta encantadora.

—¡Ay! ¡Me parece tan ingenuo que lo llames de esa manera! Pareces un crío. No, no es un «puticlub» —incide con cierto retintín—. Es un club bastante selecto. Pero respondiendo a tu pregunta, sí, he ido. Es ahí donde vamos a hacer nuestra sesión de fotos.

No puedo evitar que una mueca satisfecha campe a sus anchas por mi rostro.

—Solo imaginarlo ya...

¿Ya te estás empalmando? —me pregunta, coqueta. Me conoce bien, mejor que yo mismo.

Tuerzo el gesto, divertido.

—Dejémoslo en que te lo demostraré luego.

Escuchar cómo ríe abiertamente me aligera el corazón y me doy cuenta de cuánto depende mi cordura de ella.

Lo tendré en cuenta. Entonces, ¿nos vemos ahí? Recuerda traer todo lo que necesites para las fotos.

—Lo que necesito eres tú.

No seas bobo, anda. Pero... me encanta que digas esas cosas. Nos vemos más tarde. Me reclaman. Tengo que colgar.

Y lo hace antes de que pueda replicar. Me deja con una sonrisa tonta en los labios. Me encanta que Shannon se involucre tanto en mi trabajo. A veces pienso que nada de lo que estoy logrando sería posible sin su presencia. No sé qué hubiera sido de mí si ella no hubiese aparecido en mi vida.

Por fortuna, lo que resta del día hasta la hora de reunirnos pasa mucho más rápido, incluso me noto con otro ánimo. Es como si Shannon fuera la gasolina que necesito para seguir adelante, la que me alimenta y la que me empuja, y más de una vez me he preguntado qué ocurrirá con nosotros cuando ya no pueda darle todo lo que ella necesita.

Esa duda pertinaz va a acabar conmigo. Me es imposible relegar al fondo de mi mente esos negros pensamientos que, en ocasiones, campan a sus anchas, sin ningún control.

Me pongo en pie y sacudo la cabeza. Necesito despejarme antes de salir. Solo a ella se le ocurriría buscar el escenario para nuestra próxima sesión en un club. Sonrío al pensar en su ocurrencia de elegir un lugar como ese y me pregunto qué se traerá entre manos.

Sintiéndome mucho mejor que minutos atrás, me voy a la ducha.

Supuse que la hora en la que Shannon me ha convocado al club Afrodita es algo temprana como para encontrarme con demasiada gente. Me doy cuenta de que estaba muy equivocado.

Aunque no hay ninguna cola, el flujo de clientes es constante. Son, sobre todo, personas que rebasan con creces la treintena y que, por su aspecto, parece que no tienen ningún problema para llegar a fin de mes.

La Musa de FibonacciDonde viven las historias. Descúbrelo ahora