—Quieres más, ¿no es así?

Asiento, incapaz de hacer que las palabras emerjan de mi garganta. Dan me sonríe y, con un dedo, dibuja un extraño patrón alrededor de mi ombligo. Sube y baja, va de un lado a otro de mi cadera, hasta que desciende y, sin piedad y con algo de rudeza, lo introduce en mi vagina.

Doy un respingo al notar la intromisión. A ese dedo se la une otro, que con maneras hábiles busca el punto que me precipita de lleno a un orgasmo avasallador. Dan es un mago; sabe cómo tocarme y cuándo; sabe lo que necesito y, en este momento, los necesito a él y a sus caricias.

Arqueo mi espalda sobre el colchón, separo aún más mis piernas y me ofrezco a él.

—Por favor... sigue —balbuceo—. Casi...

El pulgar de Dan rodea mi clítoris con fiereza. No es tierno ni delicado. Tampoco le hace falta porque no es lo que quiero. Estoy a punto de estallar; estoy a punto de rozar el clímax cuando Dan se retira.

—No. No te vas a correr. No ahora.

Incorporo la cabeza y clavo mis ojos en él. Lo veo mantener a raya una sonrisa socarrona.

—¿Por qué? —exijo frustrada y ansiosa—. Dan, no me hagas esto. Lo necesito ya.

Algo se mueve en la habitación; un suave movimiento del aire, una corriente que me sacude y me excita a partes iguales.

—Porque tenemos otros planes para ti.

El uso del plural me hace elevar una ceja.

—¿Tenemos? ¿Qué quieres decir?

Dan tira de mí para que me ponga en pie. Intercambiamos la posición; él queda con la cama a su espalda y yo lo enfrento.

—Ahora lo entenderás. Pero recuerda, pase lo que pase esta noche, eres mía y seguirás siéndolo —me dice a la vez que encierra mi rostro entre sus manos y me mira directamente a los ojos. Entonces, ataca mi boca con un beso feroz y posesivo que me consume al instante.

Me mordisquea el labio inferior y pasea sus dientes por él. Sus gruñidos me enervan y hacen que ese doloroso pulso entre mis piernas de unos minutos atrás regrese con más fuerza.

De repente, noto cómo nuevas manos, unas que no estaban ahí hace unos segundos, me acarician los costados, se detienen en mi cintura unos instantes y suben hasta atrapar mis pechos. Me separo un poco de Dan y lo miro con fijeza.

Mi sorpresa lo detiene.

—Era esto lo que querías. Esto era lo que estabas soñando, ¿no es así? —me dice muy bajito, para que solo yo pueda escucharlo.

Percibo una presencia a mi espalda; el inconfundible calor de un cuerpo que se aprieta contra mi culo, una abrumadora figura que se yergue tras de mí.

Cautelosa, me muevo un poco para intentar averiguar quién es, pero sus manos en mis caderas me lo impiden. Enseguida noto su aliento en mi cuello.

—Tranquila —me dice una voz sosegada y segura de sí misma que se cuela de inmediato por mis oídos y que me excita con solo escucharla—. Estoy aquí para darte todo el placer que pueda.

«Leo».

Cierro los ojos y tomo aire. No puedo creer que Leo esté aquí. Sentirlo detrás de mí, desnudo, hace que una corriente eléctrica me recorra de la cabeza a los pies. Me deja tiritando y con el corazón en vilo, asomado a mi garganta.

Dan se sienta al borde de la cama. Su rostro queda a la altura de mis pechos y, como si me hubiese leído el pensamiento, aprisiona uno de mis pezones en su boca. Me retuerzo de placer y eso hace que me frote contra la erección de Leo, que se pega más a mí. Una urgencia que hasta hace un momento no poseía se afianza en mis entrañas. No veo el momento de tenerlo anclado en mi interior y solo de pensarlo me humedezco un poco más.

La Musa de FibonacciWhere stories live. Discover now