—Sí, sí —contesta con rapidez—. Pero no la llamo por eso. Sus palabras me hacen fruncir el ceño.

—¿Entonces?

—Me gustaría hablar con usted.

No puedo evitar que me sorprenda. Me giro y paseo la mirada por el salón.

—¿Conmigo? ¿Sobre qué?

—Sobre la muerte de su tío.

Noto como si me hubiese golpeado en el centro del pecho con una bola de demolición. Incluso creo que, si pudiera emitir algún sonido ahora mismo, mi voz me delataría.

Carraspeo un poco y levanto la barbilla, recomponiéndome. —Yo no sé nada de lo que le ocurrió —contesto con ligereza—. Estaba en Londres cuando sucedió.

—Aun así me gustaría hablar con usted —insiste con algo de dureza. Siento que una incómoda sensación de enfado comienza a anidar en mí. Aprieto los labios.

—No entiendo a qué viene todo esto.

Oigo cómo deja escapar el aire por la nariz y el sonido hace que un estremecimiento recorra mi espalda.

—Perdone —dice tan solo unos segundos después—, pero creo que antes no acabé de presentarme. Soy Leo Tugler. Inspector de Policía Leo Tugler.

De repente, noto que me cuesta respirar. «Inspector de Policía», repite una y otra vez mi mente. Miles de alarmas comienzan a sonar en mi cabeza.

—Bien, inspector Tugler —le digo, tratando de parecer despreocupada. Nada más lejos de cómo me siento en realidad—. Haré lo

posible para tratar de verlo, pero no puede ser hoy, lo siento. Si le parece, vuelva a llamarme mañana y concretamos una cita. ¿De acuerdo? —Está bien. La llamaré mañana —me dice con un tono de voz que deja entrever lo molesto que se siente—. Buenas tardes, señorita Merchán. Cuelgo la llamada, suelto el teléfono sobre la mesita de café y dejo caer todo el peso de mi cuerpo en el sofá. Inspector de Policía Leo Tugler. ¡Oh, Dios mío! ¿Para qué querrá hablar conmigo alguien de la Policía? Pero, más importante aún, ¿para qué buscaría este hombre a mi padre ayer, en el entierro?

Me levanto, incapaz de continuar quieta, y camino de nuevo hacia la ventana. No me entretengo en mirar al exterior cuando ya estoy deshaciendo mis pasos hacia el sofá. Repito mi deambular una y otra vez.

Me detengo en seco. No puede pensar que... No, no, es imposible. La Policía no puede creer que yo haya tenido algo que ver en la muerte de Raül. No es que no me hubiese gustado ahogarlo con mis propias manos, si soy por completo sincera, pero la realidad es que no tuve nada que ver. Ni siquiera estaba en el país. Pero... ¿y mi padre? Antes que a mí, lo buscó a él. ¿Qué le preguntó? ¿Qué le contó mi padre? ¿Por qué me aborda a mí ahora?

Oculto el rostro entre las manos. Tengo tantas preguntas en la cabeza y tantos interrogantes dan vueltas en ella que creo que lo mejor es ir a ver a mi padre y preguntarle directamente.

Apenas una hora después de que Leo Tugler me llamó llego a la casa familiar. Aún siento un pequeño nudo en el estómago. No hay nada peor que la incertidumbre porque, cuando conoces los hechos, sabes lo que te espera y lo que puede venir a continuación, pero cuando todo es una gran incógnita... No hay peor sensación que esa. Tengo que encontrar a mi padre cuanto antes para que arroje un poco de luz a todo este asunto.

No me molesto en llamar a la puerta de su despacho. Abro sin más y ahí está, sentado tras su escritorio. Levanta la vista de lo que lo tiene ocupado y, en cuanto me ve, su expresión seria cambia para mostrarme una sonrisa genuina.

La Musa de FibonacciWhere stories live. Discover now