Paso la primera página y el susurro me pone la piel de gallina. Siento que me habla, noto que comienza a murmurarme los secretos que parece

esconder. Al igual que el resto de las cuartillas, está escrita con una caligrafía elegante y armoniosa que me invita a leer.

No te hace falta confirmar que posees el poder de ser la musa que tu alfa necesita; simplemente, lo tienes. Debes saber manejarlo con inteligencia y don de palabra para que él piense que es quien lleva las riendas, que sus creaciones salen únicamente de su cabeza y que tú no estás involucrada. Verbaliza tu discurso en el tono y la forma adecuados. Dirígete a él con educación y preocúpate por lo que está haciendo. Escucha con atención cada una de sus palabras y estudia la manera en la que puedas empujarlo a lo más alto.

Lo leo una y otra vez para asimilar lo que dice y, sin querer, mis ojos se van deteniendo en una palabra diferente cada vez. Inteligencia. Creaciones. Discurso... Quiero que cada una de ellas cale hondo en mí. Todo me habla de sabiduría, de ser inteligente para lograr mis objetivos con Dan, de jugar bien mis cartas... Y siento que ese es el camino que he estado buscando. Estas pocas líneas son la mejor guía que podía encontrar para conseguir mi fin: sacar de dentro de Dan todo su potencial y convertirlo en algo grande. Esa es mi meta y voy a conseguirlo. Sé tan bien como que el sol sale cada mañana que me dará su mejor obra; lo mejor y más valioso que guarde dentro de sí.

La idea me excita. Siento cómo mis pezones se endurecen y al rozarse con el algodón de la camiseta reciben una ligera descarga de dolor. Meto la mano debajo del pantalón y me noto mojada. Dan no está, pero no lo necesito para lo que tengo en mente, para empoderarme y ejercer de musa todopoderosa. Las yemas de mis dedos se detienen en mi clítoris, hinchado, imponente, y comienzan a acariciarlo en suaves círculos con toda la ternura del mundo. Me gusto. Soy buena. La mejor. Y como la mejor que soy me merezco ese orgasmo que sé que puedo lograr con apenas unos movimientos más de muñeca.

De repente, el impertinente timbre de mi teléfono móvil detiene mi mano y la excitación parece esfumarse. Salto de la cama y corro hacia el salón, en donde lo he dejado olvidado.

Veo un número desconocido en la pantalla. Tras dudar un instante, pulso el botón.

—¿Hola?

—¿Señorita Merchán? —pregunta una voz masculina.

Entorno los ojos y me muevo hacia la ventana mientras recoloco con la mano libre las tiras de mi tanga. Miro por encima de mi hombro, como si quisiera asegurarme de que la persona que me llama no está en esta misma habitación.

—Sí, soy yo —respondo extrañada.

—Hola. Soy Leo Tugler. No sé si me recuerda.

38

Aprieto los labios antes de contestar. Sé que he escuchado ese nombre hace poco, pero no logro recordar dónde. Ni tampoco a qué rostro pertenece. Solo acierto a entender que es una voz muy varonil que me sacude por dentro sin yo pretenderlo.

Niego con la cabeza antes de contestar.

—No. Lo cierto es que no.

—Nos conocimos ayer, en el cementerio. En el entierro de su tío. De repente, la imagen del hombre que abordó a mi padre después del sepelio me asalta. A mi mente regresa su rostro algo duro, que parece cincelado en mármol, como el de un antiguo dios griego. Su voz, grave, va en total consonancia con su aspecto. Y recuerdo también la solemnidad de su semblante.

—Ah. Sí, sí, claro. Lo recuerdo. Buscaba a mi padre.

—En efecto.

—Espero que pudiera hablar con él...

La Musa de FibonacciWhere stories live. Discover now