Capítulo 15: Casa tapiada

Comenzar desde el principio
                                    

Judith miró a Billie con las cejas levantadas y la rubia se puso colorada. Yo me fui sonriente de allí. Linda también me sonrió cuando pasé frente a ella. A esta mujer le encanta el cotilleo.

—¿Te toca venir? —me preguntó Austin, que ya se preparaba para marchar con Alec.

—No, pero me apetece venir. —me colgué el arma en el hombro. —¿Me dejáis?

—Siempre es bueno tenerte en el equipo. —dijo. —Salimos en quince minutos.

Contenta por ir a esa expedición, comencé a llenar mi mochila con agua, comida para tres días, munición... Guardé mi daga en el bolsillo trasero de mi pantalón y metí la pequeña pistola en la funda de mi pierna.

—Menuda metralleta. —dijo Alec señalando el arma que colgaba de mi hombro. —¿Es una MP7?

—MP5. —dije orgullosa. —Hace dos semanas que la tengo.

—Gran hallazgo. —escuché a Billie detrás de mí.

—¿Y tú que haces pegada a mi espalda? —la molesté.

La observé mientras se equipaba.

—Yo también vengo. —dijo. —No quisiera dejarte sola en mitad del bosque.

—Puedo apañármelas solita.

—Ah, vale. —soltó su arma. —Entonces me voy con Joy y los demás a visitar a Alicia.

Lo hacía expresamente. Intenté no seguirla para evitar rogarle que se quedara, pero cuando la vi alejándose y miré a Austin, que me levantó una ceja con cierta gracia, rodé los ojos y salí en su busca.

—Está bien, está bien. —corrí para colocarme frente a ella, que me sonreía cruzada de brazos. —Puedes venir.

—¿Y qué te ha hecho cambiar de opinión? —preguntó divertida. —¿Cuando he nombrado a Alicia?

Bufé cruzándome de brazos yo también. Billie sabia de sobras que me ponía muy celosa cuando hablaba de la castaña de ojos verdes. Es como si ella supiera que me gusta, y a ella le encanta gustarme. Hay como un coqueteo divertido entre nosotras pero jamás hemos traspasado esa línea, y yo estoy bien con eso.

Tampoco se si le gusto de verdad o sólo me sigue el juego por diversión, pero lo que si se es que me he vuelto adicta a su presencia y a sus bromas constantes. Le encanta ponerme celosa y reírse de mi por eso.

Y yo soy una maldita gobernada. La rubia de ojos azules puede hacer conmigo lo que quiera.

—Deja de ponerte medallitas. —le dije. —Si quieres venir, por mi vale. Pero si no vienes y algo me pasa ese peso caerá sobre tu conciencia.

Aquello le hizo gracia, pero se puso seria enseguida.

—Tampoco te pases de dramática. —dijo. —Anda, vamos.

La seguí con una sonrisa triunfante.

***

Explorar nuevas zonas para tacharlas del mapa a veces se convertía en una misión muy triste. Como la de hoy.

Nos adentramos por un pequeño pueblo donde tan sólo habían una docena de casas como máximo, y las despejamos todas. Una de las casas más grandes estaba con las ventanas y la puerta tapiadas con madera desde el interior, por lo que ya nos imaginábamos lo que habría dentro.

Pero no fue así. No nos encontramos con ningún humano convertido, sino con un padre colgado del cuello en el techo del salón, y detrás en el sofá descansaban los cuerpos inertes de dos niños y una mujer. Los tres con un tiro en la cabeza.

La paranoia de QuinnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora