Capítulo 11. PÁNICO

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Daniel volvió puños sus manos agarrando la camisa que estaba hecha polvo hasta ese punto. Sus piernas flaquearon, y cayó de rodillas al suelo con la mirada perdida y la respiración agitada. Sentía que no le llegaba el suficiente oxígeno a los pulmones y sus lágrimas corrían por todo su rostro sin parar, como si tuviera una fuente infinita de ellas. Lo peor, es que sabía que Jenny estaba cerca y no quería que nadie lo viera en ese estado, más no podía evitarlo. Su estómago se revolvió y sintió saliva inundando su boca. Vomitó, hasta lo último del desayuno y un poco más. Sentía que no podía escuchar nada, casi perdía la vista, y su sentido del espacio-tiempo se atrofió hasta olvidar lo que le rodeaba. Jenny posó su mano en el hombro del chico, y el tacto le recordó que no estaba en su casa, o en la bañera, o en el armario de la casa de su padre, sino en la universidad y que estaba mostrando una de sus mayores debilidades. Se obligó a salir de su ataque de pánico, respirando calmadamente y recordando una y otra vez que no era su padre el que estaba a su lado.

—No me mira. No me toca. Estoy a salvo. No me mira. No me toca. Estoy a salvo. No me mira. No me toca. Estoy —tragó grueso—, a salvo.

Daniel repetía una y otra vez su mantra inventado por él mismo para calmarse y sentirse seguro. Se balanceaba y temblaba como una hoja. Apretaba los ojos y alejaba los recuerdos cada vez que llegaban uno tras otro. Poco a poco, el aire inundó sus pulmones y su balanceo disminuyó. Pudo escuchar la voz desesperada de Jenny preguntando qué rayos le sucedía, y mirar el desastre de sus pantalones y el suelo lleno de vómito. Agradeció profundamente que la que estuviera viendo aquel espectáculo fuera Jenny y no Alison. Se levantó y se tambaleó en el proceso, la chica intentó tomarlo del brazo pero se sacudió y cayó nuevamente al suelo.

—Mierda. No me toques.

—No lo hago por gusto idiota —le reclamó Jenny—. Alison me pidió que te cuidara y eso es lo que pienso hacer.

De solo recordar la mirada de la madre de Alison, y lo que podría pasarle por su culpa, sus ojos amenazaban con liberar más lágrimas.

—Maldita sea.

No sabía por qué estaba vivo, de verdad. ¿Por qué luchaba? ¿Por qué causa lucho?

—Vamos. Te llevaré hasta tu casa —Jenny mantuvo la puerta abierta para vigilar que no se acercara nadie.

La chica se quitó la camisa para quedar en sostén, y le tendió la prenda de botones al joven.

—Ponte esto. Será mejor que andar con una camisa puerca como esa —mantuvo el brazo extendido, esperando a que el omega se pusiera de pie, que miró de un lado a otro la camisa para luego negar con la cabeza.

—No puedo.

—¿Por qué no? —casi gritó, muy enojada por tener que aguantar todo eso.

—Me da asco.

Ya estaba tomando todo de sí no volver a vomitar por el terrible olor que emanaba de él mismo, pero al menos tenía su propia ropa. Colocarse la de alguien más ya estaba muy lejos de lo que podía tolerar.

—¿Ah? ¿Que te da asco? —Jenny dejó a un lado la puerta para encarar al chico—. ¿Me estás jodiendo?

—No —no retrocedió ni un centímetro, y mucho menos apartó la mirada de los ojos ajenos.

—¡Por el amor de Dios! ¡¡Mírate!! ¡Ash! —se giró, y masajeó su frente con sus dedos—. ¿Sabes qué? Olvídalo. Si tú quieres hacer el ridículo, está bien, pero a mí no me metas —le miró—. Te espero al frente de la universidad—. Y salió dando pisotones al suelo.

Daniel suspiró, no tenía ánimos de discutir ni de imponerse. Tampoco de defenderse. Todas sus fuerzas y su carácter terminaron siendo drenados por la situación actual. Sin embargo, aún le quedaba una pizca de dignidad, y ni que estuviera loco se iría con Jenny en su auto particular. Que va. Eso sería lo mismo que el suicidio o el homicidio. Dependiendo de qué o quién a quién matara primero. Salió del auditorio tratando de ocultarse lo más que pudo, pero no es como si su cabello estuviese lo suficientemente largo para ello. Los jóvenes inundaban los pasillos y las fotos junto las malas caras no se hicieron esperar. Murmuraban cuando pasaba o le escupían sin piedad. Le gritaban que apestaba o que se largara de una vez o todo lo que implicaba ser un omega. Si había algo que agradecía, era que el mal olor del vómito ocultaba las feromonas del celo que le había atacado de la nada. Pasó la puerta principal y en vez de dirigirse al auto de Jenny, corrió a la calle a parar un taxi. Tuvo que pagar de más, sí, pero al menos ya no tendría que escuchar las críticas de la chica.

NICE OF PROBLEMWhere stories live. Discover now