Capítulo 4: Nuestro primer beso

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Acompañé a Leo con su amigo al Arcade. Empezaba a sentirme aislado, pues aunque Leo quería integrarme diciéndome a cada rato, «¿quieres jugar una partida?, ¿quieres ir a otro juego?» yo no me sentía cómodo metiéndome ahí. Comenzaba a creer que vine solamente para ser el mismo acosador distante de siempre, hasta que, en un juego de mercenarios, Leo perdió antes de tiempo y el niño se quedó pendido del videojuego un buen rato.

Él retrocedió unos pasos para acercarse a mí.

—¿Por qué no quieres jugar? —me preguntó curioso, pero al mismo tiempo con ese semblante soñoliento que decía tan poco.

—No quiero molestar.

—Ya te dije que no molestas a nadie —negó con la cabeza mientras sacaba una sonrisa lánguida—, ya sé que Davie se esta portando algo grosero contigo y eso debe incomodarte. Lo siento. Él es un poco celoso.

—No te preocupes, entiendo. En realidad, es algo tierno de ver como te llevas con él.

—Sí, descubriste mi lado suave.

—¿O sea que no eres el rey del corazón de hielo?

Bromeaba.

—No, sí puedo sentir. Últimamente he sentido bastantes cosas.

Frunció los labios al final, como si recién hubiese soltado algo que no le convenía.

—¿Ah, sí?, ¿qué clase cosas?

Me intrigaba saber la razón, aunque ya sabía por adelantado que Leo no lo revelaría así de fácil.

—Cosas, sin importancia. No me hagas caso.

Y como de nuevo me había quedado a solas con él, volví a tomar esa confianza descarada que había ganado en el poco tiempo que estuve conociéndolo.

—Es difícil para mí ignorarte Leo, tú sabes que me gustas, y mucho.

Se le pintaron las mejillas de rojo luego de que le dijera eso. Al principio me gusto su reacción, me gustaba verlo nervioso, y más si era por mí. Pero luego sentí que tal vez, pudiera haberlo hecho sentir un poco incómodo con todo mi descaro.

—¿Te hice sentir incómodo?

Aunque ya sabía que me gustaba, quería asegurarme que no le molestaba que se lo repitiera.

—No —negó con la cabeza una vez más—. Es solo que me desacostumbre a tus muestras de afecto durante el fin de semana.

Las respuestas de Leo no siempre las entendía, la mayoría de las veces te respondía de manera tan directa que parecía ser frío, no era así. Tal vez Leo no parecía ser empatico cuando en realidad lo era demasiado, solo que te lo expresaba a su manera.

—Te extrañé.

Creí haber escuchado mal.

—¿En serio?

Él solamente asintió con la cabeza. Era muy bonito escuchar a Leo cuando te expresaba sus sentimientos, porque yo pensaba que, era algo que realmente nunca pasaba. Lo veía siempre tan serio e inexpresivo, que en mi cabeza ya lo llamaba Merlino de cariño.

—Yo también te extrañé.

Empecé a temblar del entusiasmo. Sabía que sentiría más mis nervios, pero el impulso me ganó, y terminé por recargar mi cabeza sobre su hombro, al principio sentí su tensión al contacto físico como un gato arisco, pero luego, percibí como su cuerpo volvió o relajarse. Eché mi cabeza hacia arriba para mirarlo, porque nuestra diferencia de altura era notable, Leo estaba llegando como al metro con ochenta, y yo estaba cerca del metro sesenta y pico o, a lo mejor, muy apenas llegando al pico. Lo ví sonreír, aunque era débil pude percibir esa linda sonrisa.

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