° Uno °

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Aidan

Mejores amigos.

Son las mejores personas que el universo pudo haber creado. Son tus confidentes, tus hermanos de otra madre, tu hombro para llorar, la persona con la que puedes contar para todo así sea una locura y quién te quiere sin importar nada incluso cuando conoce cada parte, tanto buena como mala de ti.

Antes que nada, debo aclarar que yo amo demasiado a mis mejores amigos, ¿Cómo no hacerlo? Si son los que me han soportado la mayor parte de mi vida, sin embargo, el que los quiera no significa que justo en este momento no tenga ganas de tomarlos del cuello a cada uno y apretar con mucha, pero mucha fuerza.

Verás, ir de fiesta en domingo no es algo muy efectivo si al día siguiente tienes clases, tampoco lo es cuando a tu mejor amigo de pronto le dan disparates de responsabilidad. Pero ¡Venga! La fiesta había sido épica. Los chicos de la facultad de periodismo sí que saben cómo celebrar.

El caso es, que por ir a esa fiesta y llegar a las dos de la mañana al apartamento que comparto con mi mejor amigo en la residencia de la universidad con una cantidad máxima de alcohol corriendo por mi torrente sanguíneo, es que los quiero matar a ambos.

Me traía una resaca de puta madre acompañada con el peor dolor de cabeza que había tenido, pero eso era algo que ellos no entendían.

—¡¡BUENOS DÍAS, SOLECITO ROJO!! —gritaron cerca de mi oído, seguido del estruendoso sonido de una bocina que me hizo dar un salto en la cama y enredarme con las sábanas.

Oigo un par de risas estúpidas.

—¡Vas a llegar tarde!

Quito las sábanas que me cubren para darles una mirada mortal al par de idiotas que me ven con sonrisas burlescas.

—¡¿Pero qué mierda les pasa?! —les grito, aunque hacerlo me hizo sentir una punzada en la cabeza y doler mi garganta seca.

—Vas a llegar tarde al ensayo —me recordó él.

Yo seguía dándoles mi mirada mortal.

Al venir a la universidad había decido estudiar artes escénicas. Aunque no lo admita en voz alta, sé que yo era el Rey del Dramatismo y desde que en la preparatoria me uní al club de teatro, no a dejado de ser una de mis cosas favoritas.

Y aún con la resaca que me cargaba, sabía que no podía faltar al ensayo de hoy porque si no una cantidad que asusta de personas me matarían. Resoplé quitando la sábana de mis pies, cosa que no sirvió de mucho porque igual terminé enredado y cayendo con un golpe en seco al suelo.

Mis amigos se rieron más fuerte.

—¡Largo de mi habitación! —espeto aún desde el suelo, escucho sus pasos salir.

Me levanto con una mueca y salgo de la habitación tomando una toalla y yendo hacia el baño. Este lugar no es algo muy grande, dos habitaciones, un baño, una cocina diminuta y una sala. Al menos la renta no era excesiva.

En el baño tomé una ducha que me relajó pero no disminuyó mi tedioso dolor de cabeza. Otra vez en mi habitación, luego de asearme, busqué en el armario algo que ponerme: unos vaqueros desgastados, unas zapatillas deportivas y la sudadera azul eléctrico con el escudo del Capitán América que me había regalado Sam, mi hermanito de casi diez años en mi cumpleaños número veinte en enero. Siempre que podía me la ponía, me hacía sentir cerca de casa.

Extrañaba mi casa, a mi familia. Hace meses no vamos de visita por lo ocupados que nos tienen los estudios.

—¿Qué tal tu volcánica cabeza? —oigo su pregunta cuando piso la sala.

Solo Me Importas Tú [Loved #2] ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora