Capítulo 45: La represalia de la hija

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Salí de la cochera lentamente, tomé la ruta más rápida hacia el Paseo de Montejo y aceleré.

Cuando pienso en esa noche, puedo recordar cosas muy específicas, casi todas carentes de importancia; cosas que notaba mientras conducía: el pavimento húmedo reflejando el alumbrado público; el inusual silencio de la avenida, que a otras horas es tan ruidosa; la intensidad marcada del rojo de los semáforos que cambiaban a verde un instante antes de cruzarlos.

Encendí la radio. La única estación que aún estaba transmitiendo, tenía a Marilyn Manson cantando The Nobodies; a Sofía no se le hubiera escapado el paralelismo entre la letra de la canción y mis sentimientos.

Subí el volumen y aceleré un poco más.

Los neumáticos rechinaban con cada incremento tosco en la velocidad, resultado de que no esperara el tiempo suficiente para pisar a fondo el acelerador después de haber soltado el embrague; cada vez que lo hacía, el motor se atragantaba y el auto entero se convulsionaba. Pensé en mi papá y en el gusto que me hubiera dado verle revolcarse de impotencia con el modo en que estaba conduciendo su amado pedazo de hojalata.

El recuerdo de nuestro enfrentamiento regresó a mi mente. Con el incremento de mi enojo, mi mano derecha comenzó a temblar, mi estómago comenzó a arder y mis ojos se empañaron con lágrimas que yo mantenía prisioneras.

Grité, más que cantar, el coro de la canción.

Ni las curvas ni los semáforos ni las primeras rotondas me obligaron a disminuir la velocidad. Sin embargo, cuando me encontraba quizás a unos cincuenta metros del Monumento a la Patria, un chico salió de la nada, atravesándose en mi camino.

Al principio, apenas alcancé a notar un movimiento con mi vista periférica, y entonces un montón de preguntas pasaron por mi cabeza en una ráfaga que duró solamente un instante. La última pregunta, cuando por fin logré ponerle una figura a la silueta, fue: «¿qué está haciendo un adolescente en patineta cruzando la avenida a estas horas de la noche?».

Llevarme a un inocente conmigo nunca fue parte del plan. La ecuación concebida para vengarme de mi papá no contempló nunca la posibilidad de lastimar a un tercero, pero mi sistema motriz no fue tan rápido como mi mente; el viaje de mi pie derecho desde el acelerador hasta el freno fue demasiado tardío.

Lo que voy a contarle a continuación —estoy consciente— es un híbrido entre mis recuerdos fragmentados, las narraciones de Gustavo, el reporte de los peritos, las fotos que me mostró la policía y el reportaje que se publicó en el periódico.

Jaime estaba en el carril de en medio, dentro de la rotonda, avanzando en dirección a mí. Yo pisé el freno, pero sabía que eso no bastaría para detener el auto antes de golpearlo. En mi desesperación, giré el volante hacia la derecha, pero perdí el control y éste escapó de mis manos. Los frenos chillaron, las llantas resbalaron, el auto derrapó.

Alcancé a escuchar un golpe seco, y entonces supe que no había logrado esquivarlo.

El reporte del perito dice que el Jaguar dio una voltereta, yo sentí como si hubieran sido veinte.

No tuve tiempo de tener miedo, solamente tuve tiempo para un pensamiento: «voy a morir». No tenía deseos de morir, pero tampoco me atemorizó comprender que mi final era inminente.

En algún momento de esa espiral infernal, perdí el conocimiento. Para mi fortuna, el cinturón de seguridad mantuvo mi cuerpo sujeto al asiento del conductor, evitando que saliera volando. El auto se estrelló finalmente contra la columna que flanquea el lado derecho de las escalinatas del Monumento a la Patria, deteniendo mi trayectoria errática.

Sólo a ella | #PGP2024Where stories live. Discover now