Capítulo 31: Scrooge + Grinch = Eva

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Con la llegada de octubre las hojas se pusieron amarillas y secas, era como si la ciudad entera fuese un reflejo de mi interior: marchitándose y cayéndose pedazo a pedazo. La ciudad, por lo menos, lo hacía de modo elegante.

Hope cambió sus horarios en la escuela, de modo que ya no coincidiésemos más en ninguna asignatura; yo dejé de frecuentar los lugares que alguna vez pisé con ella. Así, en cuestión de días logramos perdernos la pista por completo.

Al cabo de unas semanas, fue como si nunca nos hubiésemos conocido.

Yo perdí de un tajo mi pasión por la escuela, la voluntad de esforzarme para obtener buenas calificaciones y las ganas de aprender; también perdí las ganas de convivir con otros seres humanos, especialmente aquellos que me recordaban constantemente a Hope.

Sancochándome en mi propia miseria, comencé a deambular por la vida como un zombi; como un fantasma que llevaba su cuerpo a cuestas.

Ermitaña e iletrada, así acabaría después de haber conocido a Hope.

Físicamente, ella dejó de formar parte de mi cotidianidad en cuestión de una noche; emocionalmente, ella era lo único que existía. El dolor y Hope se convirtieron en mis únicas constantes. Cada segundo, cada latido, le pertenecían. Ni siquiera me molesté en intentar dejarla ir, sabía bien que no podría hacerlo.

Las contadas ocasiones en las que aceptaba ir a tomar un café con Sebastián o Alex ellos intentaban intervenirme, pero al ver que nada daba resultado, y que solamente provocaban que mi lejanía y cerrazón se pronunciasen más, se rindieron y dejaron de mencionar su nombre.

Las hojas se desprendieron, dejando a los árboles desnudos. Las lluvias frías de noviembre llegaron y se fueron, y para mí todo seguía igual. La relatividad del tiempo nunca fue más clara que en aquellas épocas en las que el reloj parecía existir solamente para torturarme: alargando cada hora más de lo necesario, y con cada una de ellas, el dolor de haber perdido algo que en realidad nunca tuve.

Con los primeros días de diciembre llegaron también los primeros copos de nieve. En un santiamén, la ciudad entera se vistió de blanco. Amortiguando los sonidos cotidianos, la nieve logró que la ajetreada ciudad se pusiera repentinamente silenciosa. El ritmo acelerado de la gente fue remplazado por uno más pausado, casi apacible. Los comercios, las calles y las casas comenzaron a desplegar adornos navideños o de Hannukah. El espíritu de la ciudad entera parecía más ligero; excepto el mío, por supuesto. El mío parecía nacido del matrimonio de Ebenezer Scrooge con el Grinch.

Con el fin de año a la vuelta de la esquina, llegaron también las prisas de entregar trabajos finales y presentar exámenes; de comenzar a pensar en mudarme de regreso a casa y de temer a lo que sucedería cuando estuviera de vuelta en Mérida. Mi tiempo se estaba agotando, y eso significaba que las cosas estaban por empeorar.

Fue a escasos días de terminar el ciclo escolar, que entendí que eso significaba también que ya no volvería a ver a Alex y a Sebastián. Aunque Sebastián se quedaría en Toronto, Alex regresaría a Grecia unos días después del fin de curso.

Fue hasta entonces que comprendí que ya no tendría que temer a encontrarme a Hope en los pasillos, mientras secretamente fantaseaba con que sucediera, porque yo volvería a casa también, interponiendo cinco mil kilómetros de distancia entre nosotras.

Me entristecía la idea de dejar todo lo que había conocido en Toronto, y comencé a temer a la realidad que me esperaba en casa: me aterraba volver a ver a Camilo, a Ana, a mi familia entera.

Entonces sentí un deseo repentino de luchar contra el curso natural de las cosas. Quise detener el tiempo, tener una oportunidad de quedarme ahí, lejos de todo y de todos.

Sólo a ella | #PGP2024Where stories live. Discover now