Capítulo 44: La venganza del padre

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Hubiera querido dejar de escucharlo, desconectar mi mente de su torbellino de insultos, pero no pude. Escuché cada palabra con atención y cada una me laceraba una parte distinta del corazón.

—¡Te preferiría muerta, antes que desviada! —dijo con tanto odio y tanto volumen que el licenciado Oropeza, el otro dueño de la firma, irrumpió en la oficina escandalosamente.

—Gustavo, ¿has perdido la razón? —El licenciado Oropeza, al cual yo llevaba años sin ver, me miró con preocupación, luego regresó los ojos hacia mi papá—. Tenemos clientes importantes en la sala de reuniones de al lado y tú estás gritando como un maniático.

Mi papá abandonó su pose amenazadora de inmediato. Se aclaró la garganta y se acomodó el saco como si eso fuese a borrar mágicamente la mala impresión que acababa de causar.

—Eva —El licenciado Oropeza me miró una vez más—, ¿puedes esperar en mi oficina, por favor?

Asentí. Miré a mi papá para asegurarme de que supiera que ya no le temía, y luego me retiré. El licenciado Oropeza cerró la puerta y después pude escuchar su voz pero no pude entender lo que decía.

Me dirigí a su oficina y esperé.

Lupita, la asistente del licenciado Oropeza, me miraba con algo que quizás era compasión, pero bien podría haber sido lástima.

—¿Quieres algo de tomar? —preguntó.

Negué con la cabeza y le di las gracias.

La oficina del licenciado Oropeza era idéntica a la de mi papá. Salvo por las fotografías y otros detalles muy pequeños que marcaban la diferencia entre su personalidad y la de su socio, uno podría haber jurado que era exactamente la misma oficina contemplada en el reflejo de un espejo.

—El comportamiento de tu papá el día de hoy es inexcusable —dijo el licenciado al cruzar el umbral de su oficina y cerrar la puerta. Tomó asiento y su silla de piel crujió—. Y ahora que lo confronté, confesó los pormenores de lo que hizo en conjunto con el rector.

El licenciado hizo una mueca, se retiró los lentes, se tocó las sienes. Luego abrió los ojos y los clavó en los míos.

—Mañana mismo voy a ir a la universidad y le voy a poner un susto al personal involucrado. Vas a ver cómo en cuestión de unos días tus calificaciones reales van a verse reflejadas en el sistema.

Me quedé en silencio, pero podía sentir a la perfección que mi rostro delataba dudas y sospecha. El licenciado Oropeza era un hombre bastante conservador que había estudiado con mi papá y había sido su amigo por casi treinta años. Él también era amigo íntimo del padre Molina.

—Esto que hicieron no tiene justificación, Eva. Y no voy a permitir que las creencias anticuadas de tu papá manchen el nombre de esta firma.

—Gracias —Me obligué a decir y sentí lágrimas llenando mis ojos.

Escribí mi número de celular en una libreta de notas que el licenciado tenía sobre el escritorio y la empujé hacia él.

—Sé que no es de mí de quien quieres escucharlo, Eva —dijo, aclarándose la garganta—. Pero no eres una desviada ni tampoco ninguna otra de esas cosas horrendas que te dijo tu papá.

Asentí, una lágrima escapó de mis ojos.

—Gracias —reiteré, antes de marcharme en silencio.

En el camino hacia casa de la abuela Margarita, lo único que había en mi mente eran las palabras de mi papá: «¡Te preferiría muerta, antes que desviada!»

¿Pensaría lo mismo mi mamá? ¿Pensarían lo mismo las gemelas? ¿Mi familia me prefería muerta antes que lesbiana?

Cuando llegué a casa le conté a mi abuela lo que había sucedido, y mientras narraba esa última parte, comencé a llorar incontrolablemente. Mi abuela levantó mil injurias en contra de mi papá, luego levantó el teléfono para decirle otras cuantas a mi mamá, que no tenía idea de lo que había sucedido.

—¡El malnacido de tu esposo le dijo a Eva que la prefiere muerta, antes que gay! ¡MUERTA! —gritó mi abuela—. Si no le pones un alto a ese desgraciado, se lo voy a poner yo.

Mi abuela azotó el auricular inalámbrico en su base, aunque la llamada había terminado cuando presionó el botón que dice End en letras rojas; entendí la intención perfectamente.

La abuela Margarita me preparó un té de tila y se quedó conmigo el resto de la tarde, distrayéndome, asegurándose de que yo ya no pensara en lo sucedido. Yo respondía a sus temas de conversación pero ninguno de ellos llegaba a penetrar en mi mente, todos se quedaban en la superficie mientras le seguía dando vueltas a las palabras de mi papá.

Sólo a ella | #PGP2024Where stories live. Discover now