Capítulo 41: A la derecha del padre

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La respiración pesada de mi papá, remanente de su reciente discusión con el rector, me causaba tanto miedo como su mirada.

—Tu papá está aquí porque quiere ayudarte. Aún estás a tiempo, Eva. Si te arrepientes y pagas tu penitencia, aún podemos regresarte a la gracia del Señor.

No respondí, mis fuerzas estaban concentradas en ocultar las reacciones repulsivas que aquellas palabras me provocaban.

—Eva, tu papá está dispuesto a recibirte nuevamente en su casa si te comprometes a visitar al padre Salgado una vez a la semana para que te ayude con este problema. También vamos a arreglar una visita semanal con el doctor Prado.

El doctor Prado era el consejero vocacional de la universidad; había estudiado una licenciatura en psicología después de abandonar el seminario. En pocas palabras: ni era sacerdote ni era doctor; pero aunque no usaba sotana, iba por la vida sermoneando a los alumnos usando un tono pasivo-agresivo que maridaba con pasajes bíblicos para ilustrar sus consejos.

Si había un peor escenario que tener que ver al padre Salgado, ese era ver al autoproclamado doctor Prado.

Al no conseguir reacción de mi parte, mi papa perdió la paciencia.

—¿Lo ve? —Extendió la mano hacia mí, con la palma hacia arriba—. Su mamá y yo ofrecimos ayudarla, pero ella se niega. Le dimos exactamente las mismas opciones que usted acaba de plantear y ella las desecha como si fuesen las cosas más ridículas que ha escuchado.

Quizás fue el tono iracundo de mi papá, que a esas alturas rayaba en lo risible, o la acumulación de acusaciones y amenazas, no lo sé, pero algo en mi interior se encendió como la mecha de la dinamita y no pude contener mis palabras.

—Porque eso es precisamente lo que son —Logré decir sin que en mi voz se notara mi enojo—. No estoy enferma ni poseída. Ninguna de sus soluciones va a cambiar mágicamente lo que soy.

—¿Lo ve? —preguntó mi papá nuevamente—. ¡Es imposible hacerle entrar en razón!

—Aquí es donde nuestro Señor nos pone a prueba —aseguró el padre, sosteniendo su palma abierta hacia mi papá, indicándole un «alto» silencioso, con voz tranquila y temple aparentemente sereno—. Eva, esto que crees que eres es solamente una ilusión. Caíste en una trampa de Satanás, que va más allá de ti y de tu entendimiento; tus papás y yo solamente queremos ayudarte, traerte de vuelta al camino del bien. Todos queremos lo mejor para ti.

—Lo que es mejor para mí, lo decido yo —respondí.

Por desgracia esas palabras sonaron más como el berrinche de una niña, que como la petición honesta de un adulto.

—No tienes ni la menor idea de lo que es mejor para ti —El reclamo de mi papá sonó como un berrinche más pronunciado que el mío, con la diferencia del asco que no intentaba disimular cuando me hablaba.

El sacerdote, una vez más, sostuvo su palma abierta hacia mi papá y habló con tanta serenidad, que me pareció estar presenciando el truco de dominio mental de un maestro Jedi.

Mi papá interrumpió su propio discurso y guardó silencio para dejar hablar al rector.

—Lo que es mejor para cada uno de nosotros solamente lo decide el Todopoderoso con su infinita sabiduría y su plan perfecto para cada criatura —Su dedo índice había permanecido apuntando hacia el cielo mientras que los otros tres se envolvían sobre su palma y el pulgar los rodeaba ligeramente—. Algunas veces no logramos entender ese plan; nuestras mentes limitadas y nuestros corazones frágiles son engañados fácilmente —Levantó una ceja y giró la muñeca de modo que entonces su dedo índice apuntase hacia el suelo.

Me puse de pie en silencio; los ojos de ambos sobre mí. Respiré lentamente, midiendo si las palabras que estaba a punto de pronunciar sonarían tan coherentes como dentro de mi cabeza.

—Le agradezco su preocupación, padre —Hice una pausa para asegurarme de estar aún en control de mis emociones—. Comprendo que está convencido de que su verdad es la única; no puedo culparle ni le juzgo por su sistema de creencias, pero del mismo modo le pido que no me juzgue por las mías —Sin darle tiempo a responder, me seguí de largo aunque le vi abrir la boca—. No comparto ninguna de sus opiniones y no deseo ser salvada de lo que considero que es lo mejor que me ha pasado en la vida.

Aquello último era mentira, ser homosexual no era lo mejor que me había pasado, hasta entonces solamente me había traído sufrimiento, rechazo y problemas; sin embargo, el amor que llegué a sentir por Hope y la felicidad que llegué a conocer al lado de Sofía no se comparaban con ninguna otra cosa que hubiera sentido.

El tiempo con cada una de ellas sí había sido lo mejor que me había sucedido y algo por lo que valía la pena luchar con uñas y dientes.

El suspiro exasperado de mi papá no me interrumpió del modo que él hubiera deseado.

—No voy a ir a citas semanales ni con el sacerdote ni con el consejero vocacional; si eso me va a traer consecuencias, le recuerdo nuestra conversación de hace unas horas —Me detuve, antes de que el temblor de mi voz fuese imposible de disimular. Volteé hacia mi papá y le sostuve la mirada.

—Eva... —dijo el padre Molina aún con tono suave.

—No, padre. Esta conversación se terminó, ahora sí —Sin dar oportunidad a una respuesta, me dirigí a la puerta y la abrí casi violentamente. Al salir, estuve a punto de atropellar a Lourdes, lo que me hizo sospechar que la muy entrometida había tenido la oreja pegada a la puerta todo ese tiempo.

Temblorosa al verse descubierta, bajó la mirada y se hizo a un lado.

Mientras me alejaba de ahí, comencé a sentir un ardor agudo en el estómago, presintiendo que ese no había sido el final de la conversación. El rector y el abogado más temible de mi familia tenían un gran poder en conjunto; yo no tenía nada, ni siquiera poder sobre mis emociones.

Estaba convencida que aquel dúo encontraría un modo de someterme a su voluntad, pero no sospeché a qué grado llegarían con tal de quebrantarme.

••●••

—Presiento un plan malvado en el futuro cercano de esta historia —dice Mauricio, mirando su reloj y poniéndose de pie de inmediato—. Pero por desgracia, eso tendrá que esperar hasta mañana. Tengo un nuevo paciente para los lunes a esta hora.

—¿Soy la única paciente a la que visita todos los días, doc? —Eva, al parecer intenta sonar coqueta, pero a Mauricio más bien le suena como que se siente halagada.

—Así es, eres la única que tiene ese privilegio.

—Eso quiere decir que estoy peor que los demás ¿verdad? —pregunta, abandonando súbitamente su tono juguetón.

Mauricio sonríe —No, pero debido a la delicadeza de tus circunstancias, mientras más rápido podamos determinar lo sucedido, será mejor para todos los involucrados.

Eva asiente.

—Nos vemos mañana, Eva.

—Mañana yo llego a su consultorio, doc —dice ella, con bastantes ánimos—. Mi limo me puede dar un aventón.

Mauricio sonríe y se retira.

Sólo a ella | #PGP2024Where stories live. Discover now