Capítulo 39: Intervención a gran escala

Start from the beginning
                                    

No. Me negaba a creer que Camilo estuviese tan desesperado como para concebir posibilidades así de absurdas. En el primer escenario tendría que considerarme una verdadera estúpida para regresar a los brazos de quien planeó un complot en mi contra; en el segundo, que sólo puedo conocer gente dentro de la escuela; y en el tercero, que su grado de ignorancia era tal, que pensaba que mi orientación sexual era electiva.

—Alicia me lo dijo en la primera clase —dijo Ana—. En cuanto me confirmó que la información la había obtenido de Camilo, fui a reclamarle. No vas a creer lo que el muy imbécil me respondió cuando le pregunté por qué andaba pregonando tu vida privada.

Ana me miraba como si en verdad esperase que yo intentara adivinar las palabras de Camilo. Al no obtener respuesta de mi parte, continuó:

—Me dijo que ésta era una intervención a gran escala, que quizás al ver el daño que le estás haciendo a todos tus seres queridos, amigos y conocidos, entenderías que necesitas buscar ayuda.

«Por supuesto», pensé. Camilo, ante sus propios ojos, jamás haría algo para dañarme. Todo lo que hacía, por ridículo o cruel que fuera, era con intención de ayudar.

Camilo podía ser estúpido a veces, pero no malo.

—¿Qué quieres hacer? —preguntó Ana—. ¿Quieres que te saque de aquí? ¿Quieres que vaya a romperle los testículos a Camilo?

—No —respondí—. Ya perdí demasiadas clases ayer. Y ahora perdí incluso a mi equipo de trabajo, así que tengo que regresar y hacerle frente a ese manojo de puritanos hipócritas. Pero gracias por la imagen mental de Camilo adolorido de la entrepierna.

—Si me necesitas, llámame y te saco de aquí cuanto antes —dijo, con la determinación de un guardaespaldas en servicio.

Le agradecí el ofrecimiento y después regresamos juntas al edifico. El resto del día, las miradas y los murmullos me siguieron por los pasillos y en cada una de mis clases. Nunca había encajado en ningún lugar, eso lo supe desde pequeña, pero el grado de rechazo que estaba experimentando en esos momentos iba más allá de cualquier territorio conocido.

Antes de mi última clase, Sofía me interceptó en el pasillo.

—Eva —dijo, y pude ver la angustia en sus ojos—. Lamento mucho todo esto.

No respondí. Nada de eso era su culpa y no comprendía por qué estaba tan afligida.

—Si no te hubiera metido conmigo al probador...

—No es tu culpa —Le aseguré—. Esto lo hizo Camilo.

Entonces temí que los chismes también le estuvieran afectando. Me había encerrado tanto en cómo me afectaba esto, que no había pesado en ella.

—¿Te metió en problemas a ti también?

Ella negó con la cabeza —No. Anda diciéndole a la gente que te descubrió besando y manoseando a una chava, pero nunca les dijo mi nombre, tampoco aclaró que soy alguien de la escuela.

—Entonces no les demos razones para que sospechen de ti —propuse, alejándome un par de pasos de ella.

—Eso me tiene sin cuidado, Eva —aseguró, tomándome del brazo para detenerme.

—Sigamos con nuestro acuerdo, ¿sí? —pedí, con un tono apenas más audible que un murmullo—. Que en la escuela nadie nos vea juntas. Es lo único que puedo hacer para protegerte.

Ella asintió.

—Te llamo en la noche —prometí antes de alejarme tan rápido como lo permitieron mis piernas.

••●••

—Yo sabía que no debía darle importancia a lo que los demás decían. Siempre lo he sabido, pero a veces es difícil ignorar la avalancha de abuso verbal —dice Eva.

—Hay un límite para lo que uno puede ignorar —responde Mauricio, recordando algunos episodios de su propia vida—. Es cansado levantarse diariamente a enfrentar un mundo predominantemente discriminatorio.

—Ana, mi abuela y Sofía me aseguraron que sería cuestión de días para que la novedad se diluyera y entonces la comunidad universitaria voltease los ojos hacia un nuevo chisme —Eva bebe un poco de agua.

—¿Pasó mucho tiempo para que se cansaran de maltratarte?

—No. Con los exámenes finales a la vuelta de la esquina, pronto tuvieron suficiente distracción y se olvidaron de mí.

La enfermera Berta entra a la habitación después de tocar. En sus manos, trae una bandeja con varios instrumentos médicos.

—¿Hora de retirar las grapas? —pregunta Mauricio, señalando la mano de Eva.

Berta asiente, Eva también.

—Suerte —dice él, mirando a su paciente—. Nos vemos mañana.

—Gracias, doc. Nos vemos mañana.

Sólo a ella | #PGP2024Where stories live. Discover now