PRÓLOGO

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Anastasia Weinhooth

Un hombre frente a nosotros no para de llorar,  pide perdón, con desespero, ¿por qué pide perdón? ¿A quién le pide perdón? Dios lo abandonó cuando lo puso en nuestro camino.

Las personas que ven a sus ojos son juzgadas. Son culpadas. Son maldecidas.

Trago saliva pensando en el hecho de que debo verla a los ojos... Tengo una carga encima, tengo una cadena en el tobillo, y cada que la veo siento un nuevo eslabón en ella.

Mi hermano observa al hombre frente a él, siente compasión por el ciervo que será sacrificado. Lo veo por el rabillo del ojo, lo disimula bien, pero puedo ver como una gota de sudor rueda por su patilla, si pudiera leer mentes aseguraría que está diciéndose a sí mismo: es él, o somos nosotros.

—Veanlo a él, no a quién tienen al lado niños —sus palabras impactan en mí como un viendo gélido, la piel se me pone de gallina haciendo que me enderece.

¿Qué control y poder debes tener, como para que con tan sólo oir tu voz... Todos tiemblen?

Centro mi vista en el objetivo. Somos unos niños, nosotros no deberíamos presenciar esto.

Sin tener aquella mano fría sobre mí, siento que me agarran la cabeza, que me abren los ojos y me obligan a ver al hombre sollozando como un niño en la silla, buscando desesperadamente ayuda, ayuda que no obtendrá, aunque se flagele a si mismo.

Nosotros no somos como ellos, nosotros no somos como ellos. Es algo que me repito cada hora, cada día, cada noche e instante en el que estoy en esta maldita habitación.

Nosotros no somos como ellos, pero debemos actuar como tales o ser otra víctima más en las manos de aquella a la que llaman "matriarca", a la que llamo "abuela"...

Oh dulce abuela...

Mi hermano se prepará, cierra momentáneamente los ojos, toma una bocanada de aire...  Nosotros no somos como ellos... Saca de su traje un arma cargada, el hombre en la silla grita, pidiendo auxilio.

Nosotros no somos como ellos.

Mis uñas se clavan en las palmas de mis manos, sé lo que viene; el deseo de ayudar está ahí, pero siento mis pies pesados, siento que estoy en uno de esos sueños donde necesitas huir, actuar, pero tu cuerpo se niega a obedecer.

Quita el seguro del arma, apunta al centro de la frente del hombre, siento que me quedaré sin audición por lo alto de sus súplicas. Se pregunta que hizo, que daño hizo, a quien hirió.

La pregunta es tan vil como el resultado de esto.

Veo hacía atrás, allá está ella, sentada con una sonrisa, los gritos y pedidos de auxilió son música para sus oídos, para los míos son un desgarre, una tortura...

Volteó a ver al hombre nuevamente, mejor verlo morir que ver al lobo que luego se degustará con su cadáver.

El arma suelta la bala que da fin a su martirio, y por fin puedo soltar la respiración que no sabía que estaba conteniendo. Los gritos cesan, sus gritos son apagados, pero en mi mente alguien corre pidiendo ayuda, gritando y repitiendo lo mismo una y otra vez: eres peor que ellos.

—Gracias, mis niños. Han hecho un buen trabajo, mañana lo volveremos a intentar — los tres miramos a la anciana, ella nos ve con ojos abrillantados, orgullosa. Sus ojos grises paran en mí, un frío, un frío glacial pasa por mi espalda... Que no lo diga—. Mañana será tu turno, me harás sentir tan orgullosa como tu hermano. Tú nunca me decepcionas mi cielo.

Se retira seguida de sus guardias, sin olvidar recordarnos que debemos limpiar la sangre en el piso...

Que extraña y retorcida crianza...

Mi hermano, vuelve la vista al cadáver, la muerte me ha parecido confusa, pero no quiero entenderla si se ve como el rostro que tiene mi hermano.

Me arrodilló levantando la falda de mi vestido, mis rodillas sienten lo pegajosa que es la sangre, respiró profundamente, debo acostumbrarme a esto.

Sin darme cuenta, estoy llorando mientras desamarro las piernas del desconocido. Su cuerpo sigue caliente, su cuerpo sigue teniendo ciertos reflejos que me hacen querer vomitar, ver al rostro de la muerte no es algo agradable,  pero es algo que nosotros, los Weinhooth, hacemos cada día

Nosotros somos los que llevamos está desgracia a las personas, está es la maldición.

Tengo que saber y tener muy en claro, que mi apellido es sinónimo de mal augurio. A donde vaya un Weinhooth la maldad lo acompañará, Dios fue reemplazado por una mano negra, por una presencia siniestra que siempre me susurrara al oído.

Sé lo que me dice mientras limpio el piso con una toalla: manchas ese vestido, y sentirás lo que es que te arranquen una uña, sin anestesia. Sacudo mi cuerpo evitando pensar eso, pero el dolor hace presencia en mi espalda, siete latigazos en la espalda por no sentarme derecha.

Disciplina. Eso es lo que ella dice.

Dejamos el cadáver en una mesa de aluminio, me entregan un cuchillo con el que inició las primeras incisiones en el cuerpo sin vida, Cold me ayuda y ve como corto el cuerpo del hombre.

Las mujeres que preparan a los muertos están frente a mí, cantan una canción que no entiendo mientras corto al hombre; dicen que es para relajar el cuerpo, los músculos se tensan después de pasar por tanto estrés, así que se debe cantar para que sean más fácil de manejar.

Mientras mis manos trabajan ágilmente, y mis oídos tratan de bloquear los cantos, mis ojos no paran de botar lágrimas, lágrimas silenciosas. Lágrimas prohibidas. Siento asco. Siento miedo. Siento que quiero salir corriendo, gritar y gritar hasta quedarme sin voz, pero... ¿Cómo hacerlo si a donde voy hay alguien detrás de mí?

El cadáver ahora sólo es cumulo de extremidades, y ahora, alguien me da un beso en la mejilla diciéndome que hice un buen trabajo, y que mi vestido está limpio, ¿Me debo aliviar?

Bienvenidos, un nuevo año un nuevo libro❣️.
El libro tendrá capítulos cortos, trataré de que tengan toda la información posible, toda la necesaria, pues aquí se vendrán muchas cosas que no se imaginarán.

Annie está de vuelta🍓✨

Lost Souls Where stories live. Discover now