Capítulo 35: El retiro en Celestún

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A mi derecha, el litoral se extendía hacia adentro del mar casi del mismo modo que lo hacía el muelle, y en su punta pude distinguir una torreta que hacía la función de un faro; era metálica y de aproximadamente unos seis metros de altura.

Caminé hacia ella y la contemplé desde abajo, preguntándome si podría subir y bajar sin sentir vértigo. Decidí que sí, así que, con mucho cuidado de no cortarme o perforarme la piel con el metal cubierto por múltiples capas de óxido, la escalé hasta llegar al descanso.

Miré hacia abajo: no había vértigo. Suspiré, aliviada. «¿Qué iba a hacer conmigo misma si sí hubiera tenido un ataque de vértigo?», pensé: «¿quedarme aquí hasta que algún pescador me rescatara?».

Me reí para mis adentros, levanté el rostro y disfruté de la caricia que la brisa dejaba sobre él mientras se colaba por mis cabellos. El sol aún no se ponía, pero la luna ya podía verse: grande y hermosa, aunque daba la apariencia de ser semitransparente.

Algunas estrellas también comenzaron a salir aunque el cielo aún no estaba oscuro. Pensé en los antiguos exploradores, en los navegantes de antaño que se aventuraban a lo desconocido. Pensé en que a miles de kilómetros en esa dirección, se encontraba la Florida y que, de seguir subiendo por carretera, uno podría llegar hasta Toronto.

Me pregunté si el cielo estaría despejado ahí y si Hope estaría siendo observada por esta misma luna que me miraba fijamente.

Hope.

Había pasado un tiempo considerable desde la última vez que había pronunciado su nombre, incluso para mis adentros.

—Si vas a hacer tu interpretación de Kate Winslet, no esperes que yo haga la mía de Leonardo DiCaprio; ten en cuenta que esto es un faro, no el Titanic —dijo una voz dulce y coqueta.

Ahí estaba, por fin, la dueña de los ojos grandes y expresivos; la chica de la mirada sostenida y los colochos largos, parada al pie de la torreta, mirándome.

—Ya tengo suficientes razones para irme directito al infierno —respondí, tratando de mantener una fachada tranquila que ocultara el gusto que me provocaba verla—, como para agregar suicidio.

—Y además no queremos que te conviertas en planta y las Harpías se coman tus hojas, ¿o sí? —respondió, mientras escalaba.

¡Ah! Una referencia directa a La divina comedia, eso me garantizaba por lo menos un tema de conversación.

—Más razones para permanecer de este lado de la baranda —Le ofrecí mi mano para ayudarle en el último tramo que le faltaba por subir.

Al llegar al descanso, no soltó mi mano sino que la estrechó.

—Sofía —dijo.

—Eva —estreché su mano firmemente, pero la dejé ir con cierta lentitud, aprovechando para acariciar su dorso con mi pulgar. Su piel era tan suave como la imaginé en las fantasías que me había tomado la libertad de tener desde la primera vez que la vi.

—Sé que los eventos del retiro son muy aburridos —aseguró—, pero tampoco están tan mal como para orillar a nadie a lanzarse al océano.

—Añade varios altercados familiares, una crisis de identidad y un corazón roto, y quizás entiendas mis motivaciones.

—Problemas con la familia los tenemos todos, así que eso no cuenta —Negó con la cabeza, sonriendo—. Las crisis de identidad no duran mucho —Encogió los hombros—. Y la parte del corazón roto se puede aliviar muy fácilmente —levantó una ceja repetidamente.

Sonreí mientras me sentía sonrojar. No estaba acostumbrada a que alguien me coqueteara de una manera tan descarada.

—Conveniente que nos hayamos encontrado aquí, lejos de los puritanos irremediables —dije, en un intento poco sutil de determinar si estaba leyendo sus señales correctamente.

Sólo a ella | #PGP2024Where stories live. Discover now