Capítulo 1: Historia perdida

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Desde muy joven la muchacha sabía lo que le esperaba y sin embargo, eso no impedía que se convirtiese en la alegría de todos. Creció como una mujer intrépida y audaz. Amaba a todas y cada una de las criaturas que habitaban el pueblo y sus alrededores, alegraba el corazón de su angustioso pueblo y los llenaba de esperanza, preparada, para el momento en que aquel dios descendiera y fuera en su búsqueda. El momento llegó a sus dieciséis años. El viento sopló al igual que aquella mañana y el silencio lo opacó todo, pero había algo que no calzaba, algo distinto: las personas ya no tenían miedo. La gente estaba reunida junto a la joven, desafiando a la bestia de imponentes ojos.

Desconcierto para el dragón que los individuos estuvieran tan decididos a protegerla, y ella, sin un ápice de miedo u rencor en esa mirada azul y profunda como el océano. Al contrario, había amor, ella había visto en lo más profundo de su corazón de lo que él mismo fue capaz alguna vez. Nadie vio venir aquello. En la historia, nadie, jamás se había atrevido a proferir tal insolencia: golpear a un dios. Aquel puñetazo fue tan inesperado y pesado que le hizo caer al suelo pasmado y perdido en esa mirada oscura. No cabía en sí mismo la sorpresa, aquella chica sonreía sintiéndose orgullosa de lo que acababa de hacer.

-"Me hiciste esperar demasiado tiempo, estúpido" - Murmuró mientras le tendía con dulzura una mano.


Aquel que era tan temido, símil a un niño avergonzado, corrió velozmente al bosque escuchando las risas del pueblo a medida que se alejaba.

En los días que pasaban aparecía de vez en cuando, escondiéndose entre las casas, mirando desde lejos, a la mujer que se suponía era su esposa. Nunca pensó que por algo tan patoso realmente llegaría a enamorarse de una mujer, de una humana. Contadas veces fue descubierto y no supo qué hacer con sus nervios cada vez que se encontraba con esos ojos azules. Se había preparado para encontrarse con una mirada oscura, igual a la de su padre, pero esos ojos que había heredado de su madre le dejaban sin aliento. En cada nuevo amanecer, se volvía una parte más del pueblo, aprendiendo cosas nuevas, y enseñando otras cuantas.

Estaban comprometidos desde antes que ella naciera, pero nunca nadie esperó que realmente llegasen a sentir amor el uno por el otro. La oscuridad que rodeaba el mundo de ese dragón había desparecido gracias a las ocurrencias y constantes juegos de Lynae. Las personas dejaron de temer a ese Dios y pudieron verle como realmente era.

Alguien solitario.

Cumplidos los veinte años, se arreglaba llena de orgullo y felicidad con el vestido de su madre. Desbordante felicidad aguardaba por tan preciado momento, incluso su padre, que había odiado por tanto tiempo ese destino, sonreía ameno ante el acontecimiento que acaecía a la luz del cielo. Lynae y aquel dios se unían en matrimonio, y por algo más fuerte que una predicción. El pueblo en su totalidad festejó, y años después, cuando tuvieron su primer hijo: la prueba viviente de la dependencia del pueblo, el hijo del Dragón, Jackson.

El milagro. Ese blanco niño de ojos cielo y cabello castaño crecía a pasos agigantados, volviéndose una conexión entre los humanos y los dragones. De su padre aprendió la lengua de las bestias, y de su madre lo humano.

En sus ojos, podía notarse la herencia de dragón en forma afilada y un color que solo los dioses eran capaz de crear, y al admirarlos, muchos decían que en sus ojos se podía ver el siguiente invierno. Había heredado la blanca piel de su padre y algunas zonas escamosas en su espalda, manos y junto a sus ojos; las zonas azuladas de escamas casi parecían haber sido pintadas. De afilados colmillos, sus uñas crecían con rapidez y dureza, como garras, no obstante, fuera de esos detalles, era un niño normal, llevaba poco de aprender a caminar y aún no terminaba de aprender hablar.

La tranquilidad reinaba esas tierras, pero algo tan bueno no puede durar para siempre. Eso es el destino.


Una oscura noche la aldea se llenó de gritos desgarradores, las casas ardían en llamas, y la gente corría de un lado a otro. No comprendían por qué los dragones atacaban. De un momento a otro se habían vuelto agresivos, lanzaban fuego a diestra y siniestra, alzaban a los aldeanos y los dejaban caer en pedazos. Hombres y mujeres pelearon fervientemente para proteger aquello que amaban, pero no quedó esperanza cuando aquel Dios perdió la cabeza y comenzó a matarlos a todos. Lo último que pudo ver Jack fue sangre y fuego rodeando todo, temblando de frío entre los brazos muertos de su madre. Él también podía escuchar ese sonido, pero no alcanzaba a comprenderlo, algo decía, le ordenaba, pero era demasiado joven. Un dragón joven le salvó de aquella destrucción y lo alejó hasta que las llamas se extinguieron y las bestias se esfumaron, pero cuando eso sucedió, ya no quedaba nada que pudiera salvar.

Humanos y Dragones murieron esa noche, no había ninguno que pudiese explicar el por qué, seguramente no lo entendería, y tampoco quería hacerlo, lo único que le apetecía era dormir entre los cálidos brazos de sus padres, ambos ahí, manchados de rojo en el suelo, fríos e inmóviles. Ya no quedaba nada en ese pueblo fantasma para el joven hijo de Dragón.

Protegido por una bestia blanca y negra, el pequeño se mantuvo seguro y oculto en las montañas, hasta que fue suficientemente fuerte como para entender lo que había sucedido.

"Dragones controlados por malas personas, hacen cosas malas"

Jack creció y con él su leyenda: "El Demonio de Hielo" buscaba venganza y no se detendría hasta encontrar y eliminar al hombre que había corrompido los corazones de su familia.

//comenzó la historia con un cambio de planes y posiblemente más de tres capítulos.
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El hijo de DragónWhere stories live. Discover now