Capítulo I: La única Lady de la casa

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—Mi señorita se ve mejor, en verdad no desea que le preparemos un té o chocolate.

—Estoy bien Allesha, solo fue un sueño algo triste, por eso comencé a llorar y me salí de control —calmó la joven que estaba frente al espejo mientras la dama de servicio arreglaba y decoraba su cabello.

—De acuerdo mi niña —dijo algo indecisa la muchacha de cabellera negra, mientras terminaba de colocar un hermoso broche de zafiros y plata—. Quedo deslumbrante niña Marinette, en verdad será la lady más bella del debut imperial.

La mujer frente al espejo y solo subió sus comisuras.

Marinette.

Ese volvía a hacer su nombre después de años de querer ni escucharlo, joven de cabellera negra azabache como el cielo azul; solía decir su madre, ojos azules como zafiros preciosos; decía su padre, y aura tranquila e inocente; eso diría su abuelo.

Después de largo tiempo viviendo en otra vida ella volvía a esa apariencia, la apariencia que tenía en su primera vida, una vida de la cual deseo escapar a través de la muerte.

Cuando abrió sus ojos nuevamente pensó en que habría vivido un día más en aquel mundo al cual había migrado desde su muerte, esperaba ver de nuevo el rostro de aquellas cálidas enfermeras de la atendían mientras estaba en el hospital y de niños que veían a leerle.

Ella en verdad esperaba eso.

Pero no sucedió, cuando abrió los ojos lo primero que vio fue un emblema que conocía mejor que nunca, el emblema de espadas cruzadas en medio de un lirio.

El emblema del ducado Dupain-Cheng.

Ella había vuelto al mundo de su primera vida.

Había vuelto a ser Marinette Dupain-Cheng, la única hija del matrimonio de Tom Dupain y Sabine Cheng.

Por aquella revelación lo primero que hizo fue llorar, llorar con fuerza y dolor, porque tenía que regresar a ese oscuro mundo del cual no quería saber nada, tanto fue su llanto que hasta sirvientas que veían a verla para cambiarla se asustaron al verla así.

Y se asustaron aún más cuando ella les grito que salieran, que la dejaran sola.

Todo ello en primeras horas de la mañana, siendo más calmada con el pasar de las horas, Marinette volvió a llamarlas, pidiéndoles disculpas y que perdonaran su exabrupto, que había tenido una horrible pesadilla y que aun sentía esa horrible sensación.

A lo cual, ganándose la simpatía de su servidumbre, las jovencitas entendieron y comenzaron a intentar animarla y arreglarla, enterándose así que había regresado en el tiempo a una semana antes de debut en sociedad, es decir que apenas tenía dieciséis años.

Algo que la animo un poco, pues le había dado tiempo de analizar muchas cosas mientras arreglaban y jugaban a la muñeca con ella.

La primera, aun su abuelo y nana estaban vivos.

La segunda, aún tenía tiempo de escapar del horror que la esperaba.

Y, finalmente la tercera, podría cambiar su destino.

No volvería a morir en esa celda, ni mucho menos a que hicieran de ella lo que les plazca, si algo le quedaba de su segunda vida eran las ganas de ser feliz y hacer feliz a seres que la apreciaban.

Eso haría sin importar nada, incluso si se trataba de guardar aún más profundo sentimientos que la persiguieron hasta en su segunda vida.

[...]

— ¡Vida mía, estas hermosa! —gritó su nana Alondra mientras ella corría a abrazarla y ella contestaba su abrazo más fuerte sin soltarla—, vaya, al parecer si fue fea la pesadilla que tuviste que me abrazas efusivamente.

Al Dulce Sabor de VivirWhere stories live. Discover now