III.

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Una fuerte jaqueca me hizo abrir los ojos de pronto. Respiré con cierta agitación, recobrando el aliento.

Me incorporé, sentándome y recuperando la nitidez de mi vista, encontrándome otra vez con mis largas piernas y mis Converse. Pero había un detalle, uno que no noté en primera instancia. A mi alrededor, todo era destrucción.

Si, parecía como si un terremoto hubiese irrumpido en la festiva ciudad, pero eso no era lo único inusual. Todo tenía una apariencia acartonada y extraña, que por mi aún falta total de consciencia no podía identificar bien, pero era muy notorio que algo no era normal.

Tenía la sensación de estar soñando, de ver un mundo onírico y alterno al lugar en el que me hallaba antes de caer inconsciente. Se dice que para saber si éstas soñando hay que tratar de verse las manos, y si las ves difusas es porque estás en un sueño. No sé porque, pero tal leyenda urbana me vino a la mente justo en ese momento, por lo que al poner mis manos frente a mi rostro, ví con asombro mis palmas salpicadas de varias manchas de sangre, pero al acercarme más noté en estas manchas restos de carne y huesos, diminutos cadáveres reventados y adheridos a mi piel.

Presté atención a los sonidos que me rodeaban. Llantos, gimoteos nerviosos y algún que otro grito ahogado. Entonces miré con curiosidad a mí alrededor, solo para encontrarme con la deliciosa realidad. Todo era tan, pero tan pequeño.

Una sutil sonrisa se coló en mi rostro, siéndome imposible disimular la satisfacción que me daba ver que las cosas salían como las había planeado.

El verdadero pánico entre la población tuvo inicio cuando me levanté, sacudiendo la tierra bajo mis pies y quebrando el asfalto con mi peso. Al incorporarme comprobé que mi altura era tal que superaba a cualquiera de los edificios más altos del lugar. Era como estar en medio de una extensa maqueta de minúsculas proporciones, con réplicas tan detalladas y perfectas, pero no era ninguna maqueta, se trataba de la ciudad.

Aquellas pequeñísimas siluetas humanoides irreconocibles a mi vista que corrían desesperadas tratando de alejarse lo más posible de mí, quizá sin saber que desde mi perspectiva, su correr frenético no los alejaba en absoluto. Mi primer paso hacia adelante provocó una onda expansiva que hizo caer a varias de las personas que estaban cerca. Cuando avancé más me percaté de que mi caminar provocaba cráteres agrietados en el suelo, y en algunos de ellos se apreciaban los grotescos e irreconocibles restos de aquellos cuyas vidas se habían extinguido bajo mi ser. Cierta culpa incómoda martillaba mi consciencia al pensar en el pánico que sintieron esas desdichadas almas al verse en tal situación. La desesperación, la impotencia al correr llevando el cuerpo al límite, en una lucha inútil por salvar sus vidas, solo para perecer segundos después, transformándose en sucias motas guindas bajo mis suelas de goma. La sensación de acabar con tantas vidas simplemente caminando, era extrañamente agradable y erizaba cada vello de mi cuerpo. Apenas me era posible percibir el insignificante sonido de los gritos histéricos que ocurrían varios metros ahí abajo.

Es verdad, yo no podía comprender cuan aterrador era el panorama desde la perspectiva de los presentes, ni siquiera podía tener una idea en aquel momento de que tan terrible era su temor y sufrimiento. Pero desde mi punto de vista, era un mundo de exquisitas posibilidades.

CiudadesWhere stories live. Discover now