𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐐𝐔𝐈𝐍𝐂𝐄

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fingir para sobrevivir




𝐀𝐁𝐑𝐈 𝐋𝐎𝐒 𝐎𝐉𝐎𝐒 𝐘, 𝐃𝐄 𝐑𝐄𝐏𝐄𝐍𝐓𝐄, me encontré con la ciudad de día y, como un extra, la calle Aldaya en frente. Soñé mucho durante estos últimos días; no podría decir qué es lo que significa cada una de las visiones. Sostengo que, desde que conocí a Barkai, caí en alguna trampa de la cual no tengo la intención de salir.

Me invitaron por primera vez a ver un ensaño en el 700'Club. Recibí la "convocatoria", y me sentí mucho más nerviosa que en Deep Purple. Volví de lo que ocurrió tras la finalización del concierto en una cortina de humo dentro de mi mente. Sobre eso, lo incierto, puse puntos suspensivos sobre ese renglón.

Antes de entrar, giro a ver la cruz y al último coche andante en la avenida; un hombre canoso va al volante y maniobra como un piloto hasta doblar. El transcurso del día sigue con normalidad para todos, menos para mí. Se me ocurre que en cualquier momento puedo cambiar la marcha y devolverme a mi cuarto; el sentimiento de comodidad que nace al igual que una planta muy tímida se me sigue haciendo extraño.

En eso se resumirían los días: en oleajes colectivos que me dejan sin libre albedrío; hasta cierto punto. Nunca se me hizo difícil alejarme sin dar explicaciones. Está ahí, y me refiero a esa decisión. Pero, es cuestión de saber aguantar las cosas, y no de acostumbrarse. Tan sencillo. Sobre este caso, lo dudo. Es fácil saber cuándo los malos recuerdos rozarán la luz. Estos laberintos, de día o de noche, conservan el mismo aspecto. Surge algo funesto al cruzar por delante de la puerta de ese cuarto. Por dentro de esa oscuridad, digo con convicción, se esconden lágrimas antiguas y calladas. Y todo se ve tan vacío, donde seguramente habitaron —habitan— trozos de sus pensamientos inaccesibles.

Nuestro encuentro y casi nula interacción en Deep Purple acabó en un punto y coma, después de haberle empujado cuando en mi cuerpo las emociones me iban asfixiando. Soslayé todo mi miedo al regresar a la sala y encontrarme con el mundo. Olí el humo del tabaco y me distraje en esos hediondos y ácidos ambientes perfumados. Supe que, aunque doliera mil infiernos, debía tratar de aparentar hasta regresar a mi habitación y cerrar la puerta.

Todavía tengo el cuello herido de lo mucho que refregué la esponja en el baño y la ducha se convirtió en un estanque de agua que prometía quitarme el veneno. Así quedó mi expresión desde ese día, mucho más seria que de costumbre. Seguía anulándose mi capacidad de hablar, de ser común, de volverme más amigable.

—¿Se te perdió algo dentro del cuarto o qué demonios es lo que tanto miras? —pregunta de mala manera. Intuyo que me quedé varada aquí por mucho tiempo; tanto, que Barkai llegó de sorpresa como siempre lo hace. Todo lo que recordé en un instante se desdibuja, y escucho el clic de algo cerrándose antes de volver a moverme.

Él está a unos cuantos metros, con su guitarra y amargor. Puedo llegar a decir que hoy no viste su chaqueta de tachuelas plateadas, pero sí un remerón con el nombre Twisted Sister escrito con letras blancas.

—Me perdí... —barboteo. Los agonizantes habitantes de sus ojos me analizan en silencio bélico, como los verdugos que estarán proponiendo la fecha de mi juicio por ser una gran mentirosa.

—¿Perdida? Ya veo. Llegué a pensar que tal vez la inmundicia del cuarto te hizo recordar algo repugnante —Está siendo sarcástico, o creo. No sé por qué razón; con él debería dejar de buscarle el sentido a las palabras.

—Me perdí —vuelvo a repetir un poco más tranquila, ignorando mi alteración. Me uno al escozor bajo mi piel y contemplo la visión de esa luna agujereada que se resguarda del día aquí dentro, recargando su peso en la pierna izquierda y sosteniendo la guitarra del clavijero. Da la impresión de que es muy pesada, pues la punta de sus dedos se ve blanca.

𝟕𝟎𝟎'𝐂𝐋𝐔𝐁 | 𝗹𝗲𝘃𝗶 𝗮𝗰𝗸𝗲𝗿𝗺𝗮𝗻Donde viven las historias. Descúbrelo ahora