Día 2

100 8 0
                                    

Me desperté.

Estaba sola en una cama doble que no era mía, bajo un techo que no era el de mi casa.

Lo reconocí y, de repente, lo recordé todo: el trayecto, el niñato, la hoguera, la pizza...

El móvil.

Giré la cabeza rápidamente y lo comprobé. No había notificaciones.

Un poco más aliviada, me senté deprisa y apoyé la cabeza sobre las manos. ¿Qué demonios estaba haciendo allí? Si quería desestresarme debería haber avanzado con mis obligaciones, no apartarlas durante una semana.

La habitación cada vez se me hacía más pequeña. Las mantas las sentía como cadenas y me faltaba el aire. Me puse en pie y comencé a sacar ropa de la maleta intentando no pensar.

Necesitaba dar una vuelta.

Me duché en tres minutos y salí con la ropa de nieve rumbo a la montaña.

No pensaba ir al pueblo, no quería ver a nadie.

...

—Hola de nuevo, Su Majestad —la voz de Jack tenía un nota asonante que quise pasar por alto cuando el calor acogedor de la casa hizo que me volviera la sangre a la cara.

—¡Vaya, has encendido la chimenea sin chamuscar la casa! —sonreí al verla —. ¿Qué tal esa quemadura?

—Bien, gracias —Jack se hallaba en el salón, sentado en el sofá en el que el día anterior se había quedado dormido, y no apartaba los ojos de la televisión. Quitándome la gran chaqueta que usaba para la nieve, vi que tenía un mando en las manos. Por supuesto, la Play. —Te he hecho el desayuno, pero ya se habrá enfriado.

Me giré hacia la mesa, donde había una bandeja con lo que parecía un té y unas tostadas sin untar. No era gran cosa, pero verlo hizo que una sensación agridulce me ascendiera del estómago al pecho y se me quedara estancada en la garganta.

—¿Cómo has sabido que desayuno té?

Tardó un instante en responder, sin dejar de prestarle atención al videojuego.

—Ah, no sé, lo he imaginado.

Mentía. No podía estar segura, pero no le creí.

Jack se había esforzado, aunque fuera un poco, pero el desayuno se había enfriado.

Evitando pensar en cómo me hacía sentir aquello, caminé a paso rápido a la mesa y cogí una tostada, era cierto que estaba fría, para comérmela mientras iba hasta mi habitación a quitarme las muchas capas de ropa que había usado para andar por la montaña.

Ya con sólo un jersey y unas mallas, volví al salón.

—Gracias por el desayuno. Voy a ducharme, pero después recojo esto y, si quieres...

—¿Sabes? —me interrumpió—, estoy cansado —pulsó los botones a un ritmo distinto y después apartó la mirada de la pantalla. La apagó y continuó: —Me voy a mi cuarto.

—Vale —respondí, sintiendo que se me fruncía el ceño. No conocía esta faceta de él, pero ciertamente era distinta. No jugaba ni hacía comentarios divertidos.

Decidí tener paciencia. Había venido a relajarme después de todo. Me ducharía, recogería y seguiría con el libro que tenía a medias y que nunca tenía tiempo de leer.

...

La mañana entera pasó sin que Jack abandonara su dormitorio. Yo leí tranquilamente catorce capítulos de mi libro junto al fuego, atenta, ¿por qué no reconocerlo?, de si Jack daba señales de vida. Cuando llegó la hora de comer y empecé a sentir un cosquilleo en el estómago, le escribí un mensaje en el móvil para saber si le apetecía que cocinase algo en concreto. Aunque odiaba cocinar, me parecía lo más justo.

Siete días conmigo (Jelsa)Where stories live. Discover now