⊱ 00 ⊰

1.5K 112 15
                                    

Un ronroneo sonoro apareció entre sus sueños delicadamente, indicándole al cuerpo cansado que ya era hora de abrir esos ojos marrón oscuro para darle la bienvenida a un nuevo amanecer. De la ventana entraban leves rayos de sol del día que parecía ser hermoso desde el primer momento.

Minho que sintió las patas de su gato sobre su torso sumado a ese agradable y reconocible peso, supo que debía abrir los ojos tranquilamente, vió la tonalidad de la luz que iluminaba su habitación casi vacía de su hogar comprobando los tonos amarillos de un día soleado.

Un suave suspiro apareció sonoro agradeciendo el buen día que hacia afuera, por alguna razón los días brillantes le daban a su corazón algo de felicidad aunque fuera vana. Y como todas las mañanas acarició a su gato saludandolo, amaba encontrarse con ese suave pelaje que rosaban sus dedos antes de salir de la cama y caminar hacia el pequeño mueble donde guardaba la comida de su mascota.

Tomó un puñado generoso y agachandose la depositó en su plato, sintiendo como frotaba su cola contra él feliz de tener a su amo a su lado, Minho lo miró con ojos brillantes y le dijo que era momento de comer mientras este maullaba mirándolo desde abajo.

Se sentó junto al plato de comida apoyando la espalda en la fría pared, sabía bien de aquella sensación de cada mañana, mientras escuchaba como su gato comenzaba a comer agradecido de su compañía. Cuando el plato estuvo vacío y Minho ya había repasado en su mente lo que diría el día de hoy, se levantó y fue a asearse.

Vistió su camisa blanca y el único traje café que colgaba de su puerta, viéndose en el pequeño espejo de su baño, peinando su cabello hacia atrás y quedándose en silencio por unos segundos viendo su reflejo en este, para finalizar tragando saliva y sacando de su bolsillo su tercer bien más preciado.

El reloj que le había dado su padre, que en el interior de la tapa yacía una dulce foto de su madre, y nuevamente las siete y cuarenta aparecían haciendo que el maestro tomara su bolso de la mesa y atravesara la sala, topandose con su segundo bien más preciado, el piano de cola que le había sido heredado.

Pasó una mano suavemente por la tapa disculpándose, pronto volvería a casa para tocar una pieza, por ahora debía volar a clases. Una vez más iba tarde, pensaba el hombre que se agachaba para acariciar a su mascota, el que tomaba el puesto número uno entre sus más preciados bienes.

"Nos volveremos a ver, no esperes mucho"

Dijo con voz suave acariciando detrás de sus orejas, su corazón palpitaba rápido sabiendo que llegaría tarde, pero este momento era mucho más importante que cualquier otra cosa.

Luego de despedirse cerró la puerta y corrió por las calles de una ciudad completamente despierta, la gran congestión de personas indicaba que lo regañarían nuevamente cuando llegara a su destino.

Tomó el camino más corto hasta aparecer afuera del recinto estudiantil, la campana había terminado de sonar hace unos segundos atrás y pudo respirar un poco más calmado sabiendo que aún habían esperanzas. Pasó junto a la oficina del director y soltó aire al no ser llamado a su oficina.

Minho se dirigió hacia su salón de inmediato abriendo la puerta sin más contratiempos, en su interior un grupo de veinte alumnos se levantó de sus asientos para darle la bienvenida, recitando un desafinado buenos días que Minho apreciaba y recibía de buenos ánimos.

El hombre se inclinó frente a sus alumnos y luego caminó a su escritorio arreglando un poco su cabello que debió desordenarse luego de la carrera, parecía que sus alumnos ya estaban acostumbrados a verlo desalineado por las mañanas, porque nunca recibía comentarios ni risas divertidas.

Until The Last Note | minsungWhere stories live. Discover now