Se preguntaba si aún así, la sacerdotisa mayor podría descansar en paz.

El viento sopló fuerte de repente sacándolo de su trance y un remolino se formó muy cerca de él, de allí salió aquella mujer que había peleado con él en la montaña, la mujer del abanico.

-Creo que he llegado tarde -Se quejó haciendo una mueca-. ¡Oye tú!

-¿Qué es lo que quieres? -La miró de mala manera.

-La sacerdotisa a la que le pertenece esta sangre, ¿dónde está?

-¿Para qué quieres saberlo? -Se cruzó de brazos.

-Tengo algo importante para decirle -Sacó una pluma de su pelo. Ella era una deidad, probablemente sabía algo que ellos no.

-¿Puedo saber qué le dirás?

-Le daré una medicina.

Y se fue.

Ella viajó en la pluma gigante, siguiendo la energía de Sesshomaru. Sabía cuales eran sus planes, al inicio pensaba que realmente su destino era solamente casarse con él pero ahora ya no le daba tanta importancia. De alguna forma servía a Irasue, y ella la recompensaba. Descubrió que era mejor mantenerse libre.

En sus manos tenía la cura para evitar que la chica perdiera la vista para siempre, pero eso sólo haría efecto si aceptaba renunciar a sus poderes ya que era un medicamento que funcionaba en humanos que no tenían ningún tipo de poder. Irasue lo había conseguido con la excusa de que no quería que su hijo perdiera la cabeza por la muerte de la joven con poderes sagrados.

Los pies de Sesshomaru tocaron el suelo en cuanto llegó al misterioso lugar, una cueva bastante alejada que tenía un pozo de aguas cristalinas. Su agua la utilizaban los aldeanos e incluso algunos monstruos para curar las heridas.
Dejó a la sacerdotisa en el suelo con cuidado y con su único brazo empezó a desvestirla. Ella estaba repleta de golpes y cicatrices, a pesar de que no tenía una vida entera luchando las ocasiones en las que tuvo que hacerlo había salido gravemente herida.

Cuando la ropa ya no estorbaba, volvió a alzarla con cuidado y la lanzó al agua. Si sus heridas lograban curarse ella despertaría y saldría con vida de allí.
La observó detenidamente y se quitó la parte superior de su ropa para que ella tuviera algo que ponerse al salir. La ropa que ella usaba estaba rota y sucia, la de él no tanto.

El cuerpo de la chica se hundió por completo, oscurenciendo el agua que solía ser transparente. Eso llamó su atención, parecía que estaba desintoxicándose.

-Si no funciona, puedes darle esto. Pero tendrá que renunciar a sus poderes -Kagura apareció de repente. Él ni siquiera contestó ni la miró. La deidad dejó el frasquito sobre una de las rocas y luego de darle una ojeada a la chica en el agua, decidió irse.

Sé que aún no puedes perdonarme, pero no me dejes.

Sesshomaru apretó los labios ansioso y dio un paso adelante. El tiempo avanzó al paso de una tortuga y ella no daba indicios de que fuera a despertar, su paciencia estaba alcanzando el límite. Habían pasado exactamente 3 días.

Se agachó y tocó el agua, recibió una descarga de energía que le quemó un poco los dedos. ¿Qué pasaba con ella? Su única intención era que se curara un poco los ojos y las heridas que había recibido.
Entró al pozo sin importarle las descargas que estaba recibiendo, nadó hasta el fondo para alcanzar el cuerpo de la sacerdotisa, quién abrió sus ojos en cuanto lo sintió en su entorno. El veneno que los rodeaba comenzó a purificarse, y las propiedades curativas de ese pozo mágico volvieron ayudándole a ambos.

Ella lo vió acercarse como en cámara lenta. Su brazo izquierdo que había sido deshecho por la flecha que lanzó fue envuelto por burbujas para regenerarlo.
Soltó el aire que tenía guardado en sus pulmones, haciendo pequeñas burbujas. Sus ojos dolían muchísimo, era una ardor terrible y la imagen se iba volviendo distorsionada.

¿De donde viene nuestro odio? || SesshomeWhere stories live. Discover now