Capítulo 32

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Salí de la habitación sintiendo mi cara hinchada. Había tratado de darme golpecitos en ella, y limpiarla con agua fría; pero el resultado de un mal sueño no desaparecía con tanta facilidad. Respiré profundamente el gélido aire invernal que llenaba el solitario hospital, vacío a tan tempranas horas.

Me acerqué cuidadosamente a la puerta de otra habitación que estaba frente a la mía, un poco lejana si contábamos el tiempo que había tardado en llegar hasta ella, vacilante y dudosa. Levanté el puño, decidida a llamar, o al menos eso intentaba mientras pensamientos cruzaban por mi mente; ¿debíamos hablar de eso después de tanto? No. Era absurdo, y ambos habíamos estado borrachos. No haber dormido no era una excusa para hacer una tontería, y yo lo sabía.

Esperé unos instantes, quizás a que algo me detuviera; algún milagro del Dios que nos había abandonado susurrando en mi oído “no la jodas”, o algún indicio de que aquello era una tontería. Y lo encontré.

—¿Jane? —escuché. Solté el aire que mis pulmones nerviosos habían estado sosteniendo—. ¿Ibas a la habitación de Silvain? —miré a Ella, que también parecía cansada.

—No. —mentí, y ella lo supo—. ¿Qué haces despierta?

—No he dormido mucho. —admitió.

—¿Dónde has dormido? —pregunté curiosa mientras me acercaba, para retomar el camino.

—Con Camile. No estaba muy bien.

—No me extraña que no hayas dormido. —Sonreí, bromeando.

—Jane, hablo en serio. Me preocupa. Lleva dos semanas así. —Suspiré y tragué, mientras mordía con preocupación la parte interna de mi mejilla.

—Su mejor amiga intentó matarnos. Creo que eso es lo normal, solo tenemos que darle tiempo. —contesté, más en una súplica que en una afirmación—. Podríamos sacarla de la habitación, ese es el primer paso, creo. ¿Hoy dormirás conmigo?

—No lo sé, Jane. No me lo parece.

Decidí, al ver su expresión, no seguir el tema.

—Vamos a desayunar. Hoy va a ser un día muy largo.

La cafetería me recordaba a uno de esos restaurantes a los que había acudido con mi familia cuando salíamos de viaje. Solían estar dentro de los hoteles, y comer ahí era mucho más relajante que en cualquier casa ya conocida; quizás la razón de que me gustara es que era algo distinto a lo habitual. Algo de lo que aún no me había hecho una imagen, algo que aún no podía ver como una prisión, como parte de mi identidad. Algo que me acercaba a estar un poco más libre.
Pero aunque aquello me recordara a esos momentos, no era lo mismo. No estaba ahí porque quisiera; si dependiera de mí probablemente seguiría en casa, con papá, mamá y John. Desgraciadamente eso era imposible, y el mantenerme ahí no era por otra razón que la de estar condenada y presa del destino; encarcelada por Dios. No tenía más opción, y la razón no era una salida de vacaciones, era un grito desesperado de supervivencia; como si esta importara sabiendo que al final íbamos a morir, fuera o no por Insomnia, fuera o no por manos de otros, o por las nuestras. Moriríamos presos del tiempo y del destino.

—Creo que el pan está enfadado contigo. —escuché. Miré al frente viendo a Ella observándome.

—¿Y eso por qué?

—Llevas cuatro horas mirándolo sin comértelo. Probablemente se sienta juzgado.

—Yo no lo juzgo. Me gusta el pan.

—Pues espero que te guste también el pan frío.

Lentamente, mordí un trozo de este, y Ella había tenido razón; ya se había enfriado.

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⏰ Laatst bijgewerkt: Sep 13, 2022 ⏰

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