Lo nuestro, había sido lo mas parecido a un matrimonio por conveniencia: una transacción bien planeada que beneficiaba a ambas partes.

Como resultado de esa convivencia casi exclusiva, comenzaron a tomar lugar algunos trueques: ella me acompañaba a algún compromiso familiar si yo la acompañaba a alguna de las fiestas de Esteban, su primo postizo, quien era un astro social y tenía amigos para tirar al cielo.

Ana conoció a Andrés, su novio, en una de esas fiestas, a la cual no pude asistir debido a un compromiso familiar: el décimo aniversario luctuoso de mi tío René.

Cuenta la leyenda, que Andrés quedó fascinado con Ana durante la fiesta y que en las semanas subsecuentes no paró de insistir hasta que logró que aceptara su invitación a salir.

Esa leyenda la contaba Esteban, por supuesto, porque Ana casi nunca hablaba de sus asuntos personales.

Unos meses después de que Ana y Andrés comenzaran su noviazgo, conocí a Camilo.

La popularidad de Camilo atrajo a una horda de esos compañeros que yo conocía desde la primaria, pero a quienes apenas lograba tolerar; para mi desgracia, algunos de ellos se convirtieron en sus amigos más entrañables.

Jamás míos.

Tener un punto de comparación tan claro, ocasionó que apreciara más lo que tenía con Ana, evolucionando por fin a una relación electiva que dejó de ser conveniencia académica exclusiva, para pasar a ser un cariño honesto.

No le voy a mentir, nuestra amistad era extremadamente cómoda: nos veíamos cuando podíamos, nos llamábamos cuando nos necesitábamos y el resto del tiempo, cada una continuaba con su vida.

En el vacío intermedio nadie reclamaba nada.

Ahora bien, regresando a lo que nos concierne... la tarde de ese sábado en el que le revelé a mi familia mis intenciones de irme a estudiar a Toronto, decidí matar las horas que faltaban para el domingo sumergida en un juego de estrategia en línea. Estaba en lo mejor de mi partida, cuando recibí una llamada de Ana.

—¿Estás ocupada? —Su voz sonaba más distante de lo común.

—No —respondí—. ¿Por?

—Digamos que estoy pasando por una catástrofe personal y necesito desahogarme, pero no quiero que sea por teléfono.

—Puedo estar lista en media hora —aseguré, mirando mi reloj.

—Gracias, paso por ti.

A las siete de la noche, cuando su auto se estacionó frente a la casa, bajé las escaleras apresuradamente, atravesé la sala y me marché sin dar explicaciones ni oportunidad de que mis padres o hermanas preguntaran a dónde iba.

Subí al auto de un brinco, cerré la portezuela y Ana lo puso en marcha antes de que alcanzara a ponerme el cinturón de seguridad; cuando por fin logré ponérmelo y levantar la vista, Ana estaba tomando camino hacia el Paseo de Montejo.

—¿A dónde vamos?

—A una fiesta de Esteban en el condominio de Telchac Puerto —Ana bajó el volumen de la música.

—¿Fiesta? ¿En la playa? Bueno, pues ¿qué pasó para que estés así?

Ana se detuvo en un semáforo en rojo.

—Rompí con Andrés —intentó disfrazar el dolor con desinterés, pero no lo logró.

—¿Qué hizo?

—Si te digo, me deshago en llanto. Mejor distráeme y llegando a la playa te cuento.

—No tenemos que ir tan lejos si lo que quieres es hablar, podríamos detenernos en un café...

—No —interrumpió ella, categóricamente—. Necesito alcohol, necesito desahogarme. Por cierto, espero que no te importe que nos quedemos a dormir allá.

Ana no bebía, eso solo podía significar que la situación tenía que ser bastante grave para que estuviera planeando hacerlo.

—Planeaba ir a misa mañana —respondí—, pero no me importa que nos quedemos.

—¿Ya le dijiste a tus papás del viaje? —El cambio abrupto de tema me confirmó que mi amiga necesitaba que la mantuviera distraída mientras conducía.

—A ellos y a Camilo también.

—¡Cuéntamelo todo!

Estábamos pasando por el Monumento a la Patria cuando comencé a mi relato; para cuando subimos el puente de entrada a Puerto Progreso, ya había concluido. Ana encendió su direccional para indicar que tomaría la desviación hacia Telchac.

Ana no había opinado mucho respecto a mi predicamento, así que cuando Morena mía de Miguel Bosé, comenzó a sonar, le subí el volumen al estéreo para poder cantar a gusto.

Cuando pasamos Chicxulub Puerto, estábamos cantando El hijo del Capitán Trueno a todo pulmón. Después de ese punto, la ausencia de alumbrado público nos condenaba a, más o menos, veinte minutos de conducir en una oscuridad casi absoluta; la luna llena que gobernaba el cielo despejado era el único faro que nos acompañaba, aligerando un poco la negrura de la noche.

—Mira —Ana bajó el volumen del estéreo repentinamente—, sé que llevas algo así como toda la eternidad saliendo con Camilo, pero honestamente, si no puede entenderte, creo que sabes bien lo que tienes que hacer. Te va a doler porque estás muy enamorada, pero no deberías quedarte estancada por elección de un tipejo que no puede concebir que la vida se trate de algo más que casarse, tener hijos y perpetuar costumbres arcaicas.

No respondí. Estaba de acuerdo con ella, pero no quería tomar una decisión de esa índole mientras estuviera enojada con Camilo. Me encontraba demasiado susceptible, y si terminaba con él en esas circunstancias, me arrepentiría tarde o temprano.

—Si Camilo está contento o no con tu decisión, es problema suyo —continuó mi amiga—. La única persona que puede concederte o negarte permiso para ir, es tu papá —Ana encendió su direccional, redujo la velocidad y luego tomó la entrada del lado izquierdo de la carretera hacia los condominios Marazul.

Cuando entramos al estacionamiento, hubiera jurado que el lugar estaba completamente vacío. Desde afuera se veía solitario y con escasa iluminación. Lo único que delataba que ahí había una fiesta, era la cantidad de camionetas que estaban estacionadas en los alrededores.

Ana estacionó el auto en donde pudo y como pudo, tapándole el paso a varias camionetas en el proceso. Apagó el motor y con él se fue la música. Al abrir las portezuelas, pude sentir de inmediato las vibraciones resultantes del escándalo que venía del área de la alberca.

Ana entró primero; yo, detrás de ella. Mientras la seguía, repasaba sus palabras en mi mente. A pesar de encontrarse altamente influenciadas por lo que sea que acabase de suceder con Andrés, también estaban llenas de sabiduría.

Ni Ana ni yo lo sabíamos en ese momento, pero mi amiga acababa de obsequiarme las palabras exactas que me ayudarían diecisiete horas más tarde.

Sólo a ella | #PGP2024Where stories live. Discover now