30. S H O C K

3.7K 541 152
                                    

Advertencias: Si necesitan un psicólogo, luego de este capitulo, yo me hago responsable. Ok no. Disfrútenlo.

Únanse al grupo, únanse al grupo. Si no lo han hecho se están perdiendo buenas cosas.

Muak, Jasson. 



Hoy se cumple mi segundo día viviendo con Haxel. Estoy ansiosa. Tengo planeado para cada día de la semana hacer cosas que nos gustan.

Por ejemplo:

El lunes nos toca el enema, el martes: las agujas, el miércoles: los tacones, el jueves: lapicero, el viernes: electricidad, entre otras cosas más.

Todas las cosas que tengo planeadas para que hagamos son cosas que anteriormente hemos hecho, desde que empezamos a relacionarnos.

Sólo tengo que esperar a que él se levante de la cama para proponérselas. Yo sé que le va a fascinar la idea.

Para hoy -que es fin de semana y estoy mas que aburrida- tengo un juego distinto. Este está relacionado con los muñecos.

El juego consiste en hacer huecos en el jardín. 12 huecos en total. Enterrar los muñecos y ponerles una marca encima.

Luego, cuando Haxel despierte va a elegir una de las 12 marcas. Yo desenterraré el muñeco de la marca que eligió y vamos a ponernos a jugar con él. Está genial.

Consigo palas y otras herramientas de jardín para ir a hacer los huecos. Salgo al patio con estas herramientas en mano.

La brisa fresca de la mañana me eriza los bellos del cuerpo. El patio de la casa de Haxel es un lugar bastante amplio y sereno, está cubierto de césped.

Aunque luciría mejor si hubieran sobre ese césped plantadas Margaritas y Girasoles, esos tipos de flores que les encantan plantar a mis tíos en casa.

Alrededor de este patio hay barandas de madera que lo dividen de las propiedades vecinas.

Observo cómo un señor malhumorado me vigila desde el segundo piso de su casa, casa que queda al lado de la de Haxel.

Pierdo el momento en el que el señor deja de vigilarme por que me distraigo haciendo los huecos. Me llevo todo el día en ello.

Cavando llego hasta la tarde, cuando el cielo empieza a nublarse anunciando que pronto va a llover. Quizás por la noche.

Entro de nuevo a la casa, voy directo a los muñecos. Están tan relucientes como ayer. Lo único que hace falta es que Haxel les ponga un nombre a todos. No lo ha hecho.

Voy a la nevera y cojo agua de grifo suficiente. Tomo una de las copas de vidrio y la lleno de esta sustancia. Luego me la bebo como si fuera tequila.

Veo hacia el reloj de pared que cuelga en la puerta. Ya casi se hacen las seis de la tarde. Me sorprende que Haxel a estas alturas aun no se ha levantado.

Lo necesito de pie, sea despierto o dormido. Quiero que juguemos el juego que he estado preparando todo este rato.

Subo a la habitación. Ahí está, tendido. Con los ojos cerrados. Durmiendo.

—Haxel. Levántate.

Le sacudo un poco el cuerpo pero no hace ningún movimiento propio. Es como si estuviera muerto. Su piel está mas pálida que nunca. Tiene puesta ropa de dormir.

Creyera que estuviera muerto si no viera como su pecho sube y baja gracias a que está respirando. Eso me contenta. Que esté respirando.

Veo que el reloj de la mesita de noche marca las seis en punto de la tarde. Y yo aquí sigo tratando de hacer reaccionar a Haxel.

Debería ir metiendo los muñecos a los huecos que hice en el patio. Sí, eso haré, Haxel de seguro despierta más tarde y cuando lo haga ya habrá estado todo listo para el juego.

Le doy un besito en la frente y le pongo los lentes. Se ve tan frágil y dócil cuando duerme. Claro, por que dormir es una de sus dos debilidades.

La otra es la anatomía humana. Me lo recuerdo cada vez que puedo.

Regreso a la sala, lugar donde están los muñecos, todos listos para que el juego empiece. Los llevo al patio uno por uno.

Y con suma paciencia empiezo a enterrarlos. Me encargo de echarles mucha tierra encima a pesar de que los huecos no son tan profundos.

Por eso es que queda un bultito de tierra extra sobre cada uno.

Para marcarlos trazo encima de la tierra que cubre a estos una letra del abecedario . Son doce, así que tomo las letras: a, b, c, d, e, f, g, h, i, j, k y l.

Al finalizar me doy cuenta que son demasiados como para evitar olvidar cuál letra le asigno a cada muñeco. Lo único que recuerdo es que a la "l" es una muñeca robusta.

La lluvia empieza a caer. Me empapa toda pero no me molesta en lo absoluto que lo haga.

El contraste que tengo con la lluvia le da un ambiente mas interesante al juego.

Regreso a la habitación, con mi ropa y cabello chorreando, y veo que Haxel sigue sin levantarse. Le toco la frente para ver si está con fiebre o algo así, y no, tiene una temperatura saludable.

No entiendo que es lo que lo ha hecho dormir tanto el día de hoy. Se supone que el efecto de la pastilla que le di debía desaparecer hace horas.

Le doy poca importancia a eso y gracias a la enorme paciencia que ahora me sobra me quedo a esperar que despierte, sentada en una silla frente a la cama.

La silla es mecedora, así que me empiezo a mecer, mientras velo sus sueños y escucho como el agua hace de las suyas allá afuera.

En algún momento tendrás que despertar, Haxel, en algún momento. Y vamos a jugar el juego que con tanto esmero, el día de hoy, he estado preparando.

El agua deja de caer y empieza a amanecer. Algunos débiles rayos de luz del sol entran por el ventanal del cuarto y le dan en la cara a Haxel. Este sigue dormido.

Quiero preocuparme, pero no puedo, tengo paciencia para toda una eternidad.

De pronto escucho que alguien entra a la habitación. Lo hace de golpe, de forma desesperada, como si estuviese pasando algo malo.

Se trata de George, mi novio, el chico guapo y atlético del que me empecé a aburrir cuando encontré algo tan fascinante como Haxel.

—Mara, óyeme. ¿Estás bien? —dice escapando de vomitar de los desesperado que está.

—Estoy muy bien, ¿por qué debería estar mal?

—Por él.

—¿Quién?

—Haxel —dice.

No me sorprende que lo conozca por que soy capaz de adivinar el porqué. También ya puedo leer mentes como Haxel.

—No hay por que alarmarnos de Haxel —le hago saber a George.

Este me sigue viendo, está desconcertado de ver el drástico cambio que hay en mí.

—¿Por qué no deberíamos alarmarnos? —pregunta.

Señalo hacia la cama en dónde Haxel duerme, para que lo vea por que aún no lo ha visto.

—Sólo míralo. Está dormido, dormir es su debilidad —susurro yo.

George gira su cara para verlo, y después, lentamente, se vuelve hacia mí.

—Mara, ese no es Haxel —me dice.

Percibo pánico en el tono de su voz.

—¿Ah sí? ¿Y entonces quién es?

—Es un muñeco —responde.

H a x e l  ©  [Versión censurada de 361 Grados Completa] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora