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Tras llegar a la casa, inspiró profundo y vio como los ojitos de ella recorrían el lugar. Llevaba mucho tiempo sin pisar esa casa, pero volver no le hacía tanto daño como creía,  quizás era porque ahora ella estaba con él.
Las paredes blancas con portarretratos carentes de fotografías le daban un aspecto aún más triste y eso era algo que le era imposible de ignorar.
Subió las escaleras lentamente, debían ser cerca de las tres de la mañana y moría de sueño. El pasillo parecía tan vacío y silencioso que él quería gritar, dejar que el eco resonara en las paredes. Sus ojos se llenaron de lágrimas pero no se permitió derramarlas y entró en su antigua habitación. La enorme cama seguía tal y como él la había dejado. El escritorio de madera aún tenía sus libros distribuidos y sus lápices y cuadernos desparramados. Recordaba que su madre siempre le decía que debía ordenarlo pero él jamás había hecho caso a sus palabras. Extrañaba tenerla molestándolo todo el día, claro que lo hacía, a pesar de que ella siempre le haya puesto los pelos de punta.
Acostó a Lea y se quitó los zapatos antes de acostarse a su lado y cubrirla con las sábanas. Sin embargo, a pesar del cansancio, el dolor le impedía dormir. Los recuerdos se amontonaban en su mente y la nostalgia le nublaba la vista. Nunca había sido sencillo para él olvidar el pasado, pero regresar a la casa en la cual se había criado le resultaba demasiado duro.
-Vos vas a volver a llenar de vida estas paredes.- susurró mirando a Lea que dormía tranquilamente a su lado. -Vamos a hacer que la felicidad de una familia resuene en estos viejos pasillos, aunque sólo seamos dos.
Recorrió con sus dedos las pequeñas manitos de ella y, dormida, Lea cerró su mano en torno al dedo de él provocando que una sincera sonrisa se extendiera por su labios y, al instante, dejaron de importarle los recuerdos, el silencio, el pasado y la soledad y logró dormir pensando en su reinita, su pequeña Lea Larm, quien le devolvería la vida después de haberse sentido muerto tanto tiempo.

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