«Vaya modo de levantarle los ánimos a una persona, doctor». La voz en mi interior suena más cínica que de costumbre y, envuelta en toda esta oscuridad, parece casi de ultratumba.

Gustavo no contesta pero puedo escuchar un temblor en el suspiro que escapa de sus labios.

—Por fortuna ningún órgano interno sufrió daños y, a pesar del golpe tan severo que tiene en la cabeza, no hubo fractura craneal —el doctor hace una pausa, y puedo imaginarlo escogiendo con cuidado sus siguientes palabras—. Dentro de todo, Eva corrió con mucha suerte.

—¿Suerte? —En la voz de Gustavo viaja una incredulidad que raya en la burla.

—Pudo haber muerto al instante del impacto —le dice el doctor con una seriedad que no es ni cruel ni severa—. Sus lesiones pudieron haber sido más graves. Tu hermana está muy lastimada, pero está viva y sus lesiones son tratables. Como te dije antes, será doloroso y requerirá muchísimo empeño, pero es muy probable que Eva recupere su movilidad completa en unos meses.

«¿Muy probable?». Este doctor necesita pulir su capacidad de dorarle la píldora a los familiares de sus víctimas... quiero decir: de sus pacientes.

—Siempre ha sido la más obstinada de la familia —Gustavo intenta reírse pero su voz se corta y lo siguiente suena como una lucha por conservar su compostura. Cuando lo logra, continúa—. Sé que va a recuperarse, pero me parte el alma verla así —mi hermano no logra decir nada más.

¡Lo que me faltaba! Mi terquedad siempre ha sido uno de mis grandes estigmas, una de las cosas que la familia completa disfruta de echarme en cara, y ahora Gustavo la presume casi con orgullo.

—Eva va a necesitar todo el apoyo que pueda obtener, se avecinan épocas muy difíciles —dice el doctor.

Escucho pasos que se alejan lentamente. La puerta que se abre y luego se cierra.

Silencio.


Ahora que el doctor se ha marchado, Gustavo suspira. Unos instantes más tarde escucho su voz muy cerca de mí:

—No sé si puedes escucharme, Eva pero si estás ahí, aguanta por favor.

Después, escucho un llanto profundo y amargo durante largo, largo tiempo.

Silencio y oscuridad nuevamente; otra eternidad.

Cuando los sonidos regresan, comienzo a sentir una de mis piernas; la derecha, creo. Un hormigueo doloroso me recorre desde los dedos hasta la entrepierna, como si mil agujas saliesen de mis huesos, desgarrando músculos y nervios, hasta atravesar la piel.

—Eva, soy Gustavo. ¿Puedes oírme? —la voz de mi hermano se aleja un poco—. ¿Sabe si puede escucharme?

—Eso nadie puede saberlo a ciencia cierta, joven —responde la voz cándida de una mujer—. Pero nunca está de más intentarlo.

—Regresa de dondequiera que estés, Eva. Aquí voy a estar esperándote —entonces siento su mano apretando la mía.

El dolor de la pierna comienza a desvanecerse y yo me siento desvanecer también.

Cuando regreso a ese estado semiconsciente que me recuerda que todavía no voy camino al séptimo circulo del infierno, escucho un llanto distinto.

—Jamás imaginé que pudieras hacer algo así —esta es la voz de Camilo, una que reconocería donde sea y bajo cualquier circunstancia—. Perdóname, por favor. Nada de esto fue mi intención, yo sólo quería ayudar... —pero no quiero escuchar sus explicaciones. Al parecer el dolor y la confusión no fueron los únicos sobrevivientes de lo que sea que me sucedió; el enojo y el rencor también siguen aquí.

La puerta se abre violentamente. Pasos acelerados. Mi cama tiembla. Escucho forcejeos y un golpe seco. Si tuviera que adivinar, apostaría que alguien acaba de azotar a Camilo de espaldas contra una pared.

—¿Qué carajos estás haciendo aquí? —Gustavo está furioso; nunca lo había escuchado insultar.

—Tenía que verla, tenía que decirle...

—¡Lárgate de aquí, malparido! Antes de que te rompa la cara.

Mi hermano no es violento, simplemente no está en su naturaleza; pero Camilo se pasó de la raya y se ha ganado a pulso esta versión bizarra de Gustavo.

Entre los forcejeos, escucho cosas cayendo al suelo.

—Gustavo, tienes que entender —insiste Camilo, suplicando—. Nunca fue mi intención...

—No me importan tus razones, lo único que lograste fue empeorar las cosas. Eva está aquí por tu culpa —interrumpe mi hermano—. ¡Lárgate! ¡Y no se te ocurra volver a poner un pie aquí, porque donde te vea: te mato!

Esto viniendo de una persona que atrapa a las arañas que entran a su casa y las saca al patio en lugar de pisarlas; pero su tono es tan convincente, que me asusta. Ahora más que nunca quisiera saber en dónde están mis párpados para poder abrirlos.

—¡Te juro por Dios, que te mato!

—No me voy a ir. Quiero verla.

—Imbécil de mierda —se burla Gustavo—, hace mucho que lo que tú quieras no importa. ¿Qué no te basta con todo el daño que ya le hiciste?

Escucho más cosas cayendo al suelo, algunos golpes secos y luego un portazo. Después, pasos apresurados que van y vienen; eso suena a que mi hermano está dando vueltas de un lado a otro, como león enjaulado. Luego escucho algunos pitidos que reconozco enseguida como los botones de la Blackberry de mi hermano.

—Quiero que saques a Camilo de aquí y te asegures de que no vuelva a entrar.

Un pitido final. La respiración agitada de Gustavo me provoca cosquillas en la oreja. Sus dedos acarician mi frente.

—Aquí estoy, Eva —mi hermano suspira—. Te prometo que nadie va a volver a hacerte daño.

Sólo a ella | #PGP2024Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang