Frío

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Tarde de invierno. Will estaba haciendo sus maletas para emprender el viaje de su vida. Una hora y media hasta Londres. No eran muchas horas, pero para alguien que donde más lejos había estado era la escuela que tenía a seis minutos, el viaje era largo.

   En ese momento, recordó las palabras de su madre: «algún día tendrás que salir de aquí y ver mundo, hijo». Palabras que no dejaron de pasar por su cabeza desde que le llegó la gran propuesta de formar parte en el coro masculino más prestigioso de Inglaterra. El segundo según los críticos, pero para él era el mejor del mundo tras recibir la prestigiosa carta.

   Graham estaba sentado en su escritorio, escribiendo sobre futuros trabajos que podía obtener con un buen currículum, cuando, de pronto, se percató de una carta que había guardado hace dos días y que no había abierto. Inmediatamente, nada más acordarse de ella, apartó todo lo que tenía encima de su escritorio para poder buscarla. Era bastante desordenado y, para colmo, olvidadizo.

— Alguien ordenado y limpio me vendría bien... —dijo para sus adentros mientras buscaba aquella carta.

Una vez en sus manos, miró el sobre. Era dorado, de oro falso, pero dorado. Eso sí, era tan delicado que medio sobre estaba roto y se veía perfectamente la carta de dentro, que era una simple carta blanca.
  Así decía:

Estimado Will Graham,

nos complace anunciarle que, tras ver su solicitud y sus dotes musicales, además de su gran voz, sería un honor para nosotros tenerlo como soprano en el coro Belle Voix. Su tono de voz tan agudo nos ha sorprendido, suponemos que es por su corta edad. Según hemos visto, en su currículum aún tiene dieciocho años.

Sin nada más que añadir, esperamos con ansias su respuesta.

Director de Belle voix

Se subía por las paredes. Era capaz de trepar árboles como si tuviese garras en sus finos dedos. Su alegría llegaba hasta el techo. Siempre quiso participar en un coro, pero, por desgracia, en su juventud muchos le echaron en cara su voz aguda tanto hablada como cantada diciendo que sonaba irritante y muy poco madura.

   Su madre siempre le había animado para que siguiese con su sueño pero él ya había perdido la esperanza, hasta que leyó esa carta. Ese mensaje fue el culpable de alegrarle la vida.

   Mas tenía su lado malo: sus perros. Su vida, su hogar. Tenía siete perros a los que cuidar y alimentar, no podía irse así sin más. Fue por eso que ese cargo se lo dejó a su vecina que, con gusto, aceptó. Desde que su madre falleció, su compañera de edificio lo era todo para él y la quería tanto como a una madre. Siempre le apoyaba y, si tenía que ayudarle en algo, se ofrecía la primera.

   Era la hora de partir. El taxi estaba abajo. Will ya tenía su equipaje en mano y le estaba enseñando a su vecina los nombres de todos sus cachorros:

— Ese es Winston, Ellie —los fue señalando mientras decía sus nombres—, Jack, Buster, Max, Zoe y Harley.

— Will, no me voy a acordar de todos los nombres en tan solo quince segundos —. Sacó una leve risa de su serio rostro, no quería que Graham se retrasara.

— Bueno, no quiero que les cambies el nombre. Se pueden enfadar.

— Son solo perros, Will.

— Me caías bien.

La mujer esbozó una pequeña sonrisa y le agarró del brazo antes de dejarle partir.

— Es broma. Sé cuánto significan para ti y es por eso que los cuidaré con toda mi alma.

— Como debe ser. Son mi compañía y mis mejores amigos.

Al ver que Winston se le acercaba, se agachó para acariciarle por última vez antes de emprender su viaje en taxi.

— Cuida de la manada, os quiero mucho. Vendré en cuanto pueda y no te subas a la encimera para robar comida —esbozó una sonrisa.

— Will, vas a perder el taxi.

— Uno no puede despedirse de su manada salvaje tranquilo —. Frustrado, rodó los ojos.

— A mí me da igual, pero el director del coro parece una persona muy estricta.

— Espero que no sea estricto con lo del orden en las habitaciones... En ese caso, soy hombre muerto.

— Venga, ¡menos bromas! Vete ya, Will. Los voy a cuidar muy bien.

— ¿Me mandarás fotos?

— Las que pueda.

— ... Acepto.

Sonriente, agarró su maleta, se puso bien su mochila y salió a la calle donde le esperaba el que iba a ser su compañía durante el viaje.

   El chófer intentó sacar conversación, pero fue difícil con Will: era muy poco hablador; se pasaba los días pensando en escenas del crimen aterradoras. Además de la música, le encantaban esas cosas.

— Veo que no quiere hablar.

— Haga su trabajo y lléveme hasta allí si no es mucha molestia, por favor.

Entre regañadientes, el conductor no volvió a dirigirle la palabra durante todo el viaje.

88 teclas (Hannigram)Where stories live. Discover now