CAPÍTULO 28: El Barrio.

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Fue un recorrido lleno de adrenalina desde que salieron de la montaña hasta llegar a la ciudad, pero todo les salió como fue planificado en un principio, así que ahora tocaba celebrar.

—Coño vale, nos toca una rumbita en el barrio de ustedes. —exclamó Robert, sumamente emocionado por haber realizado una entrega satisfactoria.

—Verga, sí, tienen que cuadrarnos unos culos(mujeres) bien —opinó Pablo, con cara de picardía.

—Quédense tranquilos, que aquí en el barrio lo que sobran son mujeres, y eso sí hermosas. —manifestó Luis con mucha alegría por haber llegado a su localidad.

Si claro, merecían tomarse unos buenos días y simplemente olvidarse de todo y disfrutar, ya que para ellos la vida era una sola. Ellos simplemente pensaban en el hoy y en el ahora, y no era de ponerlo en duda, porque con todo el precedente que habían vivido en el Callao, eran partícipes de que la vida podría cambiar en un instante.

Entrando ya al barrio, Pedro y Luis sintieron nostalgia y melancolía. Habían pasado toda su vida desde que nacieron allí, se conocían cada vereda y esquina, hasta reconocían de memoria las casas de las viejas chismosas.

Esas que profesaban ser devotas del Señor, pero no les temblaba el dedo para apuntar, señalar y juzgar a cualquiera. Esas que eran capaces de levantar falsos testimonios, manchar y destruir la moral de cualquiera.

Pero desde pequeño Pedro aprendió que el único que podía juzgarlo era Dios y su mamá. De resto tendría que andar con la frente bien en alta. Pues cuando se pasaba hambre eran pocas las personas que tocaban a su puesta para ofrecer un plato de comida.

Al pasar por la cancha múltiple de su barrio, recordaron las caimaneras que armaban, en donde se disputaban juegos que podrían durar todo un día y en el que los perdedores tendrían que comprar las tetas (helados).

Pedro recordó la primera vez que fueron a una fiesta en la cancha de noche y su chaperón fue el papa de Luis, para ellos fue excelente, pues él no les hizo caso en toda la noche. Por el contrario, él se consiguió a unos viejos amigos del barrio y llegó al día siguiente ebrio sin Luis y Pedro.

Obviamente, la mamá de Luis armo el problema, por no haber cuidado a los adolescentes, quienes en realidad no necesitaron chaparrón, pues ya sabían cuidarse muy bien.

El vehículo se estacionó al frente de la casa de Pedro, él tenía un nudo en la garganta y de sus ojos querían brotar lágrimas, se contuvo mientras se bajaba, sumamente nervioso.

—Mami, mamá, abre soy yo. —exclamó con la voz quebrada.

—Tía abre la puerta, que estamos aquí. —gritó Luis con fuerza.

Abrieron la puerta y allí estaba Aminda, hermosa como siempre y Pedro salió corriendo a abrazarla con fuerza, ya no pudo contener las lágrimas y simplemente lloro, como un niño y a moco suelto. Aminda lloró como si hubiese tenido una eternidad sin ver a su niño chiquito.

—Mijo, qué alegría tenerte aquí conmigo. No sabes cuanta falta me hiciste. —susurro entre lágrimas. Abrazándolo con mucha fuerza.

—Mami me moría de ganas de verte, no sabes cuantas veces imagine este momento, mi vieja hermosa. —exclamó con el corazón hecho pedazos.

Al ingresar a la casa, Pedro notó un cambio rotundo en su hogar, estaban las paredes pintadas, Aminda había colocado aire acondicionado en la sala y en las habitaciones. Al ingresar en su cuarto, Pedro avistó un enorme televisor, pantalla plana y una consola de videojuegos en sus casas, nuevas.

—Mamá y esto? —preguntó Pedro, sorprendido y esperando una respuesta coherente.

—Mijo, compre estas cositas con parte del dinero que tú me enviabas, hasta compre una cafetera y un microondas, ven a verlo?. —respondió alegre Aminda. Pedro se quedó perplejo por lo diligente y excelente administradora que era su madre.

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Pedro CalleUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum