CAPÍTULO 8: Pórtate Serio.

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Mientras esperaban a Juancito, Luis comenzó a armar un tabaco de marihuana para matar el aburrimiento, lo terminó y se lo entregó a Pedro para que lo prendiera y le diera la primera patada (fumada). Él lo tomó y le dio las gracias por el gesto, al cual Luis solo asentó la cabeza, en señal de respeto.

Pedro sacó de su bolsillo un encendedor, se llevó a la boca el tabaco, lo encendió y comenzó a darle una fumada, empezó a desprenderse el humo denso y blanquecino, además del fuerte y penetrante olor. Luego se lo pasó a Luis para que este se lo entregara a Pablo, para que luego fumara Robert. De esa manera bajó un poco el estrés en el ambiente, por la situación en la que estaban todos envueltos en ese momento.

—Quieren una patada (fumada) —les preguntó Pedro a los dos mineros y ambos se miraron entre sí, completamente asombrados por la pregunta.

—Coño, chamo, claro que queremos!, pero estamos de manos atadas —indicaron, a lo cual Pedro se les acercó y les coloco a cada uno el tabaco en la boca para que fumaran, inmediatamente los dos pobres hombres comenzaron a toser un poco. Luego de ese detalle, Pedro empezó a recordar a su mamá Aminda y sus repetitivas palabras.

"Pórtate bien, muchacho, no te metas en peos (problemas) en la calle. Mira cómo está tu tío Juancito por andar en el mal camino, huyendo como un pendejo".

Claro que a Pedro esas palabras de su mamá le parecían incoherentes en aquel entonces, ya que su tío Juancito a pesar de ser un delincuente, tenía una buena vida, varias mujeres, autos de lujo, propiedades, viajaba cuando le daba la gana y simplemente hacía lo que quería. El único contra que notaba Pedro de la vida de su tío Juancito era el tener ahora que pasar largas temporadas metidas en el monte, en la mina, tanto por el trabajo, como por el hecho de que estando allí se encontraría más seguro que en la propia ciudad. Pero él siempre decía que "la vida era una sola y que había que disfrutarla rápidito".

Al cabo de un rato, escucharon unos vehículos que se aproximaban a lo lejos, rápidamente Robert se subió a un árbol para constatar que se trataba de Juancito con su gente.

—Tranquilos que hay viene es Juancito. —gritó Robert desde lo más alto del árbol.

Luego apareció de entre el monte y matorrales Juancito con un grupo de diez hombres fuertemente armados, todos vestidos con uniformes militares, botas y sus respectivos armamentos.

—Uju bien bello, los descuido un momentico y enseguida se ponen a fumar creepy —Comentó el apuesto hombre en voz alta con una larga risa. A lo cual Pedro y Luis rápidamente se pararon derechitos y sacando el pecho.

—Bendición tío —exclamaron ambos al mismo momento, como si fuera un coro de iglesia.

— Dios me los bendiga. —respondió el apuesto hombre, acomodándose un poco la pistola en la cintura.

—Échenme el cuento, pues. —les pidió y se sentó cómodamente en uno de los troncos al lado de un árbol con buena vista y sombra.

Juancito andaba con unos zapatos deportivos nuevos Adidas, una franela blanca con un logo de una piña, una gorra blanca Adidas y un jean azul claro también nuevo. Para tener 30 años era un hombre muy apuesto, de tez clara, ojos claros, todo un caballero con las mujeres, pero altamente demostrativo de fuerza y sus capacidades de macho alfa ante otros.

Para Juancito lo más importante en su vida, aparte de Dios y su familia eran las mujeres, era un amante furtivo de la mejor obra maestra del creador, la mujer. Para él no importaba si eran feas, bonitas, altas, delgadas, gordas o flacas, todas eran hermosas y merecían su respeto, admiración y porque no, amor. Era un hombre de corazón amplio cuando se trataba de las féminas. Por eso la mujer que compartía su cama, aunque fuera una sola vez, quedaba cautivada por no decir enamorada.

Pedro CalleWhere stories live. Discover now