Una vez pasada la estupefacción, Harry percibió un dolor a la altura del esófago. Era un ardor insoportable. De ahí nacía un calor que adormecía sus entrañas y que pronto infectó cada músculo, cada extremidad, amenazándolo con destruirlo en segundos. La presión arterial se elevó y el reflujo le dañó la boca del estómago por su acidez, por la ponzoña, por el odio que pretendía vomitar en cualquier momento.

Nunca había experimentado ese nivel de furia.

—Esa persona era un mozo de la familia Tomlinson, a quienes usted conoció en Edimburgo, en ese baile que ofrecieron a últimas fechas. Ellos viajaban a Glasgow, pero sufrieron un percance a la altura de Salsburgh —comenzó a explicar, su voz tintineaba con una tranquilidad que no sentía, que distaba de la necesidad de blasfemar en distintos idiomas la existencia de Malik—. Una de las ruedas de su diligencia se averió en el camino y terminó volcándose. Por fortuna no hubo heridos, pero les fue imposible seguir. Por ello obsequié mis dos caballos y las pocas pertenencias que tenía, en espera de que les fuese útil en caso de necesitar rentar una posada o comprar alimento.

El mayor enarcó una ceja, todavía escéptico. Harry continuó, tan apacible como podía aparentar.

—Eso fue lo que sucedió, y tan seguro estoy de mi verdad que bien podrá usted llamar al mozo, de nombre Peter, para que atestigüe a mi favor. Me reconocerá al instante.

—Pero el señor Malik...

—El señor Malik miente —masticó las palabras con saña, probaba amarga su saliva—, y no me extraña. De cualquier manera, reitero que en cuanto ustedes gusten, podrán verificarlo. Y así como, según parece, el deber del general Malik para con el ejército le obligó a mencionar las sospechas que cargaba respecto a mí, creo que podría aprovechar para hacer lo mismo. No planeo inculparlo de nada —aclaró, aunque mentía—, pero me parece que la respuesta que buscan se encuentra en la correspondencia que se entregó hace un par de horas. Él recibió tres sobres y creí percibir la figura de un dragón serpentinado en uno de ellos, pero no podría asegurarlo.

El rostro de Collins se contrajo por la estupefacción. Harry lo adivinaba, sus palabras ensuciaban al perfecto inmaculado. De pronto quiso vomitar.

—Pero, comandante Styles, esa acusación es muy grave ¿se da cuenta?

Harry casi dejó salir una risa sarcástica. La situación le parecía risible. Su destino se amoldaba al de un perfecto pícaro, al de un desgraciado que aprende a sobrevivir con las miserias que le regala la vida, un personaje que, en la lógica de la sociedad que lo señalaba, debía morir de la misma manera en la que nació: entre la porquería. Harry creía que, así como la existencia de las novelas picarescas, su existencia servía como entretenimiento de quienes provocaban ese desasosiego interminable.

—Tan grave como la acusación que se me hizo a mí. —Por primera vez, Harry se permitió escupir el resentimiento acumulado desde su concepción—. Yo ya no tengo nada que perder, mi general. Pero si en algo sirven mis palabras, que de sinceras pecan y exageran, haré lo correcto hasta el final de mis días. Si dentro de toda esa duda que la situación le genera, aún me cree digno de su credibilidad, yo le sugeriría interceptar el correo. Creo que aún estamos a tiempo, sólo para descartar posibilidades.



[...]



Las investigaciones demoraron sólo un día. Harry se encontraba en la misma habitación que sus mayores, con la vista clavada en el suelo como parte de un gesto indiferente. Su temple se mantenía estable y eso atraía el silencio de los demás, quienes le acosaban con entrecejos tensos, inclinados a fruncirse con desprecio, con desconfianza y hastío. Pese a la fama de Harry, le sabían valeroso y el beneficio de la duda los tenía ahí, rodeándolo, acechándolo con sus estómagos revueltos por la incertidumbre, por la probabilidad de que el carismático Zayn resultase traidor.

Redemptio | Larry StylinsonWhere stories live. Discover now