19 | Atrapada con la tía

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Una vez que la nube nos bajó a mí y a mi nuevo perro de Chardak a las calles de Bloomington, corrí a casa como una posesa, con Sima pisándome los talones, con la lengua suelta.

Llamé al timbre y mamá abrió al instante. Allí estaba mi dulce y amable madre, con Osenya alrededor de sus pies, ambas iluminadas por los rayos matutinos de un nuevo día.

El cansancio y la angustia desaparecieron de su rostro en cuanto me vio, sustituidos por una mirada de pura felicidad y alivio.

Estaba el diente de león amarillo brillante que le había regalado ayer, todavía metido detrás de su oreja. Y estaba el olor de su pelo, que siempre me recordaba al aroma de los cerezos en flor.

—¡Dana! Ya estás en casa. Oh, dusho moia. Mi querida hija—.

Entonces abrió los brazos y corrí a recibir el abrazo de mi vida.

Me abrazó con fuerza, y sentí cada milímetro que era yo presionado en cada milímetro que era ella.

En ese momento de sentir a mi madre tan cerca, me sentí segura entre las paredes de la casa, protegida.

Sentí un extraño estallido de orgullo. Este era mi hogar. Ahora que lo pensaba, no quería una mansión privada de Radogost tan grande que pudiera perderme en ella. No quería vivir en otro sitio que no fuera aquí, con mi madre. Mi madre feliz y sana.

Nos quedamos en la puerta principal mientras ella me pasaba las manos por el pelo.

—Te he echado mucho de menos. ¿Te has divertido en la fiesta de pijamas? Has vuelto antes de lo que pensaba—.

—¿En la... fiesta de pijamas?— Se me cayó la mandíbula.

—Sí, justo ayer por la tarde, cuando empezaba a preocuparme, la mujer de limpieza de tu colegio, señora...— Mamá se devanó los sesos buscando un nombre. —¿Cómo era... Señora Gemma?—

Asentí sin palabras.

—Sí, eso es, ¡señora Gemma! Se pasó por aquí para recordarme que tu colegio había organizado una recaudación de fondos y una última fiesta de pijamas en las colchonetas del gimnasio, y que hoy estarías de vuelta en casa. Se me debe haber olvidado. ¿Te has divertido con tus amiguitos?—

—Yo, err...—

El viaje más largo que había hecho en mi vida pasó ante mis ojos.

El ascensor de luz que nos llevó a la Sala de los Tronos. La diosa Lelya bailando al ritmo de "Imagine". Max y yo siendo reclamados, y obteniendo todos esos geniales poderes. Patinando por las nubes. Conociendo a Zhara el Pájaro de Fuego, Vasilisa la Sabia e Ivana Rusalka. Pasándolo genial en la cabaña de los deseos de Radogost.

Luchando en el umbral de la Puerta de las Sombras, casi muriendo.

—Sí, me he divertido—. Sonreí.

Decidí no mencionar nada sobre el hecho de que tengo un padre Dios Negro aterrador y destructor, y un tío Dios Blanco extravagante pero adorable.

—¡Oh, y veo que has traído a un amigo!— Mamá se inclinó para acariciar a Sima, y éste movió la cola. Osenya, extrañamente, frotó inmediatamente su nariz contra la de él con cariño.

—¿Podemos quedarnoslo, mamá? ¿Podemos? ¿Porfiiii?— Activé mi superpoder de ojos de cachorro que todo adolescente tiene en su arsenal.

—Bueno, cariño—. Una sombra cruzó su rostro. —Me temo que tendrás que preguntárselo a tu tía—.

—¿A mi... tía? Mamá, ¿qué estás diciendo?—

—Entremos y te lo explicaré—.

Cuando la puerta se cerró tras de mí, mamá señaló hacia las dos sillas de madera desvencijadas de nuestra pequeña cocina. —Siéntate, cariño—.

Dana Ilic y la Puerta de las Sombras | ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora