- Come. - Volvió a quejarse, sin embargo, esta vez fue por mis labios encerrando sus dedos. - Joder, Camila, no estoy bromeando.

- Yo tampoco. - Mordí la punta de uno sólo para cabrearla un poco más, hasta que las ideas se acomodaran en mi mente y tuviese la valentía de preguntar todo lo que quería.

- Son hotcackes de banana. - Su nada sutil cambio de tema me otorgó la victoria en aquella batalla inicial.

- Plátano. - Murmuré a sabiendas de que desataría otra querella entre las dos.

- Banana. - Sin darse cuenta me estaba cortando el desayuno en pequeños cuadrados para luego dármelo como si fuese un bebé.

- Plátano. - Le sonreí a medias, en espera de su sedición.

- Bueno, plátano también. - Dijo un tanto mosqueada. Se veía tan sexy con aquella camiseta tres tallas más grandes, el cabello alborozado y su ceño fruncido por el ligero enojo. - Ya hemos tenido esta conversación antes.

- Y siempre me das la razón. - No perdí la oportunidad de recalcar mis infinitos triunfos en aquel asunto.

- Porque tu sonrisa es mucho más hermosa si te dejo ganar. - Confesó sin mirarme mientras sus pecas se ocultaban en el rubor de sus mejillas.

- ¿Por eso siempre perdías en Mario Kart contra mí? - Interrogué conmocionada. Asintió aún avergonzada. ¿Dónde estaba la Lauren engreída de anoche? - Viví engañada toda mi adolescencia.

- Lo siento. - Agachó todavía más el rostro, pero apreté sus mofletes para hacer coincidir nuestras miradas.

- No lo sientas. Es de lo más lindo que ha hecho alguien por mí. - Delineé sus espesas cejas con la yema de mis dedos hasta que su piel ardió tanto bajo mi toque que me alejé, temerosa de desatar un fuego que no ansiaba controlar ahora. No cuando había encontrado el coraje para dejar salir mi incertidumbre. - Ya que estás siendo sincera conmigo, ¿puedo hacerte una pregunta?

- Las que quieras, Camz. - Masticó la última porción del desayuno antes de empujarme contra el colchón. La miré desorientada. - Sólo me pongo cómoda.

La comodidad de ella significaba mi desconcentración en todos los ángulos posibles. Sus piernas enredadas en las mías, su melena haciéndome cosquillas en mis aureolas, su nariz rozando la mía... Me iba a volver loca mucho antes de poder hablar. A mis problemas cardiacos provocados por su cercanía debía añadir la psicosis a la indetenible lista de enfermedades que me afectaban. No era doctora, no obstante, acababa de diagnosticarme con un severo Síndrome de Lauren. Consistía en una inminente reducción de todas mis capacidades físicas y mentales cada vez que pensaba en ella o cuando nos encontrábamos a menos de un metro de distancia. Definitivamente había perdido el juicio por culpa de aquella mujer. La morena, en cambio, se mostraba impasible. Me instó a iniciar el interrogatorio, sin embargo, ni yo misma sabía cómo iniciar aquella conversación sin parecer una celosa compulsiva o una intensa que después del sexo se cree con más derechos sobre la otra persona.

- ¿Con cuántas mujeres te has acostado? - Sus facciones transitaron de la relajación a un estado de alerta instantáneo.

- ¿Quién te ha dicho eso? - Sentí cómo vertían un balde de agua helada sobre mi figura en medio de la Siberia. Ni siquiera su calor corporal pudo contrarrestar la sensación.

- Nadie. - Intenté deshacer el nudo que se aferraba a mi garganta, aunque aquello parecía imposible. - Sospechas mías.

- Escucha, Camz, eso forma parte de mi pasado. No tuvieron relevancia en mi vida.

- Por eso preferiste ocultárselo a tu mejor amiga. - Comenté dolida. Una parte de mí la odiaba por no habérmelo contado y la otra se sentía dolida al conocer que no había sido la primera chica en su vida.

𝓓𝓸𝓷'𝓽 𝓨𝓸𝓾 𝓡𝓮𝓶𝓮𝓶𝓫𝓮𝓻Donde viven las historias. Descúbrelo ahora