Somebody

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Las luces fluorescentes de los hospitales siempre me causaban un mareo indescriptible. No sabía si era porque se reflectaban en las impolutas baldosas o por ese espectro psicodélico que creaban con las paredes blancas. Mi cabeza comenzaba a doler desde el minuto cero cuando entraba a cualquier centro de salud. El movimiento en los pasillos, el llanto de un bebé en la consulta de pediatría, la voz cansada de una enfermera por el altoparlante... No llevaba ni cinco minutos en aquel lugar y ya mi cráneo amenazaba con estallar de un momento a otro. Mi corazón se agitó en cuanto divisé la habitación donde dormitaba Lauren. Estuve a punto de abrir la puerta, sin embargo, mi mano no llegó a tocar el cerrojo. Miré por encima de mi hombro a la persona que sostenía mi muñeca. El espíritu de la morena había cambiado su semblante impertérrito por uno de notable preocupación. Percibía el dolor que me inundaba sólo de observar su cuerpo dependiente de un respirador artificial, de saber que estaba a mi lado y al mismo tiempo tan distante. Odiaba aquella sensación.

- Recuérdalo: estoy aquí.

Asentí con la seguridad apoderándose de mí. Esas dos palabras se habían convertido en mi nuevo mantra. Entré al lugar que me recibió con esos desesperantes pitidos, como un recordatorio de que la vida se le iba en cada exhalación. En la mesita de noche había un enorme ramo de rosas que seguramente había enviado algún compañero de la universidad. Cabeceé negativamente. Se notaba que el destinatario no la conocía en lo absoluto. Lauren prefería una sola rosa antes que una docena de ellas porque decía que el ser humano había romantizado el regalar cadáveres como método infalible para demostrar amor. Entonces las admiraba a primera instancia, pero después se sentía culpable. Terminaba colocándolas en agua con una sonrisa triste en sus labios. Cuando alguno de sus novios acudía a mí por consejos, siempre le decía que mientras más flores le regalara más feliz la haría. Al final de la cita ella se colaba en mi cama para despotricar en contra del insensible de turno. Era divertido, aunque no entendía el por qué me causaba tanto regocijo escuchar sus quejas sobre ellos. El único que corrió con suerte fue Brad Simpsons solamente porque era muy talentoso con el origami. Sin embargo, comencé a hablarle a Lauren de la tala indiscriminada de árboles, de cómo moría la Amazonía cada vez que él le hacía una flor de papel. Fue tal su indignación que lo dejó a través de un mensaje de texto y lo obligó a sembrar un árbol en el patio de la escuela. Sí, a veces creía que Lauren estaba demente, pero era su amor por la vida la que la hacían cometer esas locuras.
Rodé los ojos al leer la tarjeta adjunta al arreglo floral. Daniela Saenz. La chica había estado el semestre pasado coqueteando abiertamente con mi mejor amiga, lo que esta la rechazaba siempre. ¿No se había dado cuenta que Jauregui era hetero? Hice una pequeña bolita con el rectángulo de papel que dejé caer descuidadamente en el cesto de basura.

- ¿Quién me dio las flores? - Me sobresalté con la voz de Lauren a mis espaldas. Casi había olvidado que estaba ahí conmigo.

- No lo sé, la caligrafía era ilegible. - Esperaba que creyera mi mentira. No tenía idea de cómo justificar esa acción.

Ella tampoco parecía muy interesada en conocer el nombre de la persona, así que sólo se mantuvo callada detrás de mí. Mis ojos recayeron en su representación real, con ese nudo férreo en mi garganta. El golpe que se extendía por el lado derecho de su rostro había adquirido un color amarillo verdoso y había cedido un poco la inflamación. Las pecas se vislumbraban entre la palidez de su piel; recordaban a los pequeños copos de canela sobre el arroz con leche. Su postre favorito. Una punzada de dolor se apoderó de mis sentidos. ¿Cómo pasaba de estar pletórica por compartir besos con ella a sentirme asfixiada por nutrirme de la realidad?

- Camz, respira. - Me abrazó por la espalda cuando la primera lágrima salió disparada de mis ojos hasta caer en la sábana. - Todo va a estar bien.

- No va a ser así, Lern. - Mis dedos dibujaron la perfecta línea de su tabique. - ¿Qué estoy haciendo? Ni siquiera sé a quién estoy tocando ni quién me está abrazando.

𝓓𝓸𝓷'𝓽 𝓨𝓸𝓾 𝓡𝓮𝓶𝓮𝓶𝓫𝓮𝓻Where stories live. Discover now