Curiosity

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Desperté sola a mitad de la noche cobijada únicamente por una manta, el sonido de los autos en la calle y la risa de Saddie, la hija de la señora Thompson que vivían al otro lado de mi habitación. Dejé escapar un suspiro de frustración. ¿Se habría arrepentido Lauren de nuestro beso? ¿Qué pasaría con las temidas reglas ahora? Me senté en el borde de la destendida cama con las dudas avasallando mi mente. Por la ventana se colaba una de las tantas luces que impedían observar las estrellas en las noches neoyorquinas. Extrañaba tanto las veladas en Miami sólo para tenderme en la arena y contemplar el cielo empapado de exiguas constelaciones con las olas de fondo y algún comentario aislado de Lauren. Me deslicé por todo el apartamento en su busca, sin embargo, lo encontré totalmente vacío. Frustrada de nuevo, decidí subir a la azotea después de tanto tiempo. No podía recordar cuándo había estado por última vez en el que había sido mi sitio favorito en esa ciudad. Las oxidadas bisagras chirriaron despacio, aunque la puerta ya estaba abierta. Mis ojos se encontraron con la espalda de mi mejor amiga que expulsaba largas bocanadas de humo. Me acerqué con el miedo latente del rechazo pero ella se giró, clavando sus esmeraldas en mí. Esbozó una tímida sonrisa que se perdió en el momento que llevó el cigarro a sus labios. Odiaba tanto ese vicio de la morena.

- ¿Cómo disfrutas algo que puede matarte? – Pregunté una vez que estuve a su lado.

- Tú disfrutas de la vida, y no necesitas más excusa para morir que estar viva. – Respondió dando otra calada. Estuve unos segundos analizando su respuesta hasta que yo misma le quité el cilindro de papel de las manos. – No lo hagas.

- Si tú lo haces, ¿por qué yo no debería?

- No te va a gustar. – Se encogió de hombros, en espera de mi siguiente movimiento.

El cigarrillo se consumía lánguidamente entre mis dedos. Me pareció una ironía de la vida: mientras te detenías a contemplarla, se acababa y si querías disfrutarla terminaba matándote tarde o temprano. Al final tiré el resto del tabaco sin importarme qué diría ella, pero ni se inmutó. Se quedó ahí de pie, atravesándome el alma con una simple mirada. Mis latidos tomaron un ritmo considerable cuando colocó un mechón de cabello tras mi oreja.

- Las chicas lindas no deberían fumar. – Le dije en voz baja.

- Un comentario extremadamente machista para alguien que ama las obras de Virginia Wolf. – Se mofó con su habitual humor sarcástico. – Las chicas lindas deberían ser libres.

- ¿Libres? – Interrogué confundida. – Siempre has hecho lo que has querido.

- No todo. – Contestó sin apartar sus ojos de mis labios. – Me contuve de hacer muchas cosas por miedo.

- ¿Cómo cuáles?

Negó, alejándose esta vez. Su melena castaña oscura se batió con la cálida brisa veraniega que nos rodeaba a ambas. El perfil de Lauren era demasiado perfecto para ser real, por eso en varias ocasiones me hallaba a mí misma preguntándome si la ojiverde no sería una especie de amiga imaginaria que había moldeado a los estándares de belleza inalcanzable para un simple mortal. Bajo la luz de una bombilla se veía impecable, aún sabiendo que no era ella sino ese espectro cruel que me recordaba que mi amiga yacía en una cama de hospital sin reaccionar a un apretón de manos. El piercing de su nariz brilló con el fuego del encendedor cuando volvió a prender un cigarro. Me recosté al muro que servía de barrera protectora entre mi cuerpo y la nada agradable distancia de treinta metros que me separaba del pavimento. Lauren sostuvo el cigarrillo entre sus labios y se arremangó la chaqueta en un gesto que se me antojó pecaminosamente sexy. A pesar de que nos habíamos besado, no podía olvidar que seguía siendo mi mejor amiga. Mis emociones eran muy confusas en ese momento, así que lo mejor era no darle tantas vueltas al asunto. El fuerte olor del alquitrán penetró en mis fosas nasales hasta provocarme un ligero ataque de tos.

𝓓𝓸𝓷'𝓽 𝓨𝓸𝓾 𝓡𝓮𝓶𝓮𝓶𝓫𝓮𝓻Donde viven las historias. Descúbrelo ahora