Habían transcurrido más de cuatro horas desde que había salido el último estudiante y yo aún seguía dentro de la escuela en completa soledad. Estaba tan dolida y angustiada que ni siquiera reflexioné lo que hacía, pero en cuanto me vi caminando sola por las calles de la ciudad finalmente caí en cuenta de lo que estaba haciendo: había roto la promesa que le había hecho a mi madre.

Caminaba temerosa por el parque, sintiendo el frío abrazando mi cuerpo y mis pies arrastrándose torpemente por el suelo. Y entonces los vi; eran tres hombres vestidos de negro que se dirigían en mi dirección con pasos tan firmes y decididos que de alguna forma me llenaron de un inmenso terror.

Estuve por volverme y echarme a correr de regreso al colegio, pero fue demasiado tarde; dos de los hombres ya me habían tomado con fuerza de los brazos y me impedían salir corriendo a pesar de los débiles golpes que estuve brindándoles.

- ¡Qué sorpresa encontrarnos con la pequeña Ellie! ¿Tus papis sabían que estarías tan solita a estas horas de la noche? -Se burló el más grande de todos. Tenía un cuerpo quizá el triple de grande que el mío, y una mirada tan vacía que parecía un pozo sin fin.

- ¡Suéltenme, por favor!

- ¿Soltarte? ¿Es que crees que somos estúpidos, mocosa? -Escupió el mismo hombre, sujetándome la mejilla con tanta fuerza que me empezó a doler-. Mientras te tengamos con nosotros, nos servirás de carnada para traer a nuestro verdadero objetivo, así que compórtate y sé buena niña, ¿quieres?

Apenas pude reaccionar cuando me vi encerrada en el incómodo y oscuro ático de una casa abandonada. El cuerpo me dolía con una intensidad asombrosa desde que había tratado de escaparme corriendo escaleras abajo, pero ahora tenía las manos y los pies encadenados a un objeto pesadísimo y no podía huir aunque tuviera las ganas para hacerlo.

Frente a mí había un chico bastante joven, quizá de catorce o quince años. Vestía de negro como los hombres que había visto antes, y en sus manos sujetaba una pistola que brillaba en la oscuridad de la habitación. Su mirada estaba clavada en mí, y era tan desagradable que tuve que bajar la mirada y mantenerla ahí un buen rato para evitar encontrarme de nuevo con él.

Las horas pasaron con lentitud, y para cuando la puerta se abrió de golpe y me encontré con el hombre gigante y de mirada vacía, mi corazón se detuvo y mi cuerpo se paralizó mientras tenía a aquel monstruo frente a mí.

Noté que tenía un teléfono pegado a su oído mientras ensanchaba una sonrisa en su rostro, y entonces dirigió sus pasos en mi dirección.

- Tu mami está en el teléfono, mocosa. ¿Vas a saludarla o no? -Estiró su mano con el teléfono en ella, así que lo tomé a toda prisa.

- ¡Ellie, tesoro! -Pude escucharla sollozar, e incluso advertí una terrible preocupación en su voz; algo que jamás había distinguido en ella.

- ¡Mami! ¡Lo siento mucho! ¡Lamento no haberte cumplido! Yo... yo... -El hombre me arrebató el teléfono de pronto, dejando mis palabras incompletas mientras aturdían mi cabeza.

- Ya la oíste, perra. Si no llegas en una hora, o si te atreves a venir con alguien más, te juro que la niñita se muere. ¡Así que muévete si quieres mantenerla a salvo!-Me dedicó una última mirada antes de colgar el teléfono y desaparecer por la puerta.

Jamás vi a mi madre tan destrozada y preocupada como el momento en que la observé adentrándose al ático casi corriendo hacia mí. Me mantuvo entre sus brazos por un largo tiempo, apretándome con fuerza mientras escuchaba sus sollozos mezclándose con los míos.

- Todo va a estar bien, tesoro -me susurró, llorando y apretándome aún más-. Todo va a estar bien.

Nos separamos después de un largo tiempo. Ella tenía su rostro empapado en tantas lágrimas que parecía tener brillo propio; pero eso no le importó, así que se permitió limpiar mis mejillas con delicadeza.

Maltratada por un profesorWhere stories live. Discover now