- Soy más de precaver. - Me mordí un dedo con fingida inocencia. - Espero que te guste el negro.

- Yo espero que me perdones por esto. - Me giró sin previo aviso para dejar mis glúteos a su disposición. El primer golpe resonó entre aquellas paredes. Seco, conciso, morboso. Un suspiro de goce salió de mis cuerdas vocales.

Estaba preparándome para la segunda nalgada, sin embargo, el sonido de la tela rasgándose llegó a mis oídos como una punzada de éxtasis que se acumulaba en el sur de mi anatomía. ¿En serio pensaba que me iba a enojar por aquello? Bragas había millones y si tenía que gastarme todo mi salario en comprarlas para que Lauren Jauregui las rompiera, lo haría. Incluso hipotecaría mi alma al diablo para que aquella mujer hiciera añicos todas mis piezas de lencería. Volvió a palmearme, esta vez con mayor fuerza. La piel escocía, no obstante, mi vagina latía incesantemente. Pareció apiadarse de mí cuando recorrió la zona enrojecida con su lengua, sólo para marcar sus dientes un segundo después. Escuché la cremallera deslizarse, aunque los ataques a mi trasero desprotegido no cesaban.

- Podría hacer esto el resto de mi vida. - Barboteó contra mi grupa e inició un camino de besos por mi espalda. - Levanta un poco la pelvis.

- Joder. - Chillé una vez que acaté su orden; la ojiverde había deslizado una mano debajo de mi cuerpo para encerrar mi hinchado clítoris entre sus dedos pulgar e índice.

- Qué boca tan sucia, Camilita. Eres toda una chica mala. - Ella a penas movía su muñeca, se limitaba a apretar ligeramente.

- Castígame. - Imploré sólo para que terminara de entregarme a la explosión caótica que ella misma estaba creando.

- Oh, lo voy a hacer. Créeme. - Un primer dígito amenazó con entrar, pero era una burda provocación. Resoplé frustrada. - Me lo pones muy fácil.

- Lauren, por favor. - Lloriqueé cuando haló nuevamente un puñado de mi melena.

- ¿Quieres correrte, Camila? - Asentí mientras balanceaba mis caderas para aumentar el escaso contacto que manteníamos. - Dímelo o seguiré sin hacer nada.

- Q-quiero... Mierda, Jauregui. - Me retorcí impaciente al sentir otro dedo perderse en mi interior. - Haz que me corra.

Comenzó a penetrarme despacio pero profundamente. Estuve a punto de fundirme con el colchón de no ser porque sus dedos curvándose en mi interior me tensaron por completo. Podía jurar que la morena estaba tan cerca del orgasmo como yo, al parecer hacerme rogar por el placer la regocijaba sobremanera. Su voz ronca me susurraba improperios sin dejar de tirar de mi cabello mientras el roce de las sábanas en mi clítoris me impedía retrasar el tsunami orgásmico.

- Córrete para mí, princesita. - El sarcasmo reinante en su tono no hizo más que acentuar mis convulsiones. Me dejé llevar por las circunferencias que todavía trazaba ella dentro de mí.

- Eso ha sido... - No me dio tiempo de terminar la frase cuando ya estaba volteándome y acariciando mi torso desnudo.

- El primero de muchos.

Acunó mi pecho izquierdo con su boca mientras terminaba de quitarse el molesto vestido que me impedía admirar su silueta a plenitud. La nívea epidermis brilló por las luces que se colaban rebeldemente de la calle. Temblé cuando sus labios serpentearon por mi vientre y se detuvieron en mi obligo. Su lengua delineó el pequeño círculo con esmero mientras estrujaba mis tetas como si fuese su único objetivo en la vida. Mis manos se enredaron en su cuero cabelludo cuando los besos se desplazaron a la periferia de mi pelvis, justo en la frontera con mi Monte de Venus. Se detuvo ahí, no porque estuviese pensando si pagar el peaje o no. Ella sabía que contaba con visado libre hacia mi centro necesitado de su atención. Reinició su juego de provocación en un inconstante paseo turístico por mis piernas. Con sus uñas se arrastraba por la cara externa de mis muslos, su aliento se encontraba a veces con mi manojo de nervios. En un puño aguanté las sábanas blancas cuando su rostro se perdió en medio de mi vagina para suprimir cualquier intento de sinapsis que hubiese tenido. Mis neuronas se concentraron en memorizar el tacto de su cálida lengua haciendo espirales en mi clítoris, en sus manos sosteniendo mis caderas para que no pudiera moverme, en sus gruñidos excitados cada vez que tiraba de su cabello. Nunca creí que una mirada pudiera tener tanto peso en el sexo, sin embargo, sus ojos esmeraldas chocaron con los míos por encima de mi vientre mientras esbozaba una sonrisa semejante a la del gato de Cheshire - aunque una mucho más sexy que la de un personaje de libros infantiles- y podía jurar que llegué al clímax en mi cabeza. Mis muslos abrazaron sus mejillas cuando su ávido músculo se perdió en mi entrada y su nariz acarició mi punto más sensible. Succionó con vehemencia mis labios mayores para después dejar un suave mordisco en mi enervado órgano. Ni siquiera anuncié mi orgasmo, ella lo recibió con gusto sin dejar de recoger hasta la última gota de mi éxtasis. Habían sido los segundos más intensos de mi juventud. Mi respiración desajustada se mezcló con la humedad de sus labios en un apasionado beso. Necesitaba acallar esta sed de Lauren que había perdurado años en mi mente.

𝓓𝓸𝓷'𝓽 𝓨𝓸𝓾 𝓡𝓮𝓶𝓮𝓶𝓫𝓮𝓻Where stories live. Discover now