5. "Sin alma"

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Capítulo 5

Me cargaba una ojeras espantosas, lamentablemente no había podido dormir ayer con lo del cuerpo que desapareció y con el aspecto de Caleb.

No le comenté a mi hermano respecto a la carta, tomé la oportunidad de escapar ya que mi hermano había salido a trabajar. Se que está mal porque le prometí que me dejaría cuidar, pero en este caso prefiero hacerlo sola. 

Me imaginaba muchos escenarios de como podía morir este día, ahorcada, degollada, mi cuerpo desmembrado, tantas cosas que rondaba mi mente que me hacían poner la piel de gallina. 

Por supuesto que Caleb no es quién mandó la carta, ni que hablara en tercera persona.

¿Sería este el ser por el cual todo el mundo hablaba? 

¿El ser maligno o el asesino de generaciones?

Esa ley se ha mantenido en pie por mucho tiempo, pero ¿Cómo informaría para que acaben con su miserable existencia?

Debería dejar de hacer muchas suposiciones e ir en marcha al bosque que fue donde me había citado. Me encontraba en la sala viendo a la nada cuando por tercera vez miro el reloj en mi muñeca que daban las 6:53 de la tarde, no había puesto una hora exacta; no perdí más tiempo y subí a mi habitación. Cuando me doy cuenta de aquel reloj extraño encima de mi tocador que encontré el día que fui a ver la sangre en el parque, lo tomé y lo guardé mi bolsillo delantero.

Recogí mi cabello en una cola alta, me coloqué una chaqueta de cuero y me dirigí al antiguo despacho de mi padre para abrir la caja fuerte y sacar un arma, guardándolo en la parte trasera de mi jean. Antes de lo que les pasó a mis padres, nos dejaron con cierta seguridad por cualquier cosa y hoy era el momento indicado.

Las calles estaban solitarias, pareciera que nadie viviera en Beaufort, con un poco de prisa pasé el parque ya que en la parte de atrás se encontraba el dichoso bosque, tenía mucho miedo a que no encuentren mi cuerpo después de años y quizás hecha calavera o polvo. 

Tomé el único camino largo, angosto y tedioso del bosque, iba observando el lugar, ni un solo ruido, ni un pajarito que cante, nada, solo se oía mis pasos aplastando pequeñas ramas y los azotes de los árboles con sus hojas. Mientras más adentraba, más oscuro se tornaba la luz de media tarde. Empecé a sentir un desagradable olor a putrefacto que tapé mi nariz por instinto, cuando de pronto mis ojos detectaron algo horroso que cubrí mi boca para no gritar.

Dos filas de cadáveres en cada costado del camino, como si se tratara pétalos de rosas para una cita romántica, pasaba por en medio de ellos viendo la forma más atroz en como murieron, unos sin cabeza, otros torcidos, sin brazo y una pierna, otros cortadas la boca y cocidas en una sonrisa.

¡Diablos!

Mi piel esta enchinada, que macabro. A la final esté como tonta caminando hacia mi muerte, pasando por una especie de ritual. 

Terminé ese sendero encontrándome a quien menos quería ver en este momento, produciéndome nauseas.

―Maldita sea, Caleb ―claro era obvio, el día del velorio, bebiendo sangre y ahora esto, todo se conectaba, apreté mi mandíbula, mi miedo era remplazado por odio y ganas de arrancarle la cabeza ―Eras tú todo este tiempo y haciéndome creer que no ¿Nuevo vecino?― reí con amargura― ¿Qué mierda eres? ¿Un asesino? ¿Por qué no te mueres?.

―Sabía que me dirías esas cosas, pero no voy a justificarme, solo vine a darte esto ―sacó de su bolsillo una pequeñita llave ―Ya sabes que yo no te cité aquí. Solo no le grites, eres bastante irritante ―me lanzó el objeto en miniatura atrapándolo― Por si no has visto la cerradura detrás del reloj, pequeña curiosa. 

Josephine Everglot © |Libro 1|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora