Capítulo V: Enemigo (I/III)

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—Tenía una escolta. Murieron todos, ese maldito hechicero los asesinó.

Antes de que pudiera decir nada, tocaron a la puerta. Era Aren.

—¡Bendiciones! —dijo luego de que abrí y entrara.

Aren lucía un poco diferente a cómo lo recordaba. Estaba más delgado y barbudo, pero no era solo su aspecto físico. Sus ojos brillaron al mirar a Soriana, incluso tenía una sonrisa tonta en los labios. Giré a verla a ella y casi se me cae de nuevo el cepillo, Soriana también sonreía.

—He mandado a preparar nuestros desayunos —dijo él acercándose a ella. Tomó su mano y besó el dorso antes de proseguir—: Lo mejor será salir cuánto antes.

—A dónde iremos —pregunté guardando el cepillo en la alforja.

Soriana suspiró y la sonrisa bobalicona desapareció de su rostro para dar paso a una expresión compungida. Me preocupé, temí que diría algo cómo «Iré sola».

—He pensado en lo que hablamos anoche. —Ella se ruborizó, luego carraspeó—. Me refiero, a una parte de lo que conversamos, Aren. Es posible que el artífice de todo este embrollo esté en Augsvert; sin embargo, sus planes involucran Ausvenia y a los alferis. Si yo regreso a Augsvert ocasionaremos un gran revuelo y lo pondremos sobre aviso. Creo que lo mejor sería separarnos, que tú regreses a Augsvert e intentes averiguar si es que alguien de la Asamblea está detrás, mientras Keysa y yo nos infiltramos en Ausvenia y averiguamos de qué forma están implicados los alferis en todo esto.

Aren exhaló con fuerza y bajó la mirada, era evidente que el plan no le agradaba. No obstante, cuando habló me sorprendió:

—Sí, será lo mejor separarnos y cubrir varios frentes.

Soriana rebuscó en las alforjas y extrajo un pergamino que extendió sobre la mesita que hacía las veces de tocador.

—Nos encontramos aquí. —Señaló en el mapa un punto al sur de Doromir—. Lo mejor será seguir esta ruta, es la más corta y aquí deberíamos dividirnos. Nosotras seguiremos al oeste, a Ausvenia y tú regresarás a Augsvert.

—De acuerdo —aceptó Aren.

Luego de que ellos discutieran un poco más la ruta que seguiríamos y las precauciones que debíamos tener, bajamos a desayunar. No había muchas personas en el comedor, así que comimos en calma. Luego recogimos nuestras cosas y emprendimos el viaje.

En el establo de la posada había dos caballos. Sonreí y antes de que cualquiera de los dos pudiera decir algo, hablé yo:

—Me gustaría cabalgar sola.

Soriana, como era de esperar, giró hacia mí con sus ojos de cristal muy abiertos:

—Será un viaje largo, Keysa. Podrías caer del caballo.

—Por favor, Soriana, cabalgo bien y lo sabes. Ve tú con Aren. Además de esa forma podrán afinar mejor el plan, ¿no crees, Aren?

El sorcere me miró con los ojos muy abiertos, tal vez procesando lo que decía, pero cuando lo involucré en la conversación, se apuró a responder.

—Estoy de acuerdo. Has estado sobre exigiéndote, Soriana, así podrás descansar mientras yo llevo las riendas.

Soriana nos miró a los dos de hito en hito, resopló y comenzó a cargar a los animales con nuestras escasas pertenencias. Si íbamos a dividirnos por el bien del plan, lo mejor era que, al menos, ellos pudieran pasar tiempo juntos antes de separarnos.

A medida que avanzábamos hacia el sur, la temperatura se volvía cada vez más cálida, a pesar de que era pleno otoño. En quince años que tenía de vida jamás me había alejado más allá de Doromir. Mi existencia había transcurrido entre aquel bosque en el cual nací y del que me arrebataron, Doromir y Northsevia. Teníamos por delante una empresa peligrosa y era mucho lo que ya había sufrido, aun así no podía dejar de maravillarme de continuar viva, de respirar y sentir el olor de la naturaleza. Percibía con total claridad los sonidos a mi alrededor, incluso el leve aleteo de las libélulas. Era como si el mundo por fin se mostrara delante de mí en todo su esplendor. Me sentía viva y feliz por primera vez en mucho tiempo.

Durante el tiempo que duró mi cautiverio, Monguito estuvo oculto entre mis ropas, fue mi único consuelo en el horror. El dorongeim salió de entre mi vestido y se sentó en mi hombro, sonreí al notar como movía su cabecita para que el viento le diera en la cara.

Cabalgamos toda la mañana, paramos entrada la tarde para comer y acampar. Aren había dicho que nos acercábamos a una zona un tanto peligrosa y que prefería cruzarla de día, así que esa noche dormiríamos allí.

Aren y Soriana hicieron la fogata, Monguito, muy feliz con el calorcito de las llamas, se arrimó a ella. Me perdí en el chisporroteo del fuego, por primera vez me pregunté qué haría con mi vida, como sería mi futuro a partir de ese momento.

Era un hada en un mundo humano. Casi toda mi existencia había estado lejos de mis congéneres, recién conviví de nuevo con ellos y aunque no fue en las mejores condiciones, durante el tiempo que duró mi cautiverio, nunca me sentí parte de ellos. Con los humanos estaba más cómoda, no obstante, recordaba como me miraban cuando vivía en el palacio del Amanecer, en Doromir: sus ojos, a menudo, se posaban en mí con extrañeza, pero eso a mí nunca me importó, quizás porque a pesar de todo, nunca de parte de ellos hubo rechazo.

Aparté los ojos del fuego y miré a Soriana, reía en voz baja ante algo que Aren le decía. Era muy evidente que ellos dos se amaban. Sonreí al verla así, de verdad deseaba que algún día lograra encontrar la felicidad y la paz. Pero si eso pasaba, si ella decidía tomar su lugar en Augsvert o enlazar su futuro al de Aren, ¿qué pasaría conmigo? ¿Continuaría toda mi vida a su lado, bajo su sombra? Era por ella que me sentía tan cómoda entre humanos. Una vez que Soriana tomara otro rumbo, ¿qué sería de mí? ¿Debía quedarme en el mundo humano, en el cual no estaba segura si me sentiría a gusto sin la compañía de ella, donde ya me habían hecho daño en varias oportunidades? ¿O mi destino era con las hadas, a quienes consideraba ajenas a mí y extrañas?

Suspiré al contemplar por primera vez todo lo que implicaba que nuestros caminos se separaran. ¿Sería tan malo seguir por mi cuenta? ¿Hallar mi propio sendero?

Cerré los ojos e inhalé con fuerza. Me llené de lo que me rodeaba, del zumbido de los pequeños insectos; del gruñido de los depredadores lejanos; del rumor del río, muy distante; del sonido de cada una de las criaturas que habitaban ese bosque. Vibraba en sintonía con ellos y a ellos debía volver.

El sonido alegre de una harmónica rompió el hilo de mis cavilaciones. Aren se había levantado y bailaba al ritmo de la melodía que tocaba, Soriana reía en voz alta.

Sí, debía retornar, pero luego. Por ahora me quedaría con ellos, con mi familia.


**** Conoceremos Ausvenia y a los alferis. ¿Qué les parece? ¿Cómo se los imaginan?

Nos leemos el próximo domingo. Besitos, besitos.

 Besitos, besitos

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Augsvert III: la venganza de los muertosWhere stories live. Discover now