Unas voces en uno de los dormitorios la alertaron. No estaban todos dormidos como había pensado. No obstante, eran voces conocidas. ¿Cómo podía ser? Se acercó a la puerta que estaba entreabierta y curioseó la escena que hizo que su corazón se detuviera.

Acostados en una amplia cama, parecida a la de su dormitorio, Ivana y Aleksey se besaban apasionados. Las caricias iban y venían mientras las risas juguetonas de ambos confirmaban el placer. Aquello tenía que ser una construcción de su mente que le estaba jugando una mala pasada. Era muy improbable que justo ellos dos hubieran encontrado ese lugar y que no la hubieran avisado. "Me estoy volviendo loca".

—Te amo —dijo Ivana—. Gracias por elegirme a mí.

—No sé cómo no pude darme cuenta de lo especial que eras. Creo que me vi engañado por Yuliya —aseguró Aleksey mientras besaba sus cabellos, sus mejillas, sus ojos y nariz, para terminar en sus labios.

—¿Qué le vamos a decir mañana? —preguntó con un tono de culpa—. Ella tiene derecho a saberlo. No podemos engañarla.

—No va a ser fácil, pero tiene que aceptarlo. Nosotros nos amamos ...

Yuliya no soportó más e irrumpió en el dormitorio sorprendiendo a la pareja que, avergonzados, trataron de cubrirse con las sábanas.

—¡Yuliya! —exclamó Aleksey.

—¿Có... cómo habéis podido hacerme esto...? —preguntó con los ojos húmedos—. A pesar de todo lo que me dijiste Ivana, jamás te creí capaz de traicionarme. Eras mi hermana, mi mejor amiga...

—Yuli, esto no es fácil para ninguno —trató de disculparse Aleksey.

—No fue muy difícil que os acostarais. ¿Realmente alguna vez me amaste? ¿Tanto como no te cansabas de repetir? No hay forma que pueda vivir sin ti. ¿Te suenan esas palabras?

—¡Asúmelo de una vez! —exclamó Ivana—. Te buscamos por todos lados hasta encontrarte. Era inevitable que algo de esto pasara.

—Vete a la cama, Yuli. Mañana hablamos. No es necesario armar un espectáculo —ordenó fríamente Aleksey.

No podía estar en aquel sitio por un segundo más. Yuli salió corriendo de la habitación, atravesó el hall y abrió los portones. El frío invernal la recibió con un manotazo en el rostro que casi congeló sus lágrimas.

Corrió por el jardín hacía la salida de los terrenos del palacio. Tropezó con una raíz que sobresalía de la tierra y estaba oculta por la nieve. Deseó morir. No podía vivir con ese dolor. Con aquella traición. Al final, Ivana había conseguido lo que quería.

—¿Por qué? ¿Acaso no era suficiente todo lo que ya sufrí? —sollozó desesperada—. No soporto más.

Se puso bocarriba y miró hacia el cielo estrellado. Recordó aquellas tantas noches que había pasado con Aleksey en el techo de su casa, tratando de recordar los nombres de las constelaciones que una vez habían escuchado. Momentos hermosos como aquel se rendían ante los besos, las caricias y el movimiento de pareja entre Ivana y Aleksey. No podía ver más, no podía rememorar nada más que no fuera esa desoladora traición.

Todo empezó a desvanecerse. Los sonidos, los olores, el frío. Apenas podía sentir el tacto de la nieve y el roce del vestido. El cielo estrellado se disolvió. Cerró los ojos para no despertar. No había sentido en hacerlo. No tenía nada.

Segundos después, percibió el tacto de una rugosa pared contra su hombro. Abrió los ojos y se halló de nuevo en la habitación sin ventanas ni puertas. El techo estaba más cerca y sus manos y pies estaban atados. Por mucho que gritó y trató de soltarse no lo consiguió. Entonces supo que estaría ahí atrapada por toda la eternidad.

Anastasia se despertó mirando a un cielo que se cargaba progresivamente de nubes blancas que presagiaban nieve. Se incorporó y se limpió la espalda mojada de los copos que habían creado ese lecho níveo.

Regresó al interior del palacio sin recordar cómo había llegado hasta el jardín y por qué le dolía la rodilla derecha. "Esto está relacionado con la mugrosa de Yuliya", sentenció. No podía ser otra cosa.

De la habitación de servicio en el hall escapaban las voces del comandante Yevgeny y una chica del servicio. Se sintió tentada de asomarse por la puerta y ver qué estaban haciendo. Algo la atraía a mirar, a saciar su curiosidad. Demasiadas risas y algún que otro gemido.

—¿Algún problema, alteza? —inquirió Rasputín a su espalda haciéndola sobresaltar.

—No. Bueno, no sé. Me pareció que había otras personas dentro, pero no sabría decirte quien.

—Mañana va a ser un gran día.

—¿Ah sí? —preguntó con un deje de incredulidad.

—Sí, tengo un gran regalo para ti.

—Si ese regalo es estabilidad, te lo agradeceré. Ya no soporto esto.

—Te aseguro, que no te volverá a pasar. Ya resolví ese problema.

The Red Steam RevolutionWhere stories live. Discover now