Prólogo

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Era un día lluvioso y tormentoso. Las grises nubes oscurecían el cielo, la tormenta azotaba la tierra y los truenos impedían escuchar los gritos de los guardianes del rey esqueleto. Aun con todo el estruendo, la distorsionada risa del enemigo mundial podía oírse desde la distancia.

En el cielo, estaba una enorme sombra, que tapaba toda luz y se aparecía como un castillo flotando en el cielo. Se podía distinguir a pesar de su enorme tamaño, dos brillantes ojos que observaban toda la tierra, con mirada expectante. En la cabeza de este ser, estaba decorada una aurora de brillo blanco, de carácter celestial, mostrando a todo quien lo observara que era una ser mas allá de la mortalidad. Pero la criatura en sí no era un ser angelical en lo mas mínimo, ya que  en si estaba compuesta de una sustancia negra como el profundo espacio, frio y corrupto a la vista, y flotaba en el cielo gracias a la enorme gema morada, brillando como una estrella en su lecho de muerte.

Frente a esta amenaza de mas allá de cualquier razón, estaba un ser igualmente superior a cualquier mortal en el mundo. Vestido con unas ropas azabaches, oscuras y brillantes con los bordes dorados que la decoraban, estaba un ser de hueso blanco más resplandeciente y puro que la porcelana, unos ojos oscuros, tan profundos como el mismo abismo donde brillaban dos luces de un rojo intenso, del mismo color que brillaba con fuerza la gema escarlata en el pecho del overlord.

A varias millas de distancia atrás, se encontraba una mujer de belleza extraordinaria, con cabello negro como el azabache y vestido blanco como la nieve, decorado por el dorado de sus bordados y sus ojos resplandecientes. De sus caderas salían enormes alas de plumas oscuras, y su cabeza estaba adornada de cuernos albinos. Esta era Albedo, la supervisora de los guardianes de la Gran tumba de Nazarick, guardiana de mas alto nivel de raza demoniaca, una succubus Naflanshee, con insuperable fuerza e inteligencia. A pesar de su delicada apariencia, ella era una fuerte y violenta guerrera, de cruel y malvado deseo. 

Aun con todo esto, en esos momentos el corazón de la mujer se estremecía por el miedo y la angustia, como el de un niño perdido. Albedo solo podía observar desesperada, como su amado señor se dirigía solo hacia una presencia que representaba el peor peligro. Aunque ya había experimentado este tipo de angustia antes, su corazón y mente se desmoronaban al recordar las palabras de su señor al ver al tal existencia.

—¡Tenemos que ir ayudarlo en este instante!— gritó la guardiana superiora en frustración. Su voz salió fuerte y firme, como la más urgente orden, mientras giraba sus fieros ojos dorados a sus compañeros, los guardianes de piso de la Gran Tumba, todos sirvientes de su señor.

El guardián que más influencia tenía después de la supervisora, Demiurge, bajó la cabeza en amargura y se ajustó los lentes, contemplando todo en su poderosa mente. Este guardián era un Archi-demonio, con largas orejas y una cola que parecía estar hecha de un filoso metal. Detrás de sus lentes que tapaban toda luz, se escondían unos ojos completamente hechos de cristal. Llevaba puesto un traje de alta costura, de un color naranja y rayas blancas. Su porte, aunque era elegante, reflejaba la aflicción y preocupación en todo su cuerpo.

  —Están demasiado lejos— admitió con pesar, — Incluso si llegáramos, solo le seriamos un estorbo... Lo mejor que podemos hacer es tener a nuestras fuerzas lo mas alejadas de la zona de impacto. —Eso es lo que su cabeza le decía, pero sus puños cerrados temblaban, él tenía la sensación que si dejara de apretarlos, su cuerpo correría a reunirse con su amo y ponerse entre él y su enemigo.

—¡A veces eres un completo estúpido Demiurge! ¡No nos podemos quedar aquí sin hacer nada!— Sin querer escuchar razones o lógica, Albedo apretó los ojos en desprecio hacia el comandante de defensas. 

OVERLORD: Memorias del Rey HechiceroWhere stories live. Discover now