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Al día siguiente, amanecí con el sonido de la lluvia golpeando el cristal de la ventana. Al principio estaba desorientada: por un momento pensaba que estaba en Oxford, en casa, y que nada de lo que había ocurrido aquel verano había pasado. Que William no había aparecido en mi vida aquel julio, y que yo aun seguía en el instituto, soñando con una vida nueva, con lo que en septiembre me esperaba en la universidad. 

Cuando fui consciente de mi error, realmente quise volver a casa. Necesitaba abrazar a mi madre, como cuando era pequeña y la buscaba para que mis problemas se solucionaran en cinco minutos. El problema era que, precisamente, mi problema en ese momento no se solucionaría con un solo abrazo de mi madre. No se solucionaría en mucho tiempo, porque el problema era yo. Solo que en ese momento, no lo sabía. 

Me levanté de la cama, dispuesta a cambiarme de ropa. Había reflexionado mucho durante aquel día, y si bien no estaba segura del todo, sabía que lo mejor para mí era que William y yo dejáramos de vernos. No había sentido nada así por nadie en toda mi vida. Pero mi salud mental, en aquel momento, me importaba lo suficiente para dejar lo que no me estaba haciendo feliz. Riley, Danna y Alli tenían mucha razón. Nuestra relación era dañina. Había empezado siendo así, y no podía acabar de ninguna otra forma que no fuera en desastre. 

Sabía que era la única despierta en casa, así que decidí salir a dar un paseo. No podría vivir sin lluvia. Me relajaba hasta tal punto que mis problemas dejaban de tener importancia. Así que paraguas en mano, envuelta en un chubasquero color rojo, empecé a andar entre el petricor que la lluvia había formado tras entrar en contacto con el suelo.

Andé mucho, como si de esa manera mis problemas se fueran a quedar por el camino. Y, aunque en una primera instancia, yo pensé que lo mejor para mí era dejar de ver a William, pronto pensé en las consecuencias que tendría para mí no verle más.

William era mi alegría y mi futuro. No quería estar sin él ni un solo momento. Nuestros problemas podían tener solución si ambos poníamos esmero en cuidar nuestra relación. Es cierto que insinuar que mis amigas, las que siempre me han apoyado, son una mala influencia para mí, me ha dolido más de lo que me gustaría haber admitido. Sin embargo, y aún sin saberlo, hubo un momento de aquel verano en el que empecé a anteponer a William por encima de todo el mundo, incluida a mí misma.

Mientras sonaba Nothing else matters en mis viejos auriculares, una llamada de William entró en mi teléfono. Al principio pensé en no contestarla: no me sentía con suficientes fuerzas para enfrentar una pelea más. Pero me empujé a mí misma a hacerlo. Era William, y esta era nuestra oportunidad de arreglarlo todo. Así que descolgué.

—Hola, William —susurré, casi pensando que él no había escuchado mi saludo. 

—Carla, tenemos que hablar —me contestó serio. Imaginé, solo por un segundo, que quería dejarme por haberme comportado como una niñata y haberle dejado el día de antes solo, con la palabra en la boca.

—¿Quieres que vaya a tu casa? Estoy cerca.

—¿Qué? ¿Qué haces en la calle? —preguntó con el tono brusco que le caracterizaba cada vez que se enfadaba.

—Quise dar un paseo bajo la lluvia —contesté tranquila, sin entrar en su juego.

—Pero, ¿estás sola?

—Completamente. Te veo en unos minutos —y colgué, porque realmente estaba en frente de su casa ya. Pensé en qué quería decirle; me mentalicé de qué podría querer decirme él a mí. Y así, avancé y llamé al timbre.

William tardó un minuto en abrirme y empecé a ponerme más nerviosa aún. Cuando le vi, aunque solo había pasado un día, me parecieron semanas. Supe en ese momento que no me podía alejar de él porque cuando no estaba con él, el tiempo se paraba y yo no podía avanzar. Me recibió en uno de sus pijamas, azul marino y gris, y con cara de recién despertado. Intenté leer su rostro, pero no fui capaz de encontrar nada que me diera una pista de qué William me iba a encontrar. ¿Iba a ser uno enfadado, que me echara en cara cada mal gesto que había tenido aquel mes? O, ¿iba a ser el William dulce y considerado, cuya prioridad era yo?

—¿Estás ya menos enfadada? —me preguntó de forma delicada. Esperé en ese momento que fuera el William dulce el que saliera a relucir aquel día. 

—Sí, pero no quita que siga sin comprender tus palabras y por supuesto, la brusquedad de ellas —le contesté calmadamente. Cerró la puerta de casa y al girarse, le vi una ceja arqueada. 

—Exactamente, ¿qué palabras son las que no comprendes? —preguntó cruzándose de brazos. En vez de pasar al salón, nos quedamos los dos en aquella amplia entrada donde tantas veces nos habíamos comido el uno al otro. 

—Para empezar, que sugieras siquiera que mis amigas no apoyan esta relación cuando ellas han sido las primeras en decirme que apoyarán lo que sea que me haga feliz —le contesté con toda la tranquilidad del mundo, sin dejarme sucumbir a los nervios que amenazaban mi garganta—. Si seguimos, llegamos hasta el punto de que me dijiste que todo el mundo de mi alrededor me iba a abandonar. ¿De verdad piensas que tengo tan poco valor como para que todo el mundo piense en querer cortar relación conmigo? Incluida mi propia hermana. 

—Carla... —me susurró acercándose a mí—, por supuesto que vales mucho y considero que nadie debería abandonarte. Pero, tengo mucha experiencia en muchos tipos de relaciones y absolutamente todas acaban. Y tú lo sabes. 

—¿Consideras entonces que nuestra relación va a acabar? —le pregunté mirándole a los ojos, con mis pestañas rebosando lágrimas que amenazaban con caer. Él negó con la cabeza. 

—No, Carlotta. Pero porque nosotros somos diferentes —me abrazó, poniendo su aliento en mi cuello y haciendo que todos los nervios acumulados se dispersaran. Comencé a llorar sin poder remediarlo—. Yo te voy a querer venga lo que venga, te lo prometí. Sabes que es algo que me cuesta porque nunca he podido querer a nadie, pero lo que siento por ti es lo más incondicional de mi vida. Hablo con una mano en el fuego puesta: todos se irán, pero yo no me iré —empecé a considerar las palabras de William y su veracidad. El principio del fin. 

—Mi propio hermano se fue... —murmuré en su pecho—, ¿por qué no se iba a ir el resto? —William cogió mi cara entre sus manos. 

—Menos yo, Carla. Te lo prometo. Esa es la razón por la que te digo que no deberías confiar tanto en tus amigas. Ellas pueden dejarte en cualquier momento, pero el que permanecerá siempre contigo seré yo. Cuéntame lo que te preocupa, los problemas y los nervios que te surjan con nuestra relación. Pero recuerda: cuéntamelo solo a mí. Nadie es de fiar, ni siquiera Louis es de fiar. 

Las palabras de William sonaban tan convincentes que a partir de ese momento se instauró el miedo en mi ser. Miedo a ser abandonada por todos los que quería. Entonces, sin yo siquiera saberlo, empecé a alejarme de todo el mundo, menos de William. Porque si no iba a permitir un abandono en concreto, era el suyo. Y estaba dispuesta a aceptar todo lo que viniera, y con decir todo lo que viniera, me refería a todo lo que él quisiera. Incluso, cuando le sugerí la mera idea de salir todos juntos para poder unirnos, para poder mostrarle que podíamos llegar a ser un grupo y demostrarles a todos ellos que nosotros estábamos enamorados, él no se contuvo en expresar su verdadera opinión. 

—Realmente no es una buena idea, Carlotta —dijo tajantemente mientras comíamos el puré de patatas y la ternera al horno que tan animosamente estuvimos preparando durante toda la mañana—. Sabes que no son de fiar. 

—Yo creo que una salida de grupo, para poder intentar que lo sean, podría ser positiva —contesté yo, sin ni siquiera llegar a pensar que quien había creado que ellos no fueran de fiar, era el propio William—. Incluso podrías intentar ver a Zayn. Es un buen chico —me arrepentí de haber nombrado a Zayn desde el primer momento, pero ya no podía remediarlo. 

—Con quien no deberías salir es con Zayn. Ni con Harry ni con Liam. Son hombres, todos van a lo que van, y lo sabes —contestó alzando el tono de voz notablemente—. Harry solo quería a Riley para llevarla a la cama y Zayn igual contigo. El único chico del que aun te podrías fiar es de Louis. 

Aunque yo notaba que había algo malo en sus palabras, su persuasión hizo que viera la mala idea que era salir con chicos que solo me veían como un cuerpo. Empecé a verles como lo peor, porque estuvo toda la tarde insistiéndome. Él acababa las frases con una sonrisa y con un beso. Y yo me derretía por dentro por pensar que esa persona se preocupaba por mí más que por nadie. Que no me lo merecía. Pero yo merecía más; ahora lo sé.

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⏰ Última actualización: Jan 25 ⏰

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