11| Vete a la mierda, con amor

Start from the beginning
                                    

Ignoro el estridente sonido esperando que la alarma se detenga por sí sola a pesar de que sé de antemano que no va a detenerse hasta que yo la apague, sobre todo porque he escogido el sonido más desesperante como alarma. Solo de ese modo me levanto para ir a correr. Hago el mejor de mis intentos por dormir, pero, pasados unos segundos, abro los ojos con irritación.

¿En serio está sonando ahora que Andy se ha callado y que mi cabeza cooperaba?

Es mi culpa en cierta parte por no haber callado a Andy antes. Si no lo pateé en la madrugada fue solo porque se lo debo después de haberlo dejado solo en la fiesta. Dejarlo dormir fue mi forma de decirle «perdón por ser un calenturiento de mierda y dejarte abandonado, pero en ese momento pensé con la cabeza equivocada, espero que con esto me perdones».

Mi ruidosa alarma sigue sonando por todo mi cuarto lo que provoca que Andy comience a removerse entre las sábanas. Estiro la mano hacia mi mesa de noche y busco a tientas mi celular. Al dar con él apago la alarma, queriendo seguir durmiendo, pero la culpa por no salir a correr me pica el cuello. He descansado mucho estas semanas como para seguir haciéndolo. Debería esforzarme más, no disminuir mi rendimiento. De mala gana, me siento en la orilla en la cama, mentalizándome para salir de esta e ir a correr. Nunca había odiado tanto salir a correr un domingo en la mañana. Me gustaría seguir durmiendo.

Andy suelta un gran bostezo que hace que yo gire a verlo, él ya está despierto y tiene una cara de haber dormido de maravilla. Me irrita eso.

—Buenos días —saluda con la voz somnolienta. Se reincorpora poco a poco, sentándose en el colchón. Sus rulos castaños están mucho más alborotados de lo normal y un rastro de baba adorna las comisuras de sus labios—. Dormí muy bien, tu cama es muy buena —estira los brazos hacia arriba y me da una mirada recelosa—. ¿Por qué tienes cara de no haber dormido nada?

¿Será porque no lo hice gracias a que no me dejaste hacerlo por tus fuertes ronquidos o porque murmurabas cosas sin sentido que me hicieron preguntarme cómo es que un chico de metro setenta pueda decir tantas estupideces hasta estando dormido?

No, no voy a echarle la culpa de todo, incluso si él no estuviese roncando a mi costado o no estuviese hablando como si un fantasma lo hubiera poseído no habría podido dormir.

—Insomnio —le respondo.

Él hace una mueca, como si me entendiera.

—Yo trato de leer para dormir, consejito.

Levanto mi ceja.

—¿Desde cuándo te gusta leer?

—Nunca, por eso me duermo.

Me da una sonrisa inocente que hace que me ría. Obviamente al chico que se horroriza al escuchar a Karla hablar sobre los libros que ha leído en el mes no va a gustarle la lectura. Nunca le he visto sostener un solo libro, con suerte carga los de la escuela en su mochila. El día en que él lea un libro será solo porque lo han obligado, le van a pagar o porque vio a Heather leyendo.

Me levanto para buscar mis tenis deportivos y lo escucho soltar otro bostezo.

—¿Qué hora es?

—Las siete.

—¡¿Qué?! —exclama, si antes había un poco de sueño en él ahora este se ha disipado por completo—. A esta hora ni el demonio de mi habitación está despierto. Jesús, ¿por qué te despiertas tan temprano un domingo? ¿No te quieres?

Levanto mis tenis en su dirección, ignorando su última pregunta.

—Salgo a correr —menciono, acercándome a la cama y así sentarme para ponerme los zapatos.

Una maldita confusiónWhere stories live. Discover now