Capítulo 22: la dignidad salió del chat

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Me puse rápidamente la remera que tenía antes, que me quedaba justo por arriba de las rodillas. Cuando me estaba por poner los shorts, la mano de Jude me frenó.

—Quédate así. Hazme caso—dicho eso, abrió la ventana y saltó del otro lado.

Estaba en un primer piso, así que abajo había techo. Y sabía que si seguía caminado hacia la derecha, encontraría una puerta que daba a las escaleras, así que no me preocupé por él. Sino que revise todo el cuarto. Guardé la botella de vino, los vasos y el dibujo de Jude, pero la tableta no.

Bien. Ya estaba todo.

Cuando volví a abrir la puerta, Cameron me sonrió de costado.

—Has tardado bastante para solo haberte puesto una remera.

Me encogí de hombros y me apoyé contra la puerta. El vino seguía en mi sangre.

—He ido al baño también, lo siento.

Asintió y entró. Cerré la puerta detrás de mí y me lo quedé mirando. Si antes dije que Jude era muy lindo, bueno, Cameron era el mismo dios de los dioses. Mi corazón se aceleró con su mera presencia. Estaba vestido con un jersey de cuello alto y con el mismo gorro de lana que tenía hoy (o bueno, ayer, ya que eran más de las dos de la mañana) en clase. Y ese gorro le quedaba de ensueño.

Cielo santo. Era hermoso.

— ¿Has estado tomando?—me preguntó y se acercó más a mí—. Tienes los labios violetas.

Oh, maldito vino tinto.

—Sí, quería...expandir mi creatividad.

Arqueó una ceja.

—Ya...

Sonreí y caminé hasta la cama. Me senté y palmeé al lado mío para que se sentara también. Me hizo caso.

—Mira—dije y agarré la tableta. —Es mi nuevo bebé.

Levantó ambas cejas.

— ¿Acá dibujas, verdad?

Asentí.

—Sí, me lo compré hoy — le respondí y le expliqué la idea de vender mis ilustraciones.

—Te va a ir excelente. Luego de ver lo de la aurora boreal no me quedan dudas.

Sonreí a modo de respuesta y tomé aire antes de hablar.

—Lamento que me hayas visto...eh...desnuda—dije e hice una mueca. Jamás pensé que me iba a disculpar por eso.

Él se rio entre dientes.

—Créeme, mis ojos agradecieron esos tres segundos—respondió con una sonrisa traviesa. —Lo que me preocupa es qué estabas haciendo a esta hora desnuda. ¿Hay algo que me quieras contar, Atenea?

Su voz se volvió más grave al final y traté de no soltar un suspiro ensoñador. Volví a tomar aire, pero esta vez sin hacer mucho ruido.

—Es que me estaba yendo a bañar...y por alguna razón olvidé que no tenía nada de ropa cuando te abrí la puerta.

Asintió y se acercó un poco más a mí.

—Ya. Pues ve, entonces.

Lo miré con una ceja arqueada.

— ¿No te molesta...?

Negó con la cabeza.

—No, anda. Mientras husmearé más tu habitación.

Lo dijo en broma, pero mi corazón se paralizó. Llegaba a ver los vasos o las pinturas de él (las decenas de pinturas de él) y moriría allí mismo.

Miradas cruzadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora