La sonrisa de Sayideh se hizo entonces patente en su rostro, tanteó taimada bajo la manta de piel. Su fiel espada corta dormía siempre entre ambas mujeres desde que llegó Thais.

––¡Yafur!––voceó al esclavo.

Su grito llamando su atención fue lo último que escuchó el hombre de negra piel en su vida miserable. Se volvió apenas para recibir en su cuello un tajo profundo, del cual manó sangre roja y espesa. La misma Sayídeh acabó manchando su veste del viscoso líquido mientras la vida del sirviente acababa a sus pies. Pasando sobre él con gesto de desprecio, huyó de aquel lugar que creyó seguro pero que resultó ser su ruina.

Sólo tenía esa espada corta, ni su arco, ni su cota de cuero remachada de acero. Nada con que lanzarse a la batalla, pero no le importó. Su obligación era rescatar a la reina por encima de todo, le había prometido protección, y ella cumplía siempre, nada detendría a la tigresa, ni siquiera la falta de un calzado en sus pies.

Corrió escaleras abajo, no conocía a ciencia cierta dónde sería llevada su única amiga, pero la seguiría en la vida o en la muerte. Aquel que la vio pasar, cabello ondeante y vestida que nada dejaba a la imaginación de un hombre quedó sorprendido. Todos conocían su fiereza, no se atrevieron a frenar su carrera. Tenían otros problemas, la tropa del país del Uro, ahora la de el Sanguinario estaba dentro del castillo.

Sayideh había perdido toda pista de Thais, el estruendo venía del patio, pero cruzar imposible para llegar a la torre del Homenaje. Si el difunto Yafur había sido como siempre la mano ejecutora de su padre, solo había un sitio dónde la joven estaba siendo arrastrada, al mismo corazón de la muerte.


Los gritos de: ¡Nos atacan! ¡El Sanguinario! ¡A las armas! Retumbaban por doquier mientras Sayideh subía a una de las torres, desde la cual surgía una pasarela que la llevaría hasta la Torre de su padre. Al poner el pie en ella contó tres arqueros, que disparaban hacia el patio. No lo pensó siquiera, se deshizo de dos de ellos silenciosa como una serpiente,  el tercero al verla medio desnuda y reconocerla no hizo por defenderse, desde su altura cayó muerto, atravesado por su espada corta al suelo del patio. Cogió uno de los arcos y ocultando su cuerpo tras uno de los contrafuertes, disparó flecha tras flecha, acabando con el resto que rodeaba el patio desde las alturas. Estaba cometiendo traición,  ahora fuese quien fuese el vencedor, su vida no valdría nada. Con la velocidad adquirida desde la niñez apuntó y disparó cada saeta con precisión. Los que cayeron nunca supieron desde dónde fueron atacados.



Llevada casi a rastras escaleras arriba, Thais se revolvía intentando escapar a pesar de sus esfuerzos era imposibles. Gritaba incoherente, ignorando a dónde la llevaban, pero intuyendo que a ningún sitio seguro. Se había creído a salvo en compañía de Sayideh, pero ni siquiera la tigresa estaba segura en su guarida. A su derecha la presión de su brazo se perdió en un instante, el hombre que la sujetaba tenía una saeta clavada en su grueso cuello que sobresalía por su nuez.

El otro sirviente que la sostenía, al percatarse de que su compañero había caído quedó paralizado un instante, sin embargo no duró demasiado su extrañeza. Empujó a Thais contra una de las paredes y esta se golpeó con dureza en un hombro, cayendo de rodillas al suelo.

La tigresa tiró el arco, no le quedaba ni una flecha más. Acudió de nuevo a su fiel espada corta, pero para ello tendría que acercarse a su contrincante. Aunque fuese un criado, su padre se solía rodear de hombres fuertes. Extendió hacia él su brazo, elevó su mentón, como si en vez de una veste sangrienta y casi transparente , la cubriese la mejor de las armaduras.

––Os daré dos opciones––ronroneó la tigresa––. Puedes morir a mis manos, o bajar al patio y luchar como un hombre, junto a los demás. Bien sabéis que ante mí no sois nadie, y si me hacéis daño, mi padre os tirará por su balconada igual que hizo con mi desgraciado sobrino.

Leyendas de los Reinos Velados, 2. Masroud el Implacable.Where stories live. Discover now