CAPÍTULO UNO

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AHORA

7 DE MARZO 23:09: Ni te molestes en volver a recogerme. Ya vuelvo andando yo solita.

Y lo hice. Recorrí los ocho kilómetros que separaban la estación de autobús de mi casa arrastrando una maleta de mano a punto de explotar y con una rueda rota en mitad de la noche. Sam no cejó en su intento de hablar conmigo. Doce mensajes sin leer, siete llamadas perdidas y un mensaje de voz. Pero yo ignoré todas las notificaciones y seguí caminando. Leyéndolos ahora, desearía no haber estado tan enfadada con él. Desearía haberle cogido el teléfono. Tal vez entonces todo fuese diferente.

La luz de la mañana penetra a través de las cortinas mientras me hallo acurrucada en la cama, escuchando otra vez el mensaje de voz de Sam.

«Julie... ¿estás ahí?». Se oyen algunas risas de fondo y el crepitar de una hoguera. «¡Lo siento mucho! Se me ha ido por completo. Pero ya estoy saliendo, ¿vale? ¡Espérame allí! No tardaré más de una hora. Me siento fatal. Por favor, no te enfades. Llámame, ¿vale?».

Ojalá me hubiese hecho caso y se hubiera quedado con sus amigos. Bueno, ojalá no se hubiese olvidado de mí en primer lugar. Si me hubiese dejado en paz en vez de tratar de arreglar las cosas como siempre hacía, nadie me culparía de lo que pasó. Ni yo me culparía tampoco.

Reproduzco el mensaje de voz unas cuantas veces más antes de eliminarlo todo. Luego me bajo de la cama y empiezo a volcar los cajones en busca de cualquier cosa que fuera de Sam o que me recuerde a él. Encuentro fotos de los dos, tarjetas de cumpleaños, entradas de cine, flores de papel, regalos estúpidos, como el lagarto de peluche que ganó en la feria del pueblo el otoño pasado, y también todos los CD que me grabó a lo largo de los años con compilaciones de canciones (¿quién sigue grabando CD hoy día?) y lo metí todo en una caja.

Cada día se me hace más difícil mirar todos estos recuerdos. Dicen que con el tiempo pasar página se torna más fácil, pero apenas si puedo sostener una foto sin que me tiemblen las manos. Mis pensamientos regresan a él; como siempre. «No puedo seguir teniéndote a mi alrededor, Sam. Me hace creer que todavía estás aquí. Que vas a volver. Que podría verte otra vez».

En cuanto lo tengo todo guardado, echo un buen vistazo a mi habitación. No sabía que tuviese tantas cosas de él aquí. Ahora el dormitorio parece vacío. Como si hubiera un agujero en el aire. Como si faltase algo. Respiro hondo varias veces antes de coger la caja y salir de mi cuarto. Es la primera vez esta semana que consigo salir de la cama antes del mediodía. No doy ni dos pasos fuera cuando me percato de que se me ha olvidado algo. Dejo la caja en el suelo y me giro para ir a por ello. Dentro del armario está la chaqueta vaquera de Sam. La del cuello de lana y los parches (logos de bandas de música y banderas de los lugares a los que viajó) en las mangas y que él mismo colocó. La tengo desde hace tanto..., y me la pongo tan a menudo, que me he olvidado de que era suya.

Le quito la percha. La tela vaquera está muy fría al tacto, casi húmeda. Como si todavía albergara la lluvia de la última vez que me la puse.

Sam y yo corremos a lo largo de las calles llenas de charcos de barro mientras unos relámpagos iluminan el cielo. Están cayendo chuzos de punta de camino a casa tras el concierto de los Screaming Trees. Me cubro la cabeza con la chaqueta al tiempo que Sam se abraza a su guitarra firmada, desesperado por evitar que se moje. Estuvimos esperando fuera tres horas a que el vocalista del grupo, Mark Lanegan, saliera y parara un taxi.

—¡Me alegro de haber esperado! —grita Sam.

—¡Pero estamos empapados!

—¡No dejes que un poquitín de lluvia nos arruine la noche!

Has llamado a Sam *primeros capítulos* (¡YA EN LIBRERÍAS!)Where stories live. Discover now